En mis días difíciles, mis pacientes son mis héroes
Saba Fátima. Pediatra hospitalaria
Me detuve a la puerta de la habitación del paciente, me sentía un poco inquieta ese día. Hace unos días acababa de recibir una noticia de mi médico que no me esperaba. Mi mente analizó las diversas posibilidades y direcciones a donde esto podría llevarme. ¿Cuándo podré ver a mi médico para hablar de esto? ¿Qué significa esto? Mientras mi cerebro discurría sobre varias incógnitas, mi cuerpo, mi físico, tampoco puede decirse que se ofrecía como voluntario para cumplir con sus tareas. Tenía un dolor persistente constante que me impedía estar de pie durante mucho tiempo ese día.
Sabía, sin embargo, que entre toda la conmoción tanto mental como corporal que experimentaba, tenía que volver a concentrarme para ofrecer atención a los pacientes de los que era responsable. Era hora de aplicar esas habilidades expertas de compartimentalización que nos habían enseñado como médicos. Una vez que giras el pomo de la puerta de la habitación de un paciente, tu vida personal pasa a un segundo plano y el paciente es tu principal prioridad. La mayoría de los pacientes acuden a nosotros en algún momento en el que su propio dolor y vulnerabilidad les ha sobrepasado, y nosotros, como médicos, les debemos ofrecer la mejor atención y el tiempo que necesitan. Sin embargo, esto no cambia el hecho de que muchos de nosotros estemos lidiando a la vez con una serie de luchas internas de nuestras propias vidas también durante el momento del trabajo. Y algunos días pueden ser más difíciles que otros.
El día que recibí la no tan buena noticia de mi médico, fue uno de esos dias. El día que mi pie no estaba cooperando, aguantando. El día que mi abuela estaba gravemente enferma y se sometía a una cirugía en un hospital a kilómetros de distancia. El día que mi hija comenzó la guardería y lloró desconsoladamente al dejarla. Esos fueron buenos ejemplos de días en los que mi corazón estaba dividido. Sin embargo, sabía que le debía a mis pacientes el presentarme y ofrecerles la atención que se merecían, también esos días.
Recuerdo un día concreto cuando entré en la habitación, tenía una familia preocupada por su hijo pequeño que también había recibido un diagnóstico que le cambió la vida. Los miré a los ojos y les dije con toda honestidad que “mejoraría”. Me creyeron, sonrieron y me agradecieron por el tiempo que les dediqué. Recuerdo el día que convencí a una adolescente desesperada de que ella era importante para las personas que la rodeaban, aunque en ese momento no se sentía así. Ella me creyó y luego me llamó algo parecido a “ángel”. Recuerdo el día que mi pie no dejaba detenerme, así que me senté en la habitación con unos padres, a quienes les tuve que dar una mala noticia. Y lloramos juntos. Al final, mi propio dolor parecía menos preocupante.
Me di cuenta de que estaba luchando con mis preocupaciones y sufrimientos, en esos días cambiar mi enfoque y escuchar a los demás me salvó. Las historias de mis pacientes, la aceptación de sus situaciones, su valentía frente a la adversidad, su falta de voluntad para rendirse, sus sonrisas y su paciencia a pesar de todo, fueron la armadura que yo misma necesitaba para sobrevivir a esos días. Necesitaba su compasión. Y aunque no me daba cuenta, me la estaban ofreciendo.
A pesar de las opiniones fluctuantes que existen hoy día en el mundo sobre los sanitarios, creo que la medicina es una profesión noble y los sanitarios somos sus héroes. Se presentan a sus pacientes una y otra vez y les dan lo mejor de sí mismos, a menudo luchando contra sus propias luchas personales al mismo tiempo. Pero también escribo esto ahora para decir que mis pacientes han sido mis héroes en las últimas semanas. Me han dado esperanza y ayudado a recuperar mi coraje en los momentos en que más lo necesitaba. Su valentía me ha dado fuerzas y su agradecimiento me ha dado la esperanza en que el trabajo que hago tiene sentido. Gracias a ellos sé que tengo que seguir luchando por ello.