Los Médicos y la práctica clínica en “El Cuarteto de Alejandría” de Lawrence Durrell.
Comentarios de Roger Ruiz Moral (Córdoba)
La presencia de los médicos y la medicina en la obra maestra de L Durrell resulta tan chocante, por lo que tiene de constante y diverso, que se podría pensar que el propio Durrell confiere a estos profesionales o a la ciencia que estos practican un papel metafórico en la misma. Cabe aventurar que la medicina y sus protagonistas representan una especie de hilo conductor una especie de leit motiv, una constante que impregna gran parte de las escenas y que a su trasluz confiere a estas un significado especial. El sentido quizás sea el de descubrir lo propiamente humano, pues “El Cuarteto” es ante todo un bellísimo canto a lo humano en sus dos dimensiones más significativas: la sentimental y la física. La primera tiene sin duda en el amor la emoción dominante, pero a su vez y como surgidas de esta, se encuentran también todas aquellas otras emociones subsidiarias, de las que muchas representan los diferentes matices en positivo y otras solo pueden entenderse como sus variedades opuestas. Esta dimensión está representada sobre todo por Darley y sus amantes Justine, Melissa y Clea pero también por Pombal y Fosca, por Mountolive y Leila o Liza o por esta y Pursewarden y abarca casi todos los espectros posibles, desde el amor incestuoso de estos últimos al prohibido de los primeros. La segunda dimensión, la física, la representan los propios médicos Balthazar y Amaril con los que Durrell parece querer simbolizar una sensibilidad ligada y limitada por lo corporal y que tiene por una parte en el dolor, la enfermedad y en la muerte (sin duda también en todas las múltiples contingencias de lo finito) sus constantes más insistentes. Pero por otra parte, precisamente son estos propios médicos los que con sus acciones y actitudes representan el contrapunto necesario al idealismo retórico de los mundos creados por los primeros en el escenario fantástico de una ciudad mítica que desde luego no es ninguna Alejandría conocida por ninguno de nosotros, pero menos aún por aquellos que viajaron en un paquete turístico a Egipto. Con estas dos grandes visiones contrapuestas y complementarias a la vez, en un paralelismo similar al que representó en su dia la sensualidad voluptuosa y mística de Cleopatra y el fanatismo de Hipatia, este inglés genial nos ofrece una obra para que la interpretemos, analicemos y aprendamos con ella, pero sobre todo para que la disfrutemos.
Pero ¿cómo son los médicos de la Alejandría de Durrell? Mientras que por una parte el judío Balthazar tiene el carácter de figura protagonista, hasta el punto de que el tercer libro lleva su nombre y es a través de sus impresiones que el lector en gran parte puede construir el mismo algunos de los otros personajes, Amaril aparece sin embargo como una figura huidiza, referencial, casi fantasmagórica, que por si mismo no nos cuenta nada (salvo tal vez y muy brevemente al final de la obra), siendo el relato de los otros personajes el que nos permite imaginar a un hombre siempre dispuesto, al que nadie parece reprochar nada y todos agradecer, un hombre ignoto y celoso de sus responsabilidades…y que sin embargo al final la confesión del amor que Clea, mujer de carácter fuerte e independiente, le profesa, nos desconcierta y engrandece su esquiva figura. La misteriosa historia de amor de Amaril a través del tiempo con un personaje enmascarado (dómino en el Carnaval) al que tras un breve y apasionado encuentro aislado, pacientemente persigue año tras año, esperando sin conocer nada de ella, es muy reveladora de la personalidad de este médico. Finalmente cuando se descubre al dómino como una joven simple y desfigurada surge el auténtico sanador que es Amaril. Efectivamente es después de que Semira descubriese por accidente su cara cuando él reafirma su amor y confiesa su propósito de restaurarla en lo que podría interpretarse como una prueba de una integridad ética sin fisuras, pero que sobre todo representa la demostración de la inclinación natural de un hombre sensible. En este sentido Balthazar es más humano, más contradictorio y Durrell nos permite que nuestra mirada sobre él sea más crítica, ya que lo coloca como narrador a la vez que describe sus circunstancias con más detalle, todo esto hace que el lector pueda construir por si mismo al personaje. Sin embargo tampoco Balthazar esta exento de alegoría. Al inicio del cuarto volumen (Clea) este médico se nos presenta como un ángel caído que lucha por salir de la miseria a la que le ha llevado su propio miedo a la vejez y a la mortalidad. El espejismo de una vida ilimitada en el que se obceca incluso aquél que está en contacto directo con el sufrimiento y la descomposición constantemente. Balthazar juega también a representar la paradoja persistente en estos profesionales: son los otros los que enferman y mueren…Hasta que un buen dia, un pequeño detalle nos hace conscientes de nuestra decrepitud…en Balthazar fue la dentadura, precipitándolo así al abismo de una horrorosa pesadilla que nunca se llega a comprender completamente y tampoco a superar.
