Riña de Gatos de Eduardo Mendoza (Planeta, 2010) – El sueño del celta de Mario Vargas Llosa (Alfaguara, 2010)

Comentario por Roger Ruiz Moral

No se si era Gabriel García Márquez u otro autor el que declaraba que en lo que ponía mayor énfasis a la hora de escribir una novela era en hacer lo suficientemente atractivas la primera o primeras páginas para así poder tener cogido por los… al lector y por tanto conseguir que este siguiera leyendo hasta el final…cuando se supone que sería liberado de tan desagradable situación. Yo pienso que aunque efectivamente hacer lo suficientemente atractivas las primeras páginas de una novela es algo casi imprescindible para conseguir que el lector no deje su lectura de manera prematura, no es menos cierto que esta atracción debe de mantenerse durante toda la obra mezclando de la manera que solo los muy pocos elegidos saben hacer, literatura e ingenio. Creo que este doble y bendito don es el que poseen tanto Mario Vargas Llosa como Eduardo Mendoza. “Riña de gatos” y “El sueño del celta” son las dos últimas obras de estos dos laureados escritores. El dedicarles este comentario es en parte una humilde manera de homenajear a tan admirados maestros. Cosas a resaltar comunes en ambas obras: la primera es la capacidad de ambos para relatar historias sean estas de la naturaleza que sean. Aquí se hace verdad el dicho de García Márquez y no tanto por la trama (al menos para mi y en especial con la obra de Vargas Llosa) como por el dominio del idioma que ambos poseen, con ellos se puede decir que hacen la lectura sencillamente fácil, que se leen casi solos. El lector apenas tiene que esforzarse…es como un fluir armónico de las palabras entrelazadas en frases precisas y elegantes, realmente no sabría decir como lo hacen pero palabra justa en frase correcta para describir una situación, una persona, un espacio o expresar una idea…decididamente no es solo eso. Quede aquí mi percepción de este fenómeno (aun a sabiendas de que no descubro nada) como una razón más para invitar a su lectura. La segunda es que ambas obras son una especie de “crónica”, una, la de Vargas, sobre un personaje y otra, la de Mendoza, sobre una época. Evidentemente las dos, aunque crónicas noveladas, tienen un alcance bastante diferente.

“El sueño del Celta” parece tratarse de una vindicación de su protagonista. Javier Marías o Umberto Eco abominan del carácter moralizante de la novela…yo no afirmo que el autor haya querido transmitir unos determinados mensajes morales, pero sí digo que el que lea esta novela no podrá sustraerse a un mensaje ético casi unívoco. Y a lo mejor es precisamente esto lo que la hace diferente al resto de las que antes ha escrito el nobelizado autor peruano, y ahora sí, en línea con Marías o Eco,  tal vez en esto descanse el verdadero alcance de la misma, el cual, para mi, es mucho más limitado que cualquiera de sus anteriores obras, incluyendo las más “ligeras”, si es que Vargas Llosa ha escrito algo ligero nunca. Lo que sin duda Vargas Llosa pone de manifiesto en esta obra es su capacidad para construir un relato a modo de documento y usando una ingente cantidad de información histórica, y además demuestra hacerlo de una manera asombrosa: su investigación consigue facilitar al lector la adquisición de aspectos históricos con una profundidad y detalles tal que desde luego le sería a aquél difícil de conseguir mediante las fuentes originales, si es que estas estuvieran a su alcance. Esto lo hace de tal manera que podemos llegar a pensar si no es este género de la “crónica novelada” también el más indicado para la historiografía. La obra no solo permite saber quien fue Roger Casement, especialmente su vida, su obra, su personalidad con sus fortalezas y debilidades, la naturaleza de su enorme sacrificio y sufrimiento así como su extraordinario legado, si no que además nos descubre los métodos utilizados por los occidentales con los nativos para la expropiación de sus tierras y el trabajo esclavizante tanto en el congo como en la amazonía, la ruindad de la política internacional sobre este asunto (lo que de paso nos permite entrever la talla moral de un personaje como el rey Leopoldo de Bélgica), los entresijos del movimiento de liberación irlandés y en especial su conexión con alemania durante la primera guerra mundial.  Creo que este es el gran mérito de la última novela del último Nobel, al menos es lo que a mi más me ha impresionado a la vez que me ha hecho descubrir una nueva faceta de este escritor.

La historia de Mendoza, aunque una crónica también en cierto modo,  presenta esa frescura más propia de una novela al uso. Se desarrolla en el Madrid invernal anterior al inicio de la guerra civil española y trata de un experto en arte británico que acude a la ciudad para tasar un cuadro que un aristócrata quiere vender aparentemente para conseguir fondos que le permitan salir de España y evitar así desastre que se avecina. El cuadro sin embargo podría tratarse de una obra maestra cuya divulgación podría dar un giro a la mismísima historia de la pintura. A lo largo de sus páginas Mendoza con mucha habilidad hace que el protagonista contacte con personajes tan variados como importantes de la historia de España de la época. Así aparecen Azaña, Niceto Alcalá Zamora, José Antonio Primo de Rivera y los tres generales Mola, Queipo y el mismísimo Franco, entre otros. En gran parte de la novela predomina una mezcla de misterio y humor, algunas de sus escenas son disparatadas y claramente chistosas recordándonos al Mendoza del “Misterio de la cripta embrujada” o del “Laberinto de las aceitunas”. El suspense de la trama va in crescendo a la vez que Mendoza con mucha habilidad va dibujando un retrato del Madrid de preguerra que se me antoja muy verídico y a esto es a lo que me refiero cuando digo que también la obra de Mendoza es una crónica donde se retrata a las diferentes facciones enfrentadas, falangistas con anarquistas y ambos con la policía gubernamental republicana, todos armados y prestos a sacar sus armas a la más mínima, las intrigas de unos y otros con sus miedos y traiciones; al pueblo llano del que ofrece una imagen vitalista, y el cual, a pesar de la situación de continua convulsión a la que sin duda habían llegado a acostumbrarse a vivir desde hace años, se divierte en la calle y en las tascas; al desheredado, en la figura de la Toñina, con su miseria pero también con su dignidad. Todo ello magistralmente enlazado de manera que la aparición de cada uno de estos personajes, incluyendo un Franco al que se le identifica a través de su voz atiplada y al que a pesar de mantenerlo en segundo plano le apunta ya sus maneras. La obra resulta ser un poco como un puzzle que Mendoza va construyendo y que el lector va encajando poco a poco, y así descubriendo la trama un poco más en cada página. Tal es la excitación que va contagiando su lectura y que sin embargo deja al lector al final de la misma un tanto desorientado. Podríamos decir que da la sensación de que su resolución no está a la altura del esfuerzo y el detalle con el que se ha edificado y adornado todo este edifico.

     

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