Carta de un médico (viejo) a un estudiante de medicina

Luis Angel Extremera. Médico de Familia (Valencia)
Resumen: Un médico de familia a punto de la jubilación, escribe en una carta a su último estudiante, en la que nos regala algunas de sus experiencias y ofrece algunos consejos sobre aspectos claves de su práctica, además de transmitirnos lo que para él significa ser médico de familia
Letter from an (elderly) doctor to a medical student
Summary: A family doctor nearing retirement, writes a letter to his last student, sharing some of his experiences and offering advice on what it means to be a family doctor.
Querido estudiante de medicina,
Estoy al final de casi 40 años como médico de familia, me has acompañado durante unos meses en mi consulta y eres el último de los estudiantes que pasarán por ella. Durante este tiempo, hemos tenido ocasión de ver a muy diferentes pacientes y de charlar sobre muy diversos temas relacionados con nuestra profesión…¿me permitirás como despedida esta breve reflexión?
Desde hace ya bastantes años, de hecho desde muy poco después de dejar el hospital y empezar mi trabajo como médico de familia, me di cuenta realmente de lo que significaba ser médico. Reconozco que lo que te escribo aquí, aunque me lo repitieron algunos de mis maestros, en mis inicios no llegué completamente a asumirlo,…como te decía antes, tuve que empezar yo mismo a trabajar como médico de familia para interiorizarlo de una forma definitiva…tal vez por esto, te pediría que esta carta, una vez leída no la tires, la guardes en uno de tus cajones y la olvides durante un tiempo…para tal vez encontrarla pasados unos años y releerla entonces.
Fue entonces cuando empecé como médico de familia de manera temprana y progresiva cuando me dí cuenta que ser médico era algo que iba más allá de diagnosticar enfermedades o recetar medicamentos. Más allá de conocer las últimas investigaciones, la dosis correcta del medicamento o el plan de tratamiento más eficaz. Estas cosas importan (por supuesto que sí), pero son solo parte de la descripción del trabajo.
La realidad es más humana, más vulnerable y más compleja
Imagina cómo es estar sentado en la sala de espera antes de tu cita. Te aferras a preguntas que llevas semanas, quizás meses ensayando. Te preocupa el resultado de la prueba, que salió «anormal». Te da miedo hablar de las molestias en el pecho que has estado ignorando. Cargas con el peso de algo que no le has contado a nadie (ni siquiera a tu pareja). Y ahora, estás a punto de entrar en una consulta y contárselo todo a alguien a quien quizá apenas conoces.
¿No te parece que eso es mucho pedirle a cualquiera?
Desde que me percaté de esa realidad, nunca la he olvidado. Permíteme entonces que como tutor tuyo que soy (nunca deberíamos perder esa condición) te ofrezca algunos consejos.
En cada encuentro, intenta recordar cómo se siente estar al otro lado del escritorio. Por eso esfuérzate por que la relación sea personal desde el principio. Asegúrate de conocer a tus pacientes más allá de sus historiales. Intenta saber a qué se dedican, cuántos hijos o nietos tienen, de dónde son y cómo es su vida fuera de la consulta.
No se trata de charlar superficialmente. Se trata de conocerlos para comprenderlos mejor y de generar confianza.
Porque esta es la verdad: cuando alguien se siente cómodo contigo, se sincerará. Te contará los detalles que necesitas para tomar las decisiones correctas para su salud. Confiará en tus recomendaciones, incluso cuando las noticias no sean las que esperaba. Y se sentirá reconocido (no como un caso, ni como un diagnóstico, sino como una persona). Pero a la vez, tu sabrás mejor quienes son y te sentirás más cerca de ellos, porque los entenderás mejor
Los primeros 30 segundos
Creo que los primeros treinta segundos de cualquier interacción con un paciente pueden determinar el éxito o el fracaso de la conexión. Empieza en el momento en que entro por la puerta.
Si sonríes, estás relajado y realmente feliz de verlos, se notará. Si los saludas por su nombre y recuerdas algo que te contaron en la última visita (quizás cómo fue la boda de su hija o cómo se han adaptado a la jubilación), sabrán que les has estado prestando atención.
Pero si te apresuras a entrar, con los ojos pegados a la pantalla, haciendo preguntas sin mirarlos realmente, la oportunidad de generar esa confianza se desvanecerá. Los pacientes perciben cuando uno simplemente sigue el procedimiento.
Intenta marcar el tono inmediatamente:
- Si están nerviosos, reconócelo y hazles sentirse seguros.
- Si sienten dolor, valídalos antes de dar el siguiente paso.
- Si están preocupados, escúchalos antes de hablar.
- Si están cerrados, trata de derribar el muro con humor, amabilidad o simplemente paciencia.
A veces, esa conexión ocurre en segundos. A veces, requiere toda la visita. Pero si lo haces bien desde el principio, el resto del encuentro será más fácil para ambos.
