Ansiedad: Dos visiones, dos soluciones
Roger Ruiz Moral Editor de Doctutor
Resumen: La ansiedad es el problema de salud mental que más se diagnostica pero más allá de eso, representa un estado psicológico que interfiere en nuestras vidas haciéndolas más “difíciles”. En este artículo se ofrecen dos visiones que fundamentan el origen y desarrollo de los estados de ansiedad con teorías distintas (que aquí se las llama ficciones) y de esta forma ofrecen propuestas de solución también distintas y de diferente alcance. Mientras que una, la del “Yo Omnipotente” basa la ansiedad en la lucha entre las pulsiones internas y la realidad y ofrece como respuesta estrategias para escapar momentáneamente de esa realidad, la otra, la del “Yo Relacional”, propone que la construcción del Yo (del significado y la experiencia emocional) ocurre en el ámbito de la relación con el otro y ofrece como respuesta usar lo que nos angustia para el crecimiento y mejora de las relaciones. Ambas visiones, sin embargo, tienen un sólido y largo historial de propuestas en los ámbitos de la filosofía, ciencias sociales, medicina, o psicología que las avalan.
Anxiety: Two Views, Two Solutions
Abstract: Anxiety is the most frequently diagnosed mental health problem, but beyond that, it represents a psychological state that interferes with our lives, making them more “difficult.” This article offers two visions that support the origin and development of anxiety states with different theories (which are called fictions here) and thus offer different and far-reaching proposals for solutions. While one, that of the “Omnipotent Self”, bases anxiety on the struggle between internal drives and reality and offers strategies to momentarily escape from that reality as a response, the other, that of the “Relational Self”, proposes that the construction of the Self (of meaning and emotional experience) occurs in the context of the relationship with the other and offers as a response the use of what distresses us for the growth and improvement of relationships. Both visions, however, have a solid and long history of proposals in the fields of philosophy, social sciences, medicine, or psychology that support them.
El próximo examen, la próxima guardia, la sesión clínica que he de presentar, el plantear los turnos de vacaciones con los colegas, la complicación inesperada en la mesa de operaciones, el paciente que se complica y que no consigo resolver, el resultado de la prueba que derrumba mis hipótesis diagnósticas, la mala noticia que he de comunicar a un paciente apreciado, el pesado, el exigente, el que “no tiene nada” y sin embargo insiste en venir cada mes a la consulta, el que sí tiene pero no consigo dar con lo que tiene o mejorarle….
Hay una inacabable lista de vivencias en nuestro trabajo como sanitarios, pero también simplemente en nuestra vida de humanos, ante las que experimentamos algunos inconfundibles signos físicos: nos suben las pulsaciones, nuestros músculos se tensan, sudamos profusamente, nuestra capacidad análisis disminuye y nuestra mente se ofusca en mayor o menor grado. Esto es lo que etiquetamos como tensión, estrés, ansiedad. La ansiedad es el estado de ánimo que por excelencia parece dominar nuestra vida, como si fuera la gasolina que nos permite tolerar y afrontar el frenético mundo en el que nos desenvolvernos. Las anteriores situaciones descritas, muy frecuentes en la vida de un estudiante o residente de medicina o enfermería o de un sanitario, y que solemos etiquetar de estresantes, son la realidad de nuestro trabajo, y en cierta medida, sin un mínimo de ansiedad o tensión (que variará en función de la tarea y la persona) no será posible tener éxito a esa persona en esa tarea, pero si esta tensión es demasiada tampoco conseguirá realizarla. El problema es como elegir la tensión adecuada y, aún más, si esto es realmente posible.
La ansiedad es el problema de salud mental que se diagnostica con más frecuencia en el mundo en la actualidad. Los pocos tratamientos psiquiátricos para la ansiedad que hoy día dominan el campo son bien conocidos. Los remedios para la ansiedad son abundantísimos. Por una parte, están las terapias y medicamentos habituales que se ofrecen desde la medicina oficial. Pero más allá de estos, nuestra sociedad también parece haber creado una vasta infraestructura contra la ansiedad. Tiendas de alimentos saludables que venden vitaminas y suplementos dietéticos que “mejoran el estado de ánimo”. Mantas con peso y aplicaciones de meditación. Aceites esenciales y seminarios on line de entrenamiento en mindfulness. Libros para colorear para adultos, lámparas de sal, juguetes para aliviar el estrés, animales de apoyo emocional. Un flujo interminable de libros de autoayuda. Un millón de cosas para ayudarnos a conciliar el sueño y mantenerlo: pastillas de melatonina, almohadas terapéuticas, tés calmantes con valeriana, máquinas de ruido blanco, aceites varios. La lista es interminable.
