Emociones a flor de piel: competencia emocional, la competencia olvidada en medicina

Montse Esquerda, pediatra. Decana de la Facultad de Ciencies de la salut, Blanquerna, Universitat Ramon Llull. Unidad de duelo complejo en niños y adolescentes. Hospital Sant Joan de Déu Terres de Lleida.
Resumen: La medicina exige equilibrar la competencia científica con habilidades humanas como la empatía, la comunicación y la gestión emocional. Aunque los avances tecnológicos han mejorado la atención médica, el cuidado integral del paciente requiere también un enfoque emocionalmente consciente. La formación médica tradicional, centrada en lo técnico, suele descuidar estas competencias, lo que puede erosionar la empatía y favorecer una postura emocionalmente distante. Los médicos enfrentan emociones intensas que, si se ignoran, pueden afectar la calidad del cuidado y generar desgaste profesional. Por ello, es esencial fomentar una conciencia emocional activa, desarrollar autonomía emocional y adoptar estrategias como la introspección, el apoyo entre colegas y el establecimiento de límites. Estas herramientas permiten a los profesionales enfrentar situaciones difíciles y practicar una medicina más humana y compasiva.
Emotions on the Surface: Emotional Competence, the Forgotten Skill in Medicine
Abstract: Medicine requires balancing scientific competence with human skills such as empathy, communication, and emotional management. Although technological advances have improved medical care, comprehensive patient care also requires an emotionally aware approach. Traditional, technically focused medical training often neglects these skills, which can erode empathy and foster an emotionally detached stance. Physicians face intense emotions that, if ignored, can affect the quality of care and lead to burnout. Therefore, it is essential to foster active emotional awareness, develop emotional autonomy, and adopt strategies such as introspection, peer support, and boundary setting. These tools enable professionals to face difficult situations and practice more humane and compassionate medicine.
High Tech y High Touch: El Equilibrio Esencial en la Medicina
La medicina moderna ha alcanzado logros impresionantes gracias al desarrollo científico y tecnológico. Hoy disponemos de tratamientos avanzados que han mejorado la esperanza y calidad de vida de millones de personas. Sin embargo, en medicina, la tecnología y el conocimiento científico por sí solos no bastan. El componente humano es igualmente fundamental. El acto médico requiere no solo aplicar técnicas precisas, sino también acompañar emocionalmente, generar confianza y comunicarse de manera empática.
El médico no trata solo enfermedades; trata personas. Así lo expresa Bernard Lown1: “Los pacientes no aceptarán por mucho tiempo ser identificados únicamente por su enfermedad. Anhelan una relación con sus médicos que sea sensible a sus almas dolientes, no un contrato comercial, sino un pacto de confianza.” Esta mirada humanista invita a repensar el papel del profesional de salud como alguien que cura, pero también cuida. En contextos complejos como enfermedades crónicas o cuidados paliativos, la dimensión humana de la atención puede marcar la diferencia en la experiencia del paciente y en su evolución clínica.
El concepto de High Touch, entendido como el conjunto de competencias relacionales, comunicacionales, emocionales, éticas y culturales, complementa al High Tech, es decir, al dominio científico y técnico. Una medicina verdaderamente integral necesita de ambos enfoques.
Una objeción frecuente sostiene que, en contextos críticos y con las enfermedades graves, lo esencial es la ciencia y la evidencia. Pero investigaciones recientes2 contradicen esta idea. Un metaanálisis de 55 estudios (casi 13,000 pacientes oncológicos) encontró una asociación significativa entre la empatía médica y mejores resultados clínicos en oncología. La empatía del médico mejora la calidad del tratamiento.
En el libro Compassionomics3, Stephen Trzeciak y Anthony Mazzarelli, recopilan la evidencia de que la compasión y empatía tiene efectos clínicos positivos, revisando literatura científica en WOS. Los resultados es que la empatía de los profesionales se traduce en mejoría clínica en 20 ítems diferentes, como mejora el dolor, reduce la ansiedad, aumenta la adherencia al tratamiento, disminuye la duración de las hospitalizaciones y hasta reduce los costos de atención. También protege al profesional del agotamiento y mejora la eficiencia del sistema.
La compasión no es solo un valor añadido; es una herramienta terapéutica con efectos tangibles. Ser empático y humano no debería considerarse un rasgo opcional, sino un componente esencial de la excelencia médica. Así como no se concibe hoy un médico sin conocimientos técnicos sólidos, tampoco deberíamos aceptar uno sin habilidades mínimas en comunicación, ética y empatía.
