Un buen médico no trabaja solo
A good doctor doesn’t work alone
Cristina Russo del Rio. Alumna de 4º de medicina UFV Madrid
Resumen: En esta narrativa una alumna de 4º expone una experiencia docente que le reveló el valor y la necesidad del trabajo en equipo para realizar un atención integral y eficiente.
Summary: In this narrative a 4th year medical student exposes a experience that revealed her the value and need of the teamwork for a comprehensive and efficient care.
He estado pensando sobre los diferentes momentos que en mis prácticas clínicas me han llevado a estar de alguna forma implicada con pacientes. En este ejercicio de reflexión sobre esas prácticas, me he dado cuenta de que son muchos los que han dejado algo en mí. Me refiero a profesionales y pacientes; en UCI, en consulta, en revisiones, en urgencias, con las familias, en operaciones,… resulta curioso en estas etapas tempranas de mi aprendizaje caer en la cuenta de que la gran mayoría de las situaciones vividas han dejado algún tipo de “huella” o por así decirlo, han “hecho mella en mí”, de manera que me percato de que estas son los cimientos en los que se empieza a apoyar mi perspectiva sobre muchas cosas. Aprendes que profesionales y pacientes, tienen formas de comportarse, de responder ante las situaciones que viven y a las que tienen que enfrentarse de manera diferente, y lo que me llama especialmente la atención es que a nada que reflexiones resulta muy difícil juzgar la mayoría de esas actuaciones, me refiero a etiquetarlas de una forma reduccionista como si fuesen correctas o incorrectas, apropiadas o inapropiadas.
La verdad es que con mi aun escasa experiencia, sin embargo me considero afortunada, por lo que antes he dicho, por haber tenido muchos momentos de interés para mi. Tal vez muchos de ellos resulten para un lector con experiencia clínica anodinos o poco impactantes, seguramente impropios para publicarlos como reflexión,…pero para mi han sido, en este estadio precoz de mi aprendizaje, realmente enriquecedores. Podría haber escogido para esta reflexión diferentes historias: de pediatría, de geriatría, de cuidados paliativos, de urgencias o incluso de UCI donde cada minuto más de vida está en suspenso. Finalmente me decido por contar una experiencia que tuve uno de mis días por la rotación en consultas de psiquiatría.
Era una mujer, unos 40 años, y acudía como caso especial,… una urgencia. La psiquiatra, (una de las mejores con las que he tenido el placer de pasar consulta como estudiante) aceptó verla en mitad de su consulta.
La paciente vino solamente acompañada de un hombre, el cual no se presentó en ese momento; yo, como estudiante no quería interrumpir para preguntar por su relación con la paciente, así que esperé y escuché la conversación.
La paciente se encontraba muy desorientada, despeinada, desaliñada, con mal olor, mala higiene bucal, gafas de sol para ocultar sus irritados ojos. Según escuchaba, parecía tratarse de un brote psicótico por su esquizofrenia. Sin embargo se mostraba receptiva, colaboradora y sobre todo muy angustiada y preocupada,… estaba muy nerviosa.
Fue entonces cuando el acompañante habló, y noté que se mostraba verdaderamente preocupado por la paciente. Nos contó que había ido a verla esa tarde a casa y charlando con ella la había encontrado “más alterada de lo que la recuerda y más olvidadiza”, así que tras convencerla consiguió traerla al hospital para que fuese atendida médicamente.
Mi tutora me proporcionó el caso clínico para poder disponer de más información al respecto: se trataba de una paciente con esquizofrenia desde hacía años, bien controlada pero que en los últimos meses estaba teniendo brotes. Vivía sola, no trabajaba, no conducía, por lo que si se descontrolaba sería un peligro para su propia salud ya que podría estar dejando la medicación, alimentándose mal, con mala higiene,… e incluso podía poner en peligro a terceras personas.
Llegados a este punto, empezamos a indagar más en la paciente, queríamos ver qué había cambiado en su vida, qué había cambiado en ella, cómo se sentía últimamente, si había tenido particulares preocupaciones o inquietudes que la hubiesen llevado hasta ese punto. De una forma que me resulta difícil describir, mi médico mostró una empatía con la paciente envidiable, esta se abrió completamente y se mostró tan preocupada consigo misma que pidió el ingreso. Entonces, la paciente me miró directamente y me dijo:
“¿Sabes?, si él no hubiera venido a por mi yo sola nunca habría venido. No sabes lo importante que ha sido para mi tener a alguien que me visita todas las semanas, que se preocupa por mi, tener que rendir cuentas a alguien, poder charlar sintiendo que me entienden y que no se asustan de como soy.”