La filosofía también tiene una larga historia tanto en la indagación sobre el origen de la ansiedad humana como en ofrecernos remedios para afrontarla. Filósofos de todo el mundo y épocas han pensado y escrito sobre la ansiedad desde tiempos inmemoriales, mucho antes de que fuera catalogada oficialmente como un trastorno psicológico. Desde el estoicismo y el epicureísmo en Grecia hasta el confucionismo en China, desde las fuentes hindúes y budistas hasta los existencialistas europeos, los filósofos han tenido mucha sabiduría terapéutica para compartir con sus lectores. Esta fue la tesis principal del famoso best seller de de L Marinoff de hace ya algunos años “Más Platón y menos Prozac” (aunque este se centrara más en la melancolía) o del reciente libro de David Rondel “A danger which we don´t know. A philosophical journey into anxiety.” (no traducido aún), en el que presenta a la filosofía como un medio para ofrecer alivio al paciente ansioso: frente a la abrumadora fuerza de la ansiedad, la filosofía ofrecería herramientas poderosas y nos ayudaría a lograr precisión y claridad de pensamiento para combatir el estrés de la ansiedad. Pero también, el pensamiento altamente abstracto que ofrece la filosofía puede servir como una forma de escapismo, una feliz distracción de la ansiedad de la vida cotidiana.
Todo lo anterior en cierto modo no es más que un buen reflejo de la importancia que damos a este problema pero también de la dificultad que tenemos para controlarlo. En este artículo ofrezco dos visiones que fundamentan el origen y desarrollo de los estados de ansiedad en teorías distintas (las he llamado ficciones) y de esta forma ofrecen propuestas de solución también distintas y de diferente alcance. Ambas visiones, sin embargo, tienen un sólido y largo historial de propuestas en los ámbitos de la filosofía, ciencias sociales, medicina, o psicología que las avalan.
Apuntes para imaginar dos ficciones sobre el origen de la ansiedad y sus posibilidades de manejo
La visión del “Yo omnipotente y codicioso” de Irish Murdoch
De esta forma he elegido dos ficciones sobre la ansiedad, sobre su origen y estrategias de solución derivadas. Una de las ficciones se basa en imaginar la ansiedad como algo que acontece en la mente de un ser independiente, autónomo y regido por los impulsos propios de su condición orgánica. Es decir, un yo independiente que se constituye a sí mismo en función de esas variables internas propias de su “corporeidad”.
Un buen ejemplo de esta visión se puede encontrar en la obra de mi admirada novelista irlandesa Iris Murdoch. En su libro “La soberanía del bien”, Murdoch escribe: “Somos animales dominados por la ansiedad. Nuestras mentes están continuamente activas, fabricando un velo ansioso, habitualmente egocéntrico… que oculta parcialmente el mundo”. Ese ego ella lo etiqueta como “enorme e implacable”, en la medida en la que sería el soberano absoluto que rige nuestras vidas y dicta nuestra atención hacia el mundo.
Antecedentes psicológicos de la visión del “yo omnipotente y codicioso”
No pretendo aquí repasar las diferentes teorías psicológicas ni filosóficas derivadas de esta visión. Por esto he escogido intencionalmente la perspectiva que nos ofrece una novelista sobre el problema de la ansiedad y como consecuencia su propuesta para afrontarla. Sin embargo, la perspectiva de la escritora tiene poderosos anclajes. Murdoch concibe la ansiedad como un estado mental fundamentalmente introspectivo. La ansiedad centra su mirada en la dirección del yo, y el yo es donde la ansiedad vive y prospera. En este sentido, la novelista irlandesa bebe de un concepto de construcción del yo que se remonta a corrientes filosóficas concretas, que aunque en su versión más moderna y occidental se puedan identificar con algunas de las doctrinas existencialistas europeas, creo que encontraría su principal pilar en la filosofía budista. Este concepto de construcción del yo, ha sido, en el ámbito de la psicología, hipotetizado y consolidado por Freud, el cual entendía el desarrollo humano (del niño principalmente) como un conjunto de impulsos, su base instintiva, el “ello”, que es preciso aprender a controlar, evaluando las consecuencias de las acciones, manejando las tensiones entre ese deseo de placer y sus repercusiones externas, a través del desarrollo del “superyó” o conciencia moral, hasta construir finalmente el “ego” (el “yo”) del sujeto. Así la ansiedad para Freud aparece cuando ese yo enfrenta conflictos internos y amenazas externas difíciles de manejar.
