Mírame, háblame, tócame
Emei Raga Marí. Médica de Familia Jubilada

«Las acciones esenciales en la práctica de la atención a cada persona: mirar, ver, escuchar, conectar y relacionar, tocar, pensar… También reflexionar sobre la importancia que tienen las palabras, el tiempo, el espacio y el lugar (tan diferentes), la esperanza, la memoria o la imaginación».
Iona Heath
“La vasta disciplina de mirar, escuchar e imaginar”
John Berger
Desde años sabía que tenía una válvula aórtica bicúspide congénita, sin que me hubiera planteado más problemas que los del mero devenir en mi existencia, hasta que tras padecer una neumonía vírica leve, me realizan un TAC y se detecta que la aorta ascendente está dilatada.
El proceso previo a la cirugía cardíaca resulta muy satisfactoria; me realizan las pruebas con rapidez y muy bien coordinadas. El personal del hospital hace una buena gestión de las consultas, citas y exploraciones complementarias. Con el cirujano tengo una experiencia muy satisfactoria en cuanto a trato e información lo que me da una gran confianza. Lo veo cercano, empático, lo que es muy de agradecer. La intervención se produce en un mes, tal como estaba programada.
Tras la cirugía estoy poco más de 24 horas en REA, siendo esta estancia la peor experiencia que recuerdo tanto desde el inicio del proceso de diagnóstico como después en controles y seguimientos. De entrada no tengo médico asignado que yo sepa. La enfermera, cuyo nombre desconozco y que hace turno de 12 horas, se acerca pero no me siento acogida. Ni siquiera se dirige a mí por mi nombre. Tampoco sé quien se acerca a mí, el tipo de personal técnico que es, sólo lo deduzco en función de la técnica, trabajo que realiza o el aparataje en que se fija. Siento una especie de anonimato. No sé realmente qué se espera de mí o qué puedo esperar yo de ellos: ignoro el estamento al que pertenecen, una dificultad para articular demandas o colaborar en lo que sea posible.
Lo peor que recuerdo de mi estancia en REA es el ruido, el personal habla muy fuerte, tanto cuando se dirigen a mí como cuando hablan entre ellos. En el control hay mucho trasiego, bastante gente pasando con frecuencia por allí y parecen mezclarse muchas tareas o asuntos. Tengo la vivencia y el recuerdo de que es una estancia muy desagradable. Me siento muy sola porque no tengo alguien a quien dirigirme. Si alguien se acerca es solo a hacer algo concreto, vigilar vías y catéteres, controlar constantes, etc. pero a mí pocas veces me miran a los ojos, pocas veces me dicen hola, estoy aquí, se esperen un rato, ¿quieres algo? ¿necesitas alguna cosa?
Siento además que me riñen, por ejemplo me dan una jeringa de agua y bebo muy poco a poco, a pesar de la sed, porque aunque no me lo explican sé que tengo que estar en balance hídrico negativo y consciente de ello paso muchísima sed pero lo asumo. Absorbo pues la jeringa a gotas. En un momento, por efecto de la morfina, tengo arcadas y expulso algo de líquido por la boca y le digo a la enfermera que se ha mojado un poco la sábana. Siento su enfado y me censura, afirma que estoy bebiendo con ansia y me culpabiliza. Le enseño la jeringa que me ha traído dos horas antes y está por empezar.
Recuerdo ese día muy molesto, entre gritos, personal despertándome constantemente, etc. La situación clínica es aceptable excepto que tengo muchísimo dolor desde que me retiran el tubo de intubación, un dolor escapular, dorsal, siendo esto lo único que manifiesto y, de nuevo, me riñen. Yo solo pretendía que intentaran reacomodarme posturalmente. Siento que no me hacen ni caso ni intentan indagar la causa de tanto malestar. Posteriormente he sabido que una de las consecuencias de las más probables y de las más frecuentes es una periartritis escapulo-humeral, de la que no me recupero aún 10 meses después, incluso me queda una escápula alada. Aquel dolor era muy considerable y yo sólo pedía atención al mismo. No me sentí escuchada ni atendida, sin consuelo, parecía molestar que yo me quejara del dolor al que no daban solución.
Otro tema: al poco de desintubarme me pasan a la firma un documento y como toda información me dice una joven que ni se presenta: estamos haciendo un ensayo sobre úlceras de decúbito, firma aquí. Yo le indico que estoy sin gafas con lo cual no puedo leer nada, no me ha leído ni enseñado el documento legible ni me ha explicado bien de lo que se trata, también le indico que ni tengo un acompañante a mi lado. Estoy sorprendida y desconcertada. Y al día siguiente, porque hasta sueño con el documento, digo ¿qué he firmado realmente? Siento que no son formas de dirigirse a alguien en una situación tan vulnerable. Pienso que no son formas ni profesionales ni éticas.
El mejor recuerdo, lo más humano, lo que me hizo sonreír por ser la persona que más bienestar subjetivo me proporcionó, es la auxiliar que me aseó. Me saludó, me informó de que iba a manipularme y con gran destreza y esmerado cuidado realizó su labor.
Esa es mi experiencia o mi recuerdo en REA.