La erosión ética y empática en medicina
Si aceptamos que las habilidades blandas (soft skills) son fundamentales en la práctica clínica, debemos cuestionar cómo se forman los profesionales en ellas. Uno de los principales desafíos es que la educación médica tradicional sigue centrada en las ciencias duras —anatomía, fisiología, farmacología— dejando escaso espacio para el desarrollo emocional o comunicacional.
Este desequilibrio entre el saber técnico y el saber relacional provoca que muchos estudiantes pierdan de vista las motivaciones humanistas con las que iniciaron la carrera. Lo señala Piemonte4 en La muerte y el morir: “Desde el primer día se me enseñó que lo verdaderamente importante eran los datos fisiológicos, no el sufrimiento humano.”
Este enfoque contribuye al fenómeno conocido como erosión ética y empática. Estudios muestran que la empatía de los estudiantes de medicina tiende a disminuir con el avance de la formación, especialmente durante el ciclo clínico. Mohammadreza Hojat5 lo identificó en el tercer año, al que llamó “el diablo está en tercero”. El estrés académico, la sobreexposición al dolor y la influencia de modelos deshumanizados contribuyen a una actitud más fría y distante hacia los pacientes.
Buena parte de estas competencias humanas se adquiere de forma indirecta e implícita, a través del llamado currículum oculto6: el aprendizaje no formal que se da por imitación y observación en el entorno clínico.
Este aprendizaje vicario muchas veces transmite contradicciones con respecto a lo que se enseña de forma explícita en clase. Aunque la teoría promueva la empatía, la práctica diaria en hospitales transmite otro mensaje: la necesidad de ser fuerte, no implicarse emocionalmente, y priorizar la eficiencia sobre la conexión humana. Esta lógica puede conducir a una visión mecanicista del paciente, reduciéndolo a un caso clínico o un conjunto de síntomas, lo que se conoce como “negligencia existencial”.
Diversos estudios analizan cómo los profesionales en formación aprenden a lidiar con emociones como el llanto en contextos hospitalarios7,8. Las estudiantes de enfermería suelen recibir validación por mostrar emociones; los estudiantes de medicina, en cambio, reciben mensajes de contención emocional y dureza.
En suma, lo que no se enseña de forma estructurada se aprende a través de la cultura institucional, que muchas veces refuerza actitudes defensivas y despersonalizadas. Así, se genera un profesional técnicamente competente, pero emocionalmente desconectado.
La formación médica debe integrar de forma explícita el desarrollo de habilidades humanas. No basta con esperar que los estudiantes las adquieran por imitación, por intuición o por azar. La calidad del cuidado depende tanto de la precisión científica como de la sensibilidad humana y no deberíamos confiar en que el currículum oculto resuelva esta formación. Por el contrario, se necesita una estructura educativa que valore, enseñe y evalúe competencias comunicacionales, éticas y relacionales como parte central del acto médico.
Las emociones en medicina: una realidad ineludible
Las competencias emocionales son parte de estas llamadas “habilidades blandas” y son también fundamentales en el ejercicio de la medicina. No solo influyen profundamente en la calidad de la relación médico-paciente, sino que también inciden en la toma de decisiones clínicas, el diagnóstico y el bienestar del propio profesional. Aunque tradicionalmente se ha considerado la medicina como una disciplina objetiva y racional, guiada por el conocimiento científico, esta visión ha dejado de lado un componente esencial: la dimensión emocional, la dimensión más olvidada en medicina.
En las últimas décadas, se ha incorporado progresivamente en medicina asignaturas de comunicación y de relación, pero hay aún una carencia grande en el manejo de las emociones, y persiste la tendencia a minimizar un aspecto crucial: los médicos también sienten. Sus emociones impactan su práctica diaria, su capacidad de empatizar y, por ende, la calidad del cuidado que brindan.
Durante la formación médica, existe también ese currículum oculto emocional: un conjunto de normas no escritas que, de forma implícita, enseñan a los futuros médicos a suprimir sus emociones frente al sufrimiento. Como indica Childers9, se ha asumido por mucho tiempo que el médico ideal debía ser un paradigma de racionalidad frente a un paciente emocional. Esta lógica ha perpetuado la idea de que, para ejercer bien la medicina, es necesario reprimir toda emoción personal, especialmente ante la enfermedad, el dolor o la muerte.
