La última cordada

Autora: Mª Pilar Arroyo Ainés. Médica de Familia. Pamplona

“…cada movimiento se caracteriza por tres normas: incertidumbre, habilidad técnica y compromiso”

(Jordi Tosas. Himalayan Entropy. SOS HIMALAYA)

Me gusta la montaña. Elegí mi lugar de trabajo por su proximidad a ellas. Las imágenes de mi consulta hablan de ello y dan lugar a comentarios diversos con los pacientes sobre las panorámicas que reflejan, resulta una forma agradable de tomar contacto.

Así sucedió con él, conectamos fácil hablando de nuestra común afición, pero no supe de sus gestas ni experiencias en muy altas cumbres, hasta mucho más adelante, nunca hizo alarde de ello. Tampoco era fácil tenerlo al otro lado de la mesa, no era un emplazamiento de su interés; las extracciones de analítica le hacían sentirse en el grupo de los enfermos y él no consideraba serlo.

Cuando el proceso grave se presentó, limitando sus posibilidades de acción, acudió a comentar lo indicado por los oncólogos, su deseo de mantener su actividad y hábitos en lo posible, el espíritu luchador presente, cabezonería y fuerza de voluntad imprescindibles para la supervivencia…y así lo hizo. Pocos pacientes de esa especialidad se dan largos paseos en bicicleta y suben puertos tras los tratamientos, tal era su empeño, sin rendirse…y sobre ello conversábamos en nuestros encuentros. Yo escuchaba, sobre todo, valorando sus demandas como orientación en la ruta común a seguir, respetando su deseo de mantener el ritmo, aunque en ocasiones, evocando un episodio suyo en una expedición de altura, le recordaba sonriendo: ”oye, eres el jefe, pero no el que manda…”

El dolor hizo acto de presencia y obligó a modificar los hábitos previos. Primero de forma fugaz, como avisando de las dificultades que pueden sobrevenir en una ascensión intensa…después se convirtió en un acompañante habitual y reflejaba un malestar interno que hacía prever que se aproximaban etapas diferentes. Había que revisar el plan y reorganizarse y el grupo familiar y el sanitario nos dispusimos a la acción y, a modo de cordada, como en la montaña, poder colaborar en la experiencia básica del alpinista: acción y espera, movimiento y pausa y seguir avanzando al ritmo que él nos marcase.

El campamento base se estableció en casa, en la planta baja, según su deseo. Rodeado de sus mascotas y opciones de actividad artesanal que disfrutaba y que nos mostró en las primeras visitas, completando la imagen del hombre amante de la naturaleza que llevaba dentro; las estampas de montaña por doquier, donde el protagonista era él. Conocedor de su gravedad y aceptándola, era consciente de abordar una ruta desconocida, sin huella previa, y valoraba la necesidad del apoyo preciso que le ofrecíamos. Su esposa e hijas, siempre dispuestas, atentas a cada cambio y compartiendo momentos de estrés con otros de humor en vista de las arriesgadas escapadas veraniegas que el montañero proyectaba en cualquier momento de mejora, siempre acompañado de su peculiar mochila de recursos personales.

La prioridad: el confort. Así, acudíamos a diario a revisar la evolución, necesidades de paciente y su entorno, cuidando la aclimatación, física, mental y técnica; comprobando su demanda, nunca más allá de lo que él valorase como factible “no me atosigues”, como sherpas atentos cada día según el momento y la climatología acompañante. La montaña enseña economía de gesto en el camino alpino y en el campo base suelen alternarse cierta actividad con largos periodos en calma, aunque siempre pueden surgir problemas repentinos.

Un día la alarma sonó, como un desprendimiento de rocas… La parada era obligada. No era posible volver atrás. El campamento se trasladó al piso superior, a modo de tienda de campaña individual donde salvaguardar cierta intimidad, y el grupo de casa, al que hubo que reforzar también, montó guardia a su manera, sin descuidar la vigilancia necesaria día y noche.

La pendiente próxima parecía más delicada, difícil marcar una ruta, avanzaríamos, eso sí, con nuevo material. Cada paso consensuado y justificado, según necesidad sentida por paciente y equipo. La vía de infusión como cuerda fija para asegura el paso y abordar los imprevistos. La enfermera busco el lugar para la inserción más adecuado en la superficie corporal, cual estudio de aristas en la escalada, de forma que facilitase los movimientos corporales y permitiese el acceso fácil de la medicación.

Los momentos de vigilia del alpinista eran lúcidos en ocasiones y agradecían la mano en la mano, el roce de la cara y en la frente y reclamaba querer avanzar sereno “quiero pensar”. Otros, bajo el efecto del tratamiento, como impregnado de la lasitud e indiferencia que la altitud marca, parecía adivinar lo costoso de la meta que se avecinaba y, viendo que ello nos obligaba a reforzar las pautas como piolets y crampones alternativos, expresaba “no soy un niño”.

En cada visita, comprobábamos la aclimatación del grupo a nivel físico y emocional. En la alta montaña, la presencia de la cima es constante, su volumen e incertidumbre aplastantes; en el camino, las grietas y los lugares fronterizos inquietan. Los montañeros no suelen hablar de lo que sus mentes cavilan para no cargar más peso al grupo que asciende, pero nuestra cordada procuraba explorar algo más allá de lo que las palabras decían con la lectura de los rostros y dar salida a las turbulencias internas que nos acompañaban.

La oscuridad fue cayendo y sucedió una madrugada…asemejando el ataque final de las gestas en los picos elevados, en el silencio del alba, el hombre solo ante la naturaleza abierta, cuando se accede al corredor final y uno siente vértigo ante lo que ve que queda por delante pero sabe que es la hora temprana la que permitirá sopesar los imprevistos y se inicia la marcha sobre la arista terminal…Esa mañana, él llegó a su cima, a lo más alto, sin presiones, fresco y libre, sin oxígeno, como le gustaba, a la cumbre cuya marcha habíamos iniciado en grupo días atrás, sólo y en silencio. Como pareja de cordada, su querido grupo de casa. Nosotros acudimos después, tras comprobar ellas que había llegado…y, retirado el material que pudiera dificultar su partida, material que le unía a un mundo que ya no era el suyo…compartimos y sentimos el momento, valorando que había sabido enfrentarse a él como lo hizo en las cordilleras que visitó, con la misma entereza y decisión.

La cordada se abrazó en grupo. Las gracias se expresaban junto a las lágrimas de uno y otro lado y, aun sabiendo que el hacer cumbre no alegraba el momento, sí reconocíamos el esfuerzo realizado en común, junto a él. En los corazones quedó el lazo perenne de una experiencia a tan alto nivel como nuestro montañero había realizado con anterioridad.

¡Aupa, Mari! Gracias por permitirnos compartir tu última hazaña.
(Cordada: grupo de alpinistas sujeto a una misma cuerda)

     

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