La confesión amorosa del paciente: Una oportunidad de intervención terapéutica
El desafío que se plantea como casi todos tiene un truco, la propia palabra desafío se asocia a algo amenazante y no a una oportunidad. Sin embargo en este caso la única amenaza para el médico es él mismo, sus necesidades, deseos, fragilidades, heridas y frustraciones. Estas le pueden conducir a perder su rol y dañar al paciente y/o a él mismo y sobre todo a perder una oportunidad de ofrecer al paciente una ayuda no a través solamente de sus palabras sino por medio de su propia conducta en la consulta.
Llama la atención que, en uno de los artículos que aquí traemos, su autor, Salvador Pertusa, prestigioso médico de familia, sea capaz de describir la ocurrencia de estas situaciones y sin embargo no se atreva, (posiblemente no sea tampoco el lugar para hacerlo una colaboración abierta en Internet), a hablar de cómo él se ha sentido, de qué cosas se han movido en su interior.
Debemos partir de que si hay algo claro en este tema, como creo que otras colaboraciones de este número señalan, es que el médico no puede caer en la trampa de aceptar las propuestas del paciente y establecer una relación amorosa y/o sexual con éste. Entre las razones la más evidente son los códigos éticos de la profesión que lo prohíben y en muchos casos la Ley podría actuar contra el infractor de estos límites de la relación médico-paciente y la perversión de su finalidad y encuadre. Cuando comento sobre la posibilidad de que sobre el médico caiga el peso de la Ley lo digo fundamentalmente basándome en los ejemplos recogidos por la literatura de otros lares. En revistas médicas internacionales no es difícil encontrar artículos sobre estas situaciones y noticias sobre sanciones a médicos por hechos relacionados con relaciones sexuales con sus pacientes.
En nuestro país, hechos como el descrito por Salvador parece que “no ocurren”, ya que es un tema que ha recibido poca atención en la literatura y la formación médica. Por eso quizás con esta colaboración Salvador nos está preguntando “¿esto que me ha ocurrido a mi le ocurre a otros? ¿Que es lo que hay que hacer en estos casos?” Pero, la realidad es que seguramente esto pasa en nuestro contexto y país, solo que no existe la suficiente sensibilidad para considerarlo un desafío, una potencial fuente de problemas y oportunidades y sobre todo como el origen de un posible daño al paciente. Porque desbordar la relación médico-paciente y convertirla en una relación amorosa y/o erótica es con bastante probabilidad una equivocación en la elección de pareja y un fracaso emocional para ambos y que también con elevada probabilidad puede producir un daño grave al paciente. Al siempre agudo y querido Frederic Platt le escuchamos decir sobre esto en un taller impartido en un congreso profesional: “lo más leve que puede suceder es que el paciente pierda un buen médico y gane un amante frustrante”.
Cuando más arriba utilizaba la palabra trampa en absoluto quería decir que piense que habitualmente estas confesiones amorosas representen un juego frívolo y deliberado del paciente (aunque también puede darse esta situación) sino que la trampa al médico consiste en un intento del paciente de perpetuar sus conflictos, su renuncia a crecer y a superar sus déficit más profundos y limitantes, un sabotaje inconsciente de la posibilidad de una relación terapéutica y la destrucción de una figura de ayuda.
De ahí deriva la oportunidad para el médico de, sin rechazar al paciente, aprovechar esta oportunidad para poder contribuir a hacerlo consciente de sus propias trampas, y ayudarle a eliminar la confusión de mezclar los distintos planos de las relaciones humanos, a clarificarle donde, dentro de estas, se ubican las relaciones sexuales/eróticas, y a ser más conscientes de sus necesidades, de sus dificultades en las relaciones con otras personas, a la vez que se ayude a favorecer el que el paciente adquiera más capacidad para afrontar sus deseos y fantasías.
Como llevar esto a la práctica requeriría más que una serie concreta de reglas y recomendaciones. Deberíamos realizar unas consideraciones más amplias y promover aquellas experiencias que permitieran al médico comprender mejor al paciente, analizar el contexto y la relación en la consulta y también neutralizar sus propios deseos y necesidades y sobre todo no “actuarlos”.
He aquí también un terreno que en la medida en la que no se aborda sin tabúes, con la seriedad requerida y no se contempla en el ámbito de la enseñanza a médicos jóvenes, estudiantes y residentes, para en primer lugar abrirles los ojos a que situaciones como las que este “reto del mes” planteaba es muy probable que en sus relaciones profesionales en algún momento de su carrera puedan llegar a experimentar, que es algo que por lo tanto les sucede a los médicos y sobre lo que deberían conocer tanto sus peligros, como las recomendaciones para actuar de la mejor manera profesional posible, incluyendo entre ellas, la que en este comentario destacamos de no dejar de plantear este tipo de situaciones como oportunidades para ayudar al paciente de manera profesional. En el comentario de Cheryl Winchell que aparece en el artículo “La Paciente Seductora” se ofrecen otras interesantes recomendaciones educativas en relación con el tema.
Muy interesante el artículo con bastante claridad. Creo meva a ayudar mucho porque siento que perdí al médico gastroenterólogo que consideraba un gran amigo quien inicio una serie de insinuaciones a las que al principio no les preste atención y las ignoraba pero se intensificaron y hoy existe una relación amorosa con él. Me enamoró su gesto de ternura ante la perdida de un familiar lo que casi no observo en él. Ya la relación médico-paciente se ha roto, ahora no se como tratarlo sólo trato de evitarlo he perdido la confianza en el médico, siento que ya no le interesa mi salud pero tengo sentimientos hermosso hacia él que estoy tratando de dejar de sentir, sin embargo extraño al médico. Varias pacientes me han hecho comentarios sobre la conducta de este médico y de algunas estudiantes. Debe tener un problema.