Más allá del estetoscopio
En atención primaria, estas relaciones pueden durar años, incluso décadas. He atendido a pacientes en sus matrimonios, divorcios, cambios de trabajo, diagnósticos de cáncer, recuperaciones, nacimientos de nietos y fallecimientos de seres queridos. He sido la primera persona a la que han llamado con buenas noticias y a quien han recurrido en momentos de desesperación.
Pero la conexión no se limita a las relaciones a largo plazo. Incluso en especialidades donde quizás solo veas a un paciente una o dos veces, aún tienes la oportunidad de dejar huella. Aún tienes la oportunidad de ser el médico que recuerdan como aquel que escuchaba, que explicaba las cosas con claridad y que los trataba como personas en lugar de como un simple historial clínico.
Algunos pacientes me han dicho: «Es usted el primer médico que me lo ha explicado de una forma que realmente puedo entender». Eso siempre me deja perplejo. Porque no se trata de inteligencia, sino de comunicación.
La honestidad es importante en medicina. Pero la honestidad sin claridad puede sonar como si hablaras en un idioma extranjero. Intenta explicar las cosas de una manera que no solo sea precisa, sino también cercana. Si un paciente puede salir de la consulta y explicar su problema a un amigo con un lenguaje sencillo, sabrás que has hecho tu trabajo.
El peso de las expectativas
Los pacientes acuden a nosotros con grandes expectativas (y con razón). Al entrar en tu consulta, te confían su salud, su futuro y, a veces, incluso su vida.
Esperan que tú seas el experto.
Esperan que tengas confianza en tí mismo.
Esperan que tengas las respuestas (o al menos que las encuentres).
Pero también esperan algo más profundo. Esperan que te importe.
Esa expectativa es más difícil de medir, pero es tan importante como recetar el medicamento correcto o solicitar la prueba correcta. Es la razón por la que un paciente seguirá un plan de tratamiento (o por la que no lo hará). Es la razón por la que será honesto sobre sus síntomas (o por la que se abstendrá de hacerlo).
La confianza entre un médico y un paciente no se basa únicamente en el conocimiento clínico. Se basa en un sentido de seguridad, respeto y conexión genuina.
Viendo lo que ellos ven
Una de las cosas que he aprendido a lo largo de los años es que los pacientes nos observan tanto como nosotros los observamos a ellos.
Se fijan en cómo entramos en la habitación (si nos mantenemos erguidos o encorvados por el cansancio). Se fijan en si hacemos contacto visual o si miramos el reloj constantemente. Se fijan en si nuestro tono es cálido o monótono.
Estamos entrenados para captar cada detalle de nuestros pacientes (sus expresiones, su postura, su elección de palabras), pero a veces olvidamos que ellos hacen lo mismo con nosotros.
Eso significa que cada visita es un espejo recíproco. Los evaluarás, pero ellos también deciden (a veces en segundos) si pueden confiar en tí, si realmente los escuchas, si les merece la pena abrirse a tí.
“Darse cuenta de lo que no se dice”
Nunca olvidaré a una paciente que vino para lo que parecía una visita de rutina. Era tranquila, amable y respondía brevemente a mis preguntas. Su presión arterial estaba bien. Sus análisis del mes pasado estaban normales. En teoría, estaba sana.
Pero algo no estaba bien.
En lugar de pasar a mi siguiente paciente, hice una pausa. Le pregunté cómo estaba. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Me contó que había perdido a su marido hacía poco y que se sentía completamente sola. No había planeado mencionarlo (no estaba en su lista de cosas por hacer en la visita), pero admitió que no sabía con quién más hablar.
Terminamos pasando la mayor parte de la cita hablando sobre el duelo, la soledad y los sistemas de apoyo. La conecté con un consejero y la animé a contactar con una vecina que había mencionado de pasada. Unos meses después, regresó y me contó que esa conversación había sido un punto de inflexión.
Esa experiencia me recordó que, a veces, lo más importante que uno puede hacer como médico no tiene nada que ver con un talonario de recetas. A veces es simplemente darse cuenta de lo que no se dice.
El listón que fijamos
Cada encuentro con un paciente es una oportunidad para establecer el estándar de cómo debe ser una relación médica.
Para mí, eso significa que tienes que estar presente, escuchar sin prisas, ser honesto sin ser frío y asegurarte de que tus pacientes sepan que estás de su lado.
También significa recordar que también somos humanos. Tenemos nuestras propias preocupaciones, nuestro propio cansancio, nuestros propios desafíos fuera del trabajo. Pero cuando entres en esa consulta, tu rol es claro. Tú paciente merece tu atención, tu experiencia y tu compasión (sin importar lo que esté sucediendo en tu vida).
La verdad en la medicina
La medicina siempre se basará en la ciencia, la evidencia y la habilidad. Pero la verdad en medicina (la parte que los pacientes recuerdan mucho después de la consulta) es la conexión humana. Es la sonrisa, la pausa, la disposición a compartir la incomodidad de alguien con ellos. Es la capacidad de ver más allá de la historia clínica, a la persona que está sentada frente a ti.
Porque al final, la mejor atención no solo proviene de saber medicina. Proviene de conocer a la persona que tienes delante.