En este momento me dí cuenta de quién es él. Forma parte del trabajo de voluntarios, los cuales de forma totalmente altruista se encargan de ir a ver de vez en cuando, a visitar a los pacientes psiquiátricos que viven solos, que no tienen familias en las que apoyarse. Intentan conectar con ellos a otros niveles y no solo el de la salud física. Reflexiono sobre estas personas, como yo, como todos nosotros, que podrían pasar su tiempo en muchas otras actividades personales, que también tendrán que trabajar, estudiar, salir, hacer recados, limpiar, cuidar de sus hijos,… y sin embargo deciden quitarse tiempo de ellos para dárselo a los demás. Realmente parece algo muy sencillo, que cualquiera podemos hacer, ¿no? Yo antes de esto, he de admitir que no veía muy clara la utilidad de los voluntarios, teniendo una buena consulta y seguimiento del paciente como médico era más que suficiente, ¿no?.
Este simple suceso me abrió los ojos sobre la complejidad de una atención real a las personas. El médico es considerado el principal cuidador de la salud, sin duda, pero el médico, aún siendo este excelente, no puede trabajar solo; necesita de la ayuda de muchas otras personas para hacer una apuesta verdaderamente integral y multidisciplinar. Y no solo me refiero a compañeros médicos o personal sanitario (enfermeras, celadores, etc) sino, como en este caso, de gente empática que da, aparentemente sin recibir nada más (y nada menos) que la gratitud de otra persona.
En aquél momento, se decidió que lo mejor sería ingresar a la paciente durante unas semanas para tratar de estabilizarla y así ver si habría que ajustar medicaciones o detectar mejor las razones que habían precipitado el problema de esta paciente.
Sin embargo, la paciente comentó que ella prefería “irse atada por si acaso, que no había problema con eso”. El médico se sorprendió mucho, no es algo agradable que te amarren a una camilla para trasladarte. Tras hablar con ella entre los tres que estábamos en la sala, la paciente seguía empeñada en irse “contenida”, así que tranquilizándola y mostrándole que podía contar con nosotros, el médico le ofreció tomar algún tipo de calmante. Este gesto puede pasar desapercibido o como algo normal, pero hoy en día hay médicos que solo se centran en la clínica, los síntomas y la gravedad del momento, pero no en cómo se siente realmente el paciente en cada situación. No tenemos que aguantar el dolor si tenemos remedios para controlarlo efectivamente, o en este caso, la angustia y la ansiedad de la situación podía aliviársela de forma adecuada.
Ya decía que quizás los puntos de los que hablo no sean demasiado sorprendentes o impresionantes para muchos, quizás, al que lea esto, estos actos les puedan parecer cotidianos y normales de una consulta, pero personalmente, a lo largo de mis aún limitadas experiencias con diferentes médicos me he dado cuenta que no todos los médicos actúan igual ante este tipo de situaciones. Existen muchas maneras de reaccionar y no todas son iguales de efectivas a pesar de tener en teoría los mejores conocimientos de medicina.
Me doy cuenta de que no estoy contado ninguna situación espectacular, tipo vida o muerte, ni tampoco un momento traumático en la vida de nadie, ni es la narración de ninguna pérdida emotivamente impactante, pero he escrito sobre un momento que me hizo reflexionar durante mis prácticas y que en cierta medida “me cambió”. Lo que he descrito en esta simple narración ese día hizo sentirme y percatarme de aspectos sobre los que antes nunca había meditado y así me hizo descubrir aspectos ocultos sobre lo que significa y supone la atención a los pacientes.
Al acabar el día, me sentí contenta,…realizada, podría decirse. Había presenciado como un trabajo en equipo donde se busca lo mejor para la otra persona es la clave de la efectividad clínica. Y para esto la fórmula parecía estar en una combinación de, no solo y por supuesto una buena formación médica, sino también de empatía, altruismo, atención, entendimiento, y colaboración, ingredientes estos que me parecen ahora tan fundamentales para mi futuro trabajo como médico como difíciles de conseguir en todas las situaciones con pacientes a las que tenga que enfrentarme.
Creo que ese día también descubrí que no todo está en los libros, “mi” paciente había llegado hasta nosotros porque había notado algo diferente y sobre todo porque con el voluntario, tenían una conexión, se sentía cuidada y entendida, no estaba sola a la deriva, perdida en la enfermedad y que por tanto valoraba su consejo. Realmente sin este eslabón de la cadena nunca habría llegado a nosotros, o lo hubiera hecho traída por la policía en alguna situación, tal vez más tarde, tal vez mucho peor por la evolución de su brote.
Aunque estudiamos el impacto que una operación o una medicina tiene en una determinada enfermedad, no parece que haya mucha información sobre la influencia que este tipo de atención que he descrito tiene sobre la enfermedad y la calidad de vida de la paciente. Hoy en día, las personas parece que lo que más nos preocupa es vivir eternamente, y alargar la vida lo máximo posible, y esto se nos transmite en la carrera, sin embargo quizás deberíamos centrarnos más en las estrategias para mejorar esa calidad de vida de nuestros pacientes, que ahora creo entrever que depende no tanto de lo que damos a nuestros pacientes sino de cómo lo damos.