Pero el cuarteto está infestado de mensajes del que los médicos podemos aprender o por lo menos disfrutar quizás mucho más que cualquier otro lector (¿?): curiosas descripciones de tipos con taras, enfermedades físicas y comportamientos psicopatológicos como la descripción del viejo y simpático sinverguenza de Scobie en Justine. Nuevas visiones sobre la fisiología: “El sudor inunda la cara, el pánico nos invade al sentir las suaves contracciones y dilataciones de las vísceras que cumplen su tarea sin tener en cuenta para nada al hombre que las está observando y que es uno mismo. Una ciudad completa con sus actividades, una fábrica productora de excrementos, Dios mio un sacrificio cotidiano. Una ofrenda al retrete por cada ofrenda al altar.” Aventuradas hipótesis de una fisiopatología existencial: “Quiero decir que si usted tiene una vela en la mano puede proyectar la sombra de los vasos sanguíneos de la retina en la pared. No es lo bastante silencioso. Nunca hay allí una inmovilidad absoluta; nunca hay el silencio suficiente para alimentar al trimegisto. De noche puede oir la carrera de la sangre en las arterias cerebrales. Los lomos del pensar. Lo hace retroceder a uno a través de los engranajes de la acción histórica: causas y efectos. Imposible descansar, imposible detenerse y empezar a mirar en la bola de cristal. Hay que trepar por el cuerpo físico, separando suavemente por las masas musculares para abrirse paso, los músculos lisos, los estriados; hay que examinar el sistema de alumbrado de las tripas en el abdomen, el páncreas, el hígado atascado de basura como un sifón de lavabo, la bolsa de orina, el rojo cinturón desabrochado de los intestinos, el suave y córneo pasillo del esófago, la glotis con su mucílago más aterciopelado que la bolsa de un canguro. ¿Qué quiero decir con eso? Que uno busca el esquema coordinador, la sintaxis de una Voluntad capaz de lograr la estabilización total y suprimir su tragedia.” Arriesgadas teorías sobre el comportamiento sexual: “Muy pocos comprenden que la sexualidad es un acto psíquico y no físico. El torpe acoplamiento de los seres humanos no es sino una paráfrasis biológica de esta verdad, un método primitivo de poner los espíritus en contacto, de comprometerlos. Pero la mayoría de las gentes se detienen en el aspecto físico y no tienen conciencia de la armonía poética que con tanta torpeza el acto trata de mostrar.” O sencillamente del comportamiento humano siempre condicionado por la tiranía del instinto: “Los espíritus desmembrados por el sexo no alcanzan la paz hasta que la vejez y la impotencia los persuaden de que el silencio y la tranquilidad no tienen nada de hostiles”. Y por supuesto siempre en la voz del propio Balthazar, propuestas y recomendaciones para una buena práctica clínica: “Un buen médico, y en particular un psicólogo, debe impedir deliberadamente que el enfermo se recupere con excesiva facilidad. Esto se hace para saber si la psique ha sufrido algún golpe real, pues el secreto de la cura está en el paciente y no en el médico. ¡La única medicina es la reacción!”, o esta otra: “como médico, certifico que los insultos pueden dar resultado terapéutico allí donde la medicina ha fracasado”
Es evidente que a estas alturas no decimos nada nuevo si recomendamos vivamente leer El cuarteto de Alejandría sea el lector médico o no lo sea ¡claro!