La Negativa de la Sra. M*

Ladan Golestaneh. Bronx, New York City, NY, Estados Unidos.

Mi papel como médico incluye dejar de lado un enfoque prescriptivo en algunos pacientes a favor de otro de apoyo. Ceder a un sistema de creencias que no se ajusta a la estructura que he ido creando en mis muchos años de trabajo y formación lo experimento como un fracaso personal. Pero a veces sé que tengo que escuchar y esperar a mi paciente. Aprendí esta lección después de muchos años de ofrecer tratamientos agresivos, que alteran la vida, difíciles de llevar ​​y que son rechazados una y otra vez.

La Sra. M personifica ese delicado equilibrio entre el encanto personal magnánimo y efusivo y el conjunto impenetrable y descarnado de decisiones que mi trabajo me urge provocar, pero que si actúo en contra de ellas no tendré éxito. Su austeridad y su estricto apego a sus elecciones me dan muy poco margen en mi papel como su médico. Debo reconciliar mi deber de respetar su derecho a rechazar mi tratamiento con el conocimiento de lo que puede sucederle si lo hace, mientras ella está más preocupada en administrar las funciones de su vida diaria, asegurándose de que sus reservas físicas puedan manejarlas aunque sea a través de una extrema incomodidad.

Ella me visita cada tres meses en mis horas de consulta externa de nefrología. Nunca pierde una cita y nunca llega tarde. Su humor afable y el dominio de las bromas cotidianas contrastan marcadamente con las circunstancias de su vida y sus complejos problemas clínicos. Tiene una historia médica complicada que incluye el VIH, con períodos de cargas virales muy altas y bajos recuentos de CD4, muchos años de diabetes, hipertensión y enfermedad renal avanzada y grave. Nunca viene acompañada de familiares o cuidadores y vive sola en un complejo de viviendas de bajos ingresos al sur del Bronx.
«Si no me dices la palabra diálisis, entonces tú y yo nos llevaremos bien«, me dijo al principio de nuestra relación.

Veo su nombre en el calendario de mis citas diarias y eso me encanta. Se arrodilla sobre su andador y se arrastra por el pasillo hacia mi sala de exploración. Viene perfectamente maquillada y sus labios son color granada, completos y suaves. Lleva un vestido ostentosamente ajustado con zapatos de charol, un chal turquesa alrededor del cuello, un ridículo colgante que hace juego con el lazo color turquesa y con su cabello rizado, aretes azul cielo y brazaletes plateados en su muñeca derecha. Tintinean cada vez que empuja el andador hacia adelante. Es sorprendentemente hermosa. La escucho contarle al amable y joven técnico, Michael, que le ha tomado sus signos vitales y la está llevando a mi consultorio para que «la controle mejor o voy a llamar a su esposa en África, e informarle de todas esas chicas que coquetean contigo y lo mucho que a ti te gusta, ¿no me has entendido?”.

Él se ve avergüenza pero a la vez se siente complacido por sus maneras maternas directas y su acento. Se sienta en la silla junto a mi ordenador, echa el andador hacia un lado, y la cabeza hacia atrás soltando una risa de satisfacción, como si estuviera sola en la consulta. Luego ella me mira directamente a los ojos.
«¿Cómo estás niña?«, Pregunta, mientras su moño baila sobre su cabeza.

Me dice que toma todos sus medicamentos a la vez después de disolverlos en su taza de café de cada mañana. Se entiende que esta es la única forma en que ella los tomará. Sabe que disolver algunas de sus píldoras en el café las deja inactivas y que su horario para tomar la medicación es mucho más complicado que «todo de una vez por la mañana». A ella no le importa.
«Pareces tan boba preocupándote por mí. Mírate, toda tan seria. No importa, cariño, lo aprecio, realmente lo aprecio«.