Este patrón de represión emocional se transmite más por imitación que por enseñanza directa. Los estudiantes observan a sus profesores y colegas actuar con aparente frialdad ante situaciones emocionalmente intensas, internalizando que la contención es sinónimo de profesionalismo. Pero esta contención, si se lleva al extremo, puede derivar en deshumanización, insensibilidad o burnout.
Los médicos no son máquinas; son seres humanos que razonan y sienten al mismo tiempo. La emoción forma parte de todo proceso clínico. Jerome Groopman11, en su libro How doctors think, sostiene que gran parte de los errores médicos derivan de fallos cognitivos influenciados por emociones no reconocidas. La ansiedad, la culpa, la frustración o incluso el asco pueden afectar la forma en que se interpreta un cuadro clínico, cómo se comunican malas noticias o qué decisiones se toman.
Danielle Ofri12, en What doctors feel, relata su experiencia como estudiante al enfrentarse a su primer caso de violencia sexual. Incapaz de atender a una paciente sin hogar debido al asco que le generaba su olor, aspecto físico y la presencia de algún bicho correteando, Ofri se sintió paralizada, enfrentada a una reacción visceral que no sabía cómo manejar. Este tipo de experiencias, lejos de ser excepcionales, son comunes y revelan cómo la medicina también se vive desde el cuerpo y las emociones.
Emociones que configuran la práctica médica
Ofri identifica emociones frecuentes en el ejercicio clínico como el miedo, la rabia, el asco, la impotencia o la culpa. Si no se reconocen y procesan, estas emociones pueden interferir con la calidad del cuidado. En muchos entornos sanitarios, estas reacciones se silencian, lo que intensifica su impacto y favorece el desgaste profesional. Además, estudios recientes han demostrado que los médicos tienden a cometer más errores diagnósticos cuando tratan con pacientes o familias considerados “difíciles”.
La emoción y la cognición están entrelazadas. Ignorar esta realidad puede perjudicar tanto al profesional como al paciente. Las emociones no son un estorbo para la razón, sino parte de ella. Nos ayudan a detectar lo que valoramos, orientan nuestras decisiones y, en última instancia, nos humanizan.
Desarrollar conciencia emocional permite a los médicos reconocer sus reacciones internas, evitar que interfieran en sus decisiones y enriquecer la relación con los pacientes. No se trata de dejarse llevar por las emociones, sino de entender su función adaptativa y aprender a navegar entre ellas. Como sugiere el neurocientífico Antonio Damasio13, las emociones forman un basso continuo, una línea musical constante que acompaña todas nuestras decisiones y percepciones, incluso las clínicas.
Cuando los profesionales aprenden a identificar y gestionar esta melodía emocional, pueden ejercer una medicina más empática, ética y eficaz. Por el contrario, la supresión sistemática lleva a una peligrosa ilusión de invulnerabilidad que, tarde o temprano, se rompe. Como resume Swetz14: “Esperar que podamos sumergirnos en el sufrimiento y no ser tocados por él es tan irreal como pensar que se puede caminar sobre el agua sin mojarse”.
Reconocer y aceptar las emociones como parte inherente del ejercicio médico no debilita la práctica clínica; la fortalece. Promover la autoconciencia emocional desde la formación, hablar abiertamente sobre las emociones en contextos profesionales, y dotar a los médicos de herramientas para gestionarlas, son pasos esenciales hacia una medicina más humana, más empática y efectiva.
En lugar de formar médicos “invulnerables”, necesitamos formar médicos humanos: capaces de enfrentar el sufrimiento ajeno sin anular el propio. Porque solo quien reconoce sus emociones puede verdaderamente comprender las de los demás y brindar un cuidado digno, ético y compasivo.
Autonomía y Regulación Emocional: El Dilema del Erizo y La distancia óptima en Medicina
La autonomía y regulación emocional son competencias fundamentales para todo profesional. Significa ser capaz de experimentar emociones sin dejar que interfieran negativamente en el juicio clínico o el bienestar personal.