Propuesta práctica para afrontar la ansiedad desde esta perspectiva: escapar de la realidad
Desde aquí, Murdoch nos ofrece una visión de la gestión que deberíamos hacer para beneficiarnos ante aquellas situaciones que nos producen ansiedad. Así ella cree que en lugar de dejar que nuestra atención sea dictada por ese “yo inmenso e implacable”, podríamos lograr un mínimo de alivio de la ansiedad y la agitación interior dirigiendo nuestra atención hacia el exterior, lejos del yo. Se trataría de una actividad que ella llama desinterés. He aquí un pasaje clave:
Miro por la ventana con ansiedad y resentimiento, sin darme cuenta de lo que me rodea, pensando quizás en algún daño que se haya hecho a mi prestigio. De pronto, veo un cernícalo que se cierne sobre mí. En un instante todo cambia. El yo pensativo con su vanidad herida ha desaparecido. Ahora no hay nada más que el cernícalo. Y cuando vuelvo a pensar en el otro asunto, éste parece menos importante. Y, por supuesto, esto es algo que también podemos hacer deliberadamente: prestar atención a la naturaleza para limpiar nuestra mente de preocupaciones egoístas.
El desapego sería por lo tanto el intento de apagar el piloto automático, de redirigir el flujo egocéntrico de pensamiento y atención. Estaríamos tratando de desprendernos de lo que Murdoch llama el “organismo codicioso del yo”, que nos da una imagen falsa y distorsionada de la realidad, y de percibir y relacionarnos con el mundo tal como es en realidad (resalto en negrita intencionalmente esto, para retomarlo después).“En eso consiste el desinterés: no en la falta de atención ni en la simple ensoñación, sino en desviar deliberadamente la atención del yo”.
Es interesante ver que la descripción que hace Murdoch del “desprendimiento” se asemeja mucho al núcleo de la filosofía budista de superar el apego a las cosas. Superar ese deseo, que sería el origen del sufrimiento (ansiedad), que surge de la “ilusión” de un “yo” que necesita ser protegido o satisfecho (“ello”). De aquí, podemos entender mejor las estrategias de afrontamiento de la ansiedad que nos animan a concentrar deliberadamente nuestra atención en las “pequeñas cosas que nos ofrece la naturaleza”. Levántate temprano por la mañana, camina por el bosque, con aire fresco en los pulmones, siente como entra este aire a través de tus fosas nasales, escucha los murmullos del bosque, observa el vuelo aparentemente caótico de ese insecto, las formas de la corteza de aquel árbol, las acumulaciones de flores silvestres…. En eso consiste el desprendimiento. No en la falta de atención ni en la simple ensoñación, sino en desviar deliberadamente la atención del yo. La explicación que Murdoch da del desprendimiento de sí mismo nos hace ver que la ansiedad es un estado mental fundamentalmente introspectivo Esa inmersión que nos ofrece la caminata por el bosque nos permite “perdernos” temporalmente, lograr cierta distancia de ese yo ansioso. Se estimula un olvido tranquilizador de nosotros mismos. En esos momentos logramos cierta distancia del yo y, como resultado, nos sentimos menos ansiosos. La misma idea se aplicaría a todas las actividades que sabemos que son útiles para disminuir la ansiedad (meditar, escuchar música, correr unos cuantos kilómetros y muchas más). Siempre que nos damos cuenta de que nos sentimos más tranquilos y menos ansiosos, hay una buena probabilidad de que hayamos logrado cierta distancia del yo.
Independientemente de lo que uno piense de esta vasta ficción escapista, está claro que el imperativo en el corazón de la doctrina del desinterés de Murdoch —“prestar atención a la naturaleza para limpiar nuestras mentes de preocupaciones egoístas”— es algo que, aunque parece podría relajarnos, esto sería solo momentáneamente, sin que nos impida volver a experimentar la ansiedad cuando en la vida real nos enfrentemos de nuevo al problema.