Pregunto sobre su familia. Una vez llamé a su hija, que estaba comprometida y es inteligente. Sin embargo, no tenía influencia en la taza de café atiborrada de pastillas por las mañanas. La Sra. M gobierna su dominio con una confianza que sugiere que nada puede persuadirla para que haga las cosas de otra manera. Es el tipo de confianza que surge de haber soportado el dolor. Un dolor abrasador, sofocante y pernicioso, me imagino. Ella contrajo el VIH de un marido que murió de una sobredosis de drogas. Tuvo tres hijos; pero un hijo fue asesinado cuando tenía veintidós años. Intenté abordar el tema con ella como forma de establecer comunicación.
«Eso es pasado«, dijo.
Pasaron unos minutos en silencio y luego comenzó a mover la parte superior de su cuerpo al ritmo de su cabeza.
«Me gusta bailar, ooooh deberías haberme visto cuando era más joven, salíamos un grupo de amigas, era hermoso. Como tú, cariño, eres hermosa «, mientras continuaba gesticulando. «¿Te gusta bailar?»

Mis encuentros con ella se han convertido en una especie de coqueteo informal entre viejas amigas. No puedo convencerla de que haga lo necesario para su salud, pero yo soy la persona que ella ha decidido visitar. Ofrezco un horario trimestral para que así salga de su casa a verme, un oído atento para que me cuente sus planes en el centro para personas mayores ese día, alguien a quien puede dar consejos sobre la forma para no olvidarse de amar. Una vez le hablé de mi hijo y sus conflictos con las presiones sociales preadolescentes. Ella escuchó y me dijo que fuera paciente con él y que le mostrara lo mucho que lo amo. Desde entonces ella me pregunta por él cada vez que viene. «Y dile a su padre que se encargue de sus problemas hormonales», dice riéndose.

Me pregunto si le estoy haciendo algún servicio al repetirle las instrucciones sobre cómo debe tomar sus medicamentos para la presión arterial en dosis divididas y tomar menos sal. Reitero que, debido a que es una jovencita de setenta y ocho años que se conoce bastante bien, realmente debería considerar la diálisis como una forma para prolongar su vida. Ella permanece intransigente.
«No quiero hablar de eso«, repite con severidad.
Toma su andador y saca una pequeña vela perfumada, sabor a romero y sal marina, empaquetada en una caja de cristal de plástico. «Aunque no escucho una palabra de lo que dices, sabes que te quiero«, dice mientras me lo entrega. Me río y aprecio el gesto de todo corazón. «Pasa que estoy obsesionada con las velas perfumadas«.
Ella asiente. «Te conozco y aprecio que te preocupes por mí«.

Le pido que suba a la mesa de exploración y con minuciosa atención se dirige al taburete que le estoy ofreciendo. Sube torpemente, sosteniendo el lado de la camilla con su esmalte de uñas rojo y sus nudillos que muestran grietas en el borde de las arrugas. Realizo algunos movimientos artificiales y formales. La escucho de nuevo, tomo una tensión sanguínea que no grabo y que me gustaría olvidar. Examino la hinchazón en sus piernas. Entonces me doy cuenta de que no hay nada que pueda hacer. Pero no me siento frustrada. Ella sabe que la exploración terminó, conoce la rutina. Comienza a agarrar el taburete y el lateral de la camilla.

«Señora M, ¿por qué vienes a verme si no quieres hacer lo que te digo?«, Le pregunto.
Ella responde sin vacilar: «Porque te quiero y tú me quieres«. Luego me ofrece su sonrisa de lápiz labios de granada y llama a Michael, el técnico, para que vaya a buscarla y la escolte.
«Hoy tengo una fiesta en el centro, no quiero llegar tarde«. Se acerca a su andador y comienza a salir lentamente por la puerta.

Ella duda y me mira: «Cuida de ese niño y te veré dentro de tres meses«.

 


LADAN GOLESTANEH, MD, MS, es profesora asociada de medicina en la división renal del Centro Médico Montefiore. Trabajó como directora médica de la unidad de diálisis para pacientes hospitalizados de Montefiore, una gran unidad de diálisis para pacientes ambulatorios y directora médica de la unidad del programa domiciliario en el Bronx. La Dra. Golestaneh está interesada en los modelos de atención para pacientes con enfermedad renal en etapa terminal, un proyecto en el que colabora con el CMO de Montefiore.

 

(*) Traducido y Publicado en doctutor con permiso de la autora.
Versión Original en inglés: Golestaneh L. Mrs. M’s Refusal. Hektoen International Winter 2018. http://hekint.org/2018/02/02/mrs-ms-refusal/

     

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