Una de las claves en la regulación emocional dentro de la práctica médica es encontrar la distancia óptima entre el profesional de la salud y el paciente. Arthur Schopenhauer utilizó el «dilema del erizo» para ilustrar la necesidad de un ajuste adecuado en las relaciones interpersonales. Esta fábula explica cómo había dos erizos en el desierto y cuando llega la noche empiezan a tener muchísimo frío. Para mantenerse calientes, intentan acercarse uno al otro, pero al hacerlo, sus púas los lastiman, obligándolos a separarse nuevamente. Sin embargo, al alejarse demasiado, vuelven a sentir frío, lo que los lleva a acercarse otra vez, hiriéndose de nuevo. Algunos prefieren mantener la distancia lejana y pasar frío, al riesgo de herirse al acercarse demasiado. La historia explica cómo algunos consiguieron encontrar (después de dañarse bastante) la distancia óptima: aquella que era suficientemente cercana para notar el calor del otro, pero suficientemente lejana para que sus pinchos no produjeran herida. En el ámbito clínico, este dilema se traduce en la necesidad de saber situarse en esa distancia con los pacientes y familias que atendemos: suficientemente cerca para que noten el calor humano, pero suficientemente lejos para que no dañe.
Esto se traduce en encontrar un punto intermedio entre el distanciamiento emocional excesivo y la implicación emocional desbordante. Un médico que no establece un vínculo emocional con sus pacientes puede parecer frío e indiferente, mientras que un médico que se involucra demasiado puede ver afectada su objetividad y bienestar emocional. Un distanciamiento emocional excesivo puede llevar a una atención médica fría y despersonalizada, en la que el paciente se percibe como un simple caso clínico en lugar de una persona con emociones y necesidades. Este tipo de desapego puede afectar la calidad de la relación médico-paciente, debilitando la confianza y la comunicación. En el extremo opuesto, una implicación emocional demasiado profunda puede hacer que el médico absorba el sufrimiento de sus pacientes, y generar un impacto negativo en la salud mental del profesional, aumentando el riesgo de desgaste profesional, fatiga por compasión y burnout. Una adecuada autonomía emocional permite al médico mantener un equilibrio entre la empatía y la objetividad.
El médico canadiense William Osler ya señalaba la necesidad de una “cierta dosis de insensibilidad” para mantener el juicio en la práctica médica. No se trata de ser indiferente, sino de encontrar una regulación emocional adecuada que permita actuar con compasión sin quedar emocionalmente sobrecargado. Este equilibrio no se logra siempre de manera espontánea; requiere formación, experiencia, autorreflexión y estrategias de afrontamiento eficaces.
La necesidad de formación emocional en medicina
Uno de los grandes vacíos en la educación médica es la falta de preparación formal en gestión emocional. Esto puede llevar a muchos profesionales a desarrollar estrategias desadaptativas como la sobrecarga, el consumo de sustancias, la negación del malestar o una hiperproductividad compulsiva. Es fundamental ofrecer herramientas que ayuden a identificar, gestionar y regular las emociones en contextos complejos.
Michael Kearney15, médico paliativista, compara el autocuidado consciente con “aprender a respirar bajo el agua”: no se trata de evitar el sufrimiento, sino de saber vivir con él sin ahogarse. La formación médica debe incluir herramientas prácticas y personalizables, ya que no todos los profesionales gestionan sus emociones de la misma manera.
Algunas estrategias clave para desarrollar esta autonomía emocional son:
- Autoconciencia emocional
Implica reconocer emociones como tristeza, frustración o ansiedad durante y después de las interacciones clínicas. La escritura reflexiva, la meditación o el simple hecho de concederse tiempo para pensar son formas efectivas de fomentar la autoconciencia. - Mindfulness e introspección
Técnicas como la atención plena, la meditación o la respiración consciente ayudan a tomar distancia de las emociones intensas y observarlas con mayor objetividad. - Rondas Schwartz
Espacios grupales donde los equipos clínicos discuten casos desde un enfoque emocional y humano, favoreciendo el aprendizaje colectivo, la empatía y el bienestar del equipo. Inspiradas en Kenneth Schwartz, estas rondas ayudan a fortalecer la dimensión compasiva de la práctica médica. Una de sus frases más conocidas es “pequeños actos de bondad pueden hacer soportable lo insoportable”. - Apoyo entre pares y mentorías
Crear redes de acompañamiento estructuradas entre colegas, especialmente para estudiantes y médicos jóvenes, puede contrarrestar el aislamiento emocional y fomentar estrategias de afrontamiento sanas. - Afrontamiento adaptativo
Incluye herramientas como la reestructuración cognitiva o el distanciamiento saludable. Por ejemplo, comprender que el estrés ante la responsabilidad es normal, pero que puede gestionarse con apoyo y perspectiva, ayuda a reducir la ansiedad. - Buscar propósito y significado
Reafirmar la vocación y recordar el impacto positivo del trabajo en la vida de los pacientes puede contrarrestar la fatiga emocional. Apreciar incluso los pequeños logros puede reforzar la motivación. - Establecer límites y cuidar el descanso
Es esencial separar la vida personal de la profesional. Disfrutar de aficiones fuera de la medicina, rodearse de personas fuera del ámbito sanitario y tomarse descansos son formas eficaces de proteger el equilibrio emocional. - Ejercicio físico y bienestar
El deporte ayuda a liberar tensiones, mejora el estado de ánimo y fomenta la resiliencia. Además, practicarlo en grupo favorece el sentido de comunidad y apoyo. - Apoyo profesional
Acudir a psicólogos, terapeutas o grupos de apoyo no es señal de debilidad, sino una herramienta valiosa para afrontar la carga emocional del trabajo clínico.