La visión del yo relaccional
Situaciones como las descritas al comienzo de este artículo y que podemos etiquetar como estresantes, son efectivamente muy frecuentes en la vida de un estudiante de medicina o enfermería o en la de un sanitario. Sin embargo, por si mismas, no tienen un especial significado. Es por eso que ante cualquiera de ellas, algunos las puedan vivir con tensión y les cree ansiedad, mientras que otros no. Esto, que efectivamente ocurre, nos permite poner el foco, no tanto en la persona que experimenta esa situación, o en el mundo que enfrenta, sino en la interacción misma que se produce, en la que el mundo adquiere significado cuando la persona interactuante le da ese significado específico, y así experimenta ansiedad o no. De esta forma, el miedo, la angustia, como estados psicológicos que reflejan nuestra ansiedad, nos acontece por la forma en la que vivimos esas realidades, y no por sí mismas. Entonces no se trataría de que un poderoso y codicioso yo nos da una imagen del mundo falsa y distorsionada y que la solución sea relacionarnos con ese mundo “tal y como en realidad es” o salir de esa situación que nos angustia. El mundo efectivamente es lo que en realidad es, pero depende de nosotros el significado que le demos y así vivir esa interacción de manera relajada o ansiosa.
Desde la nueva perspectiva que trato ahora de exponer, el meollo del problema es que nosotros no decidimos unilateralmente el significado que damos a la vida (a las situaciones que experimentamos en ella). Es decir no existiría ese yo soberano, enorme, implacable y omnipotente de la anterior visión que lucha con sus otras versiones (pulsiones) para finalmente llegar a un control aceptable. En esta visión, “la realidad del mundo se significa por la forma en la que la introducimos en la experiencia del encuentro con los otros”. El desarrollo del yo dependería así del tipo de relación que, en los diferentes estadios principalmente de la infancia y también en menor medida de etapas posteriores, establecemos con los demás. Esta perspectiva es la que Orón Semper denomina “Encuentro interactual” (2020) y tiene también antecedentes tanto en el ámbito de la filosofía como en el de la psicología.
Antecedentes psicológicos de la visión interprocesual
En este último campo, y sin ser exhaustivo, podemos mencionar a Vygotsky y la inflexión que este autor ruso produce en la psicología al introducir, contra una psicología de la conducta, el “método dialógico”, proponiendo la “internalización del objeto” como eje del desarrollo: el movimiento hacia el objeto sería un movimiento dirigido al otro para establecer relaciones. La intersubjetividad gana pues terreno como el elemento que construye el significado y la experiencia emocional. Es decir, en el encuentro interpersonal, tanto la realidad como las demás personas, adquieren significado a la vez que uno mismo es significado. Milton Erikson, en esta línea desarrollaría la “teoría del apego”, de gran transcendencia en le desarrollo psicosocial humano: algunas experiencias que tienen los niños en los primeros años de vida, les llevan a adquirir una actitud de confianza o desconfianza básicas. Si un niño siente que sus necesidades son conocidas y satisfechas por su cuidador/a, crecerá con la confianza básica, de lo contrario se inclinará hacia la desconfianza. En Erikson la identidad personal se forma a partir de la identidad social en todos los estadios de la vida. Por otra parte el psicoanalista Henz Kohut consideraba simplista la propuesta de Freud de que el ego consiste en reconciliar y equilibrar las fuerzas, instintos o pasiones interiores. El creía que el ser humano era algo más complejo y que el niño desarrolla una imagen de si mismo, a la que llamó “self”, que trasciende ese juego de fuerzas freudiano y que tiene en las relaciones entre el niño con su cuidadora (generalmente la madre) la piedra angular que le permitirá comprenderse a si mismo a través de una experiencia gozosa del encuentro con ella.