En sala, lo menos importante es compartir habitación. Lo peor es que entra y sale mucha gente, personal que no se identifica, que no sabes muy bien a qué entran: a hacer una cura, dejar el camisón, recoger orina, etc. que no te dicen ni hola, otros toman constantes, llegan y se van. La actitud personal es muy variable. Recuerdo una enfermera que era muy agradable cada vez que me atendía, percatándose de que el monitor no estaba conectado por motivos desconocidos y al ser ésto relevante, juntas decidimos conectarlo por tranquilidad de ambas. Lo que se llama decisiones compartidas.
Un estudiante de enfermería muy correcto de trato, que me pide incluso permiso para mirar, ¿puedo mirar?, y le digo claro, todos hemos aprendido mirando, pienso serás muy buen profesional porque miras a los ojos. Esto le anima. Y conecto con aspectos éticos de la profesión.
No tengo ninguna queja en lo asistencial, técnico-científico; ha sido una intervención importante y ha salido bien. En cuanto a la actitud humana creo que hay mucho que se podría transformar y se puede cambiar, es un tema de actitudes.
En REA no quise decir que era médica porque pienso que todos, como pacientes, somos iguales. En planta es posible que alguien se enterara pero no reconocí ni aprecié ningún aspecto diferenciado y eso me gusta. Sin embargo no sabía muy bien cual era mi papel, que se esperaba de mí, hasta qué grado querían o les hubiera gustado o pensaban que no era necesario informarme. El alta de cirugía extensa y buena, pero del marcapasos apenas recibí una hoja escrita a mano con el tipo de marcapasos que me habían puesto y el carnet internacional y he tenido que buscar en internet la información deseada. Y aquí sí constaté la diferencia que puede existir entre pacientes informados y pacientes que se mueven al son que se les marca, siendo con estos fundamental el papel de los profesionales de la salud como proveedores no sólo de servicios asistenciales, sino de atención, cuidados, orientación e información detallada en su proceso de recuperación. Algo que en la situación actual de estrés y sobrecarga asistencial es muy difícil compaginar, pero no hay que ignorar. Personalizar frente a estandarizar.
Esta es mi experiencia vivida. Yo iba muy preparada, no tenía miedo, físicamente estaba en forma, psicológicamente suelo llevar bien todos los temas de enfermedad, soy disciplinada para lo que creo que es importante y soy muy buena paciente. Lo mejor es que he tenido a muchos familiares y amigos que me han cuidado y acompañado. La amplitud del horario de las visitas y pocas restricciones al respecto facilitan, sin duda, esos cuidados.
He comprobado la alta cualificación en la asistencia a la enfermedad del SNS. He apreciado una gran mejoría en la atención sanitaria técnica que es excelente pero se sigue trabajando alrededor del paciente, no considerándolo como centro de la atención y cuidados.
Eché de menos una mayor coordinación entre los estamentos, por ejemplo, la fisio conocedora de que comía poco, pues no me apetecía mucho (de hecho un familiar me hacía comida más apetitosa y la traía desde casa) se enfadó y amenazó con la posibilidad de una transfusión si no comía, cuando me daban una comida estándar cardiosaludable, yo sin tener riesgo cardiovascular, con bajo peso, hipotensa y estando en tratamiento con furosemida. Una comida habitual podía ser una crema sin sal ni aceite y dos lonchas de jamón; a mi compañera de habitación le daban un plato de paella. La verdad es que hubiera deseado una pauta de nutrición más apropiada.
Otro tema son las revisiones en consulta, el aspecto de la puntualidad, citación y coordinación de pruebas están muy bien gestionadas; sin embargo una vez dentro de la consulta y, a pesar que la mayoría han sido con mucho respeto, muy buena atención profesional y he salido satisfecha, regreso a mi mayor incomodidad, lo que llamo el ruido. Por ejemplo, entro en una consulta y hay cuatro personas uno habla sin mirarme porque está mirando al ordenador u otro dispositivo o papeles; me hablan y no sé quién es y tengo que adivinar quién se dirige a mí (después me coloca un instrumento), otro está de pie trabajando en un ordenador y habla en voz alta con otro profesional (desconozco si hablan de mí o están arreglando un programa); la médica está en la mesa y le interrumpen por teléfono en varias ocasiones… Al entrar no sé a quién me tengo que dirigir de las cuatro personas presentes y oigo tres conversaciones entre ellos, después y mientras están leyendo mi registro suena también un teléfono móvil personal y la persona responde; nada que ver con la atención posterior a raíz de un problema puntual. Salgo contenta de la consulta, informada, con todas las respuestas adecuadas concisas pero claras estando satisfecha con el resultado técnico científico profesional de mi proceso. Salgo diciendo cuánto ruido alrededor….innecesario.
En resumen, durante mi estancia me sentí frágil y débil y aunque siempre tuve un familiar acompañándome deseaba que los profesionales que me atendían me preguntaran, mirándome a los ojos, qué necesitaba. Mi sensación era que actuaban rápida y eficientemente.
Sin embargo creo que es muy importante mirar a los ojos, observar la expresión, captar si el paciente está sufriendo o no, su estado de ánimo, darle unos segundos para que se resitúe, detenerse un poco para que el paciente esté más centrado y conectar con su ritmo. Un proceso que no tiene fin ni más límites que aquello que seamos capaces de imaginar. La actitud de mirar, ver y escuchar.