Situaciones de alto impacto emocional
Si la práctica habitual conlleva un cierto grado de emociones, es importante reconocer y dar respuesta a situaciones de alto impacto emocional, que son aquellas que comportan dificultad añadida, como la muerte, los errores médicos o conflictos con familias. Estos eventos pueden generar culpa, ansiedad y desgaste emocional si no se cuenta con estrategias de afrontamiento adecuadas.
Uno de los aspectos más desatendidos en la formación médica es la muerte. A pesar de que forma parte inevitable de la práctica clínica, rara vez se prepara al profesional para enfrentar el sufrimiento que genera. Henry Marsh16 cita al cirujano René Leriche: “Todo cirujano lleva en su interior un pequeño cementerio…”, recordándonos la carga emocional acumulada que acompaña a la profesión.
La preparación emocional de estudiantes y residentes de medicina es fundamental para enfrentar el primer contacto con la muerte, que suele ocurrir de forma repentina y sin entrenamiento previo. Diversos estudios17,18 señalan que, ante esta experiencia, los profesionales en formación recurren a diversas estrategias de afrontamiento, muchas veces informales y no estructuradas. La reflexión explícita sobre la muerte y su discusión dentro del equipo médico de forma explícita y estructurada, son herramientas clave para procesar el impacto emocional. Además, el apoyo de compañeros y mentores cumple un rol esencial al validar emociones y facilitar el aprendizaje a partir de la experiencia.
Los errores médicos, inevitables en la práctica clínica, pueden afectar gravemente tanto a los pacientes como a los profesionales involucrados, conocidos como “segundas víctimas”. La gestión adecuada de las emociones que generan estos errores es fundamental para proteger el bienestar emocional.
El manejo de pacientes difíciles es otro de los ámbitos que representa uno de los desafíos emocionales más complejos para los profesionales de la salud. Se considera «difícil» a aquellos pacientes o familias cuyas conductas—como la resistencia al tratamiento, las demandas excesivas, la falta de cooperación, las quejas constantes o incluso la agresividad—interfieren en el proceso asistencial. Sin embargo, estas actitudes suelen estar motivadas por un sufrimiento emocional profundo o por la incomprensión de la situación médica. Por ello, abordar estas interacciones con sensibilidad y empatía es fundamental para favorecer una relación terapéutica eficaz.
Las estrategias de afrontamiento no son universales, ya que cada persona procesa el estrés y las emociones de manera distinta. Por ello, es esencial contar con un repertorio diverso de recursos disponibles y ser capaz de identificar cuál resulta más adecuado según la situación y las características individuales de cada profesional. En contextos de alta carga emocional resulta especialmente importante reconocer y utilizar los apoyos emocionales más eficaces, tanto internos como externos, para preservar el bienestar psicológico.
Conclusión
En la medicina actual, la excelencia implica no solo competencia científica, sino también una profunda dimensión humana. La inteligencia emocional se ha convertido en una habilidad clave para los profesionales de la salud, ya que permite mejorar la atención médica y proteger su propio bienestar. Esta competencia puede entrenarse, y requiere formación, reflexión y equilibrio entre empatía y racionalidad. Fortalecer estas habilidades contribuye a una medicina más humana, compasiva y eficaz.
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