Puesta en práctica de la visión interactual: trabajar la ansiedad
Desde esta perspectiva, lo primero que necesitamos saber es cómo vivimos la realidad e inmediatamente después por qué la vivimos de esa forma concreta. Una pregunta como: ¿por qué me produce angustia el dar una sesión clínica? que aparentemente puede parecer impersonal, esconde sin embargo temas relacionales. Toda angustia o ansiedad remite a relaciones personales y esto es así porque el mundo no tiene significado por si mismo, sino que lo adquiere por la forma en la que se introduce en la relación interpersonal. En el caso de la pregunta anterior, no tendría, sin embargo, sentido preguntarse: ¿Por qué el jefe y los adjuntos me tratan displicentemente (o como sea)? ya que en esta interacción que se dá en la sesión clínica que me produce ansiedad, “el otro” son ellos y por tanto no tiene sentido pues no dependen de mí, y no lo puedo averiguar. Las preguntas por tanto han de ser sobre uno mismo: ¿por qué me afecta tanto a mí dar una sesión? ¿por qué necesito que mi adjunto me valore más? etc. En suma: ¿por qué vivo así esta realidad?
Responder a estas preguntas, mejor con un acompañamiento adecuado será lo que me ayude a ir mitigando mi ansiedad ante esa situación en la medida en la que me van a ayudar a conocerme mejor, a reconocer mis puntos débiles, mis heridas y a la postre a reconocer que somos nosotros mismos los que construimos nuestra ansiedad y angustia. Esto inicialmente puede crear inestabilidad ya que lo que hasta ahora tendíamos a solucionar culpando a los otros (“me tratan displicentemente”) puede convertirse en un culparse a uno mismo. Surge así la necesidad de superar el esquema “culpable-inocente” que impide el crecimiento personal.
Desde esta visión y en oposición a la otra expuesta inicialmente, la solución al problema de la ansiedad o la angustia no consiste en huir de los que nos angustia y deshacerse de ella o confinarla a un espacio de “seguridad” que nos permita funcionar (temporalmente y viviendo a pesar de la angustia), si no en usar eso que nos angustia para el crecimiento y mejora de las relaciones. Al producirse (la angustia) en el marco de la interacción aplicar esto nos lleva a tratar de mejorar las relaciones con el otro (que produce nuestra angustia) considerando (tanto al otro como a nosotros mismos) como personas, esto es, como seres que son más que lo que les ocurrió y usando lo que nos ocurrió para mejorar nuestras relaciones. Esta estrategia, sin embargo, a diferencia de la de pasear por el bosque con “desinterés”, no es en absoluto fácil de poner en práctica.
Epílogo: El componente ficcional de las teorías
Ante los problemas que nos acucian a los humanos, incluyendo aquí las enfermedades de la mente y la ansiedad, toda solución exitosa (o al menos parcialmente exitosa), se basa en una interpretación de una dinámica funcional posible, a la que como humanos añadimos una pizca (o a veces mucho) de ficción; ¿que otra cosa son si no esos constructos teóricos (ficcionales) que llamamos “enfermedades”? Esta afirmación no debería interpretarse como que pretendo decir que todas las interpretaciones que hacemos de la realidad son igualmente válidas. Mi posición en este sentido es más bien como la que Jorge Volpi en “La invención de todas las cosas” defiende, y es que, aunque la forma en la que los seres humanos nos aproximamos al universo pase por fuerza por la imaginación, ello no significa que todas las ficciones sean equivalentes. Las de la ciencia (que es otra ficción en el lenguaje como bien nos lo hicieron ver los chilenos Humberto Maturana y Francisco Valera), las construimos a partir a partir de una serie de leyes rigurosas. Volpi dice: “si hipótesis y teorías son ficciones, lo son en la medida en que las verdades absolutas no existen. Se trata de afirmaciones que, pese a ser sometidas a un profundo escrutinio y ser constatadas una y otra vez mediante observaciones y pruebas de laboratorio, no consiguen ser desmentidas y mantienen su capacidad predictiva”, o como bien ha argumentado K Popper, cuando son desmentidas generalmente lo son por otras teorías e hipótesis aún más finas y potentes, que incrementan esta capacidad predictiva. Finalmente concluye el autor mexicano: “El largo camino para destruir las verdades de la religión y de la ideología pasa entonces, por apuntalar las ficciones (o no-falsedades) científicas: los únicos ladrillos con los que se sostiene nuestro conocimiento del universo”. |
Referencias
Oron Semper JV. Encuentro interprocesual. Zaragoza: ediciones UpToYou, 2020
Maturana H y Varela F. La realidad ¿Objetiva o construida? Fundamentos biológicos de la realidad. Vol II. Barcelona: Anthropos, 2009
Murdoch I. La soberanía del bien. Barcelona: Taurus, 2019
Volpi J. La invención de todas las cosas. Una historia de la ficción. Madrid: Alfaguara, 2024