Verde agua*
Sara Yebra Delgado. Médica de familia. Consultorio de Lillo del Bierzo
La primera paciente a la que le regalé un libro se tiró al río.
Acababa de salir del último domicilio de la mañana. Conducía por una de las carreteras secundarias que unen los dos pueblos en los que pasaba consulta ese día y, al llegar al cruce para coger la carretera principal del valle que discurría paralela al río, me llamó la atención un coche de la guardia civil aparcado en el arcén. Estaba en una zona donde la maleza se hacía menos espesa, justo a la entrada del pueblo. No había nadie dentro y tampoco alrededor, más cerca de la orilla. Reinaba una calma tensa, parecía un decorado de acción abandonado.
Por aquel entonces yo tenía un contrato eventual, había estado previamente durante varios meses seguidos en ese mismo consultorio periférico pero luego mi contrato se había convertido en una peregrinación por todo el área. Volver de nuevo a pasar consulta en aquel cupo me había puesto muy contenta y seguí con la música a todo volumen hasta el centro de salud principal.
Al llegar, fui directamente a saludar a mis compañeras que estaban en la sala común donde nos solíamos reunir al terminar la jornada.
– Sí, sí, tuvo que avisar a la forense. Era ella. Ya se comunicó a los vecinos para que la dejen de buscar – Escuché que comentaban.
– ¿Pero…qué ha pasado? He visto un coche de la guardia civil en el cruce…
– El hijo de Margarita avisó esta mañana de que su madre había desaparecido. Estaba todo el pueblo buscándola y la acaban de encontrar. Hemos tenido que ir a certificar nosotras. M… Á-V se ha tirado al río.
Me quedé paralizada. M…Á-V. Uno de esos nombres que se recuerdan como un salmo. M…Á-V. Lo repetí de corrido. No puede ser. M…Á-V. Mis compañeras me miraron alarmadas y me di cuenta de que estaba llorando.
-¿Qué te pasa? ¿La conocías? ¿Estás bien?
No podía articular palabra. Me di la vuelta y corrí hacia un ordenador para revisar su historia.
– Necesito que me recomiendes un libro para una paciente… Necesito ayudarla y ya no sé cómo hacerlo.- le dije a mi librera de confianza, que después de tantas recomendaciones literarias ya era mi amiga.
Le conté un poco el caso, sin datos que pudieran comprometer la confidencialidad. Conté que desde hacía unos meses venía a mi consulta varias veces a la semana una mujer muy mayor. Siempre por los mismos síntomas depresivos. Estaba en seguimiento en salud mental y ya habían probado todo tipo de medicación sin éxito.
– Vive en un pequeño pueblo de interior– le especifiqué para que pudiera orientar mejor su prescripción- se ha quedado viuda recientemente y no tiene vínculos con las otras mujeres de la zona. Su único hijo, aunque no anda nunca lejos, se ha ido a vivir con su pareja a otro pueblo y solo lo ve los domingos para comer. Poco, según ella, pero hija tampoco quiero molestarle. Un nido vacío en un pueblo vacío.- resumí.
Durante esos meses yo había intentado agotar todos los recursos disponibles pero hacía tiempo que me había dado cuenta de que ninguna guía clínica iba a cambiar que estaba sola, que se sentía sola.
La citaba con frecuencia en la consulta simplemente para hablar con ella. Terminaba siempre abatida porque no sabía cómo acompañar ese vacío y por eso pedí ayuda en la librería.
Después de un rato dando vueltas por los estantes encontramos un libro que nos podía encajar.
– No lo he leído, pero creo que quizá pueda servir de ayuda…
Sé que nadie lo creerá. Pero no recuerdo el título. Ni la autora. Sólo que tenía una portada de color verde agua, verde agua de río… Sólo recuerdo que narraba la soledad, los pueblos, las mujeres, la resiliencia. Ilusionada y desesperada, se lo regalé en la siguiente visita.
Unos meses después, M…Á-V caminó dos kilómetros por la carretera nacional para saltar al Esva.
¿Llegó a leer aquel libro? ¿Alguna frase fue tan dolorosa que la llevó a quitarse la vida ? ¿O algún párrafo fue el bálsamo que por fin le dio fuerzas para hacerlo?
Quizá ni siquiera lo abrió pensando que yo estaba minimizando su dolor con chiquilladas… ¿Fue demasiado regalarle un libro? ¿Podía haber hecho algo más? ¿Hice lo suficiente? ¿Hice lo suficiente para aliviar su sufrimiento?
Si algún día rebuscando en una librería de viejo me encuentro con un libro de lomo verde (verde agua, verde río) con la dedicatoria “con cariño de Sara, tu médica” en la primera página… y lo compro, y lo leo varias veces, y lo subrayo, y lo interpreto y me lo aprendo de memoria.
Si algún día improbable en el que todo eso ocurra obtengo alguna respuesta. Sólo entonces volveré a escribir una dedicatoria en la primera hoja de un libro para uno de mis pacientes. Sólo entonces me desharé de tantas dudas que me hunden las clavículas.
Mientras tanto, sólo me atrevo tímidamente a dejar prestado a mis pacientes alguno de los libros de mi propia estantería. Para no volver a quedarme con preguntas; para que así tengan que regresar a mi consulta al menos una última vez. Aunque solamente sea para devolvérmelo.
(*) Relato presentado en la I Jornada Internacional de Narrativa Clínica celebrada en la UFV (Madrid) en Enero 2023