Billy

Peter Dorward. General Practitioner, Edinburgh

El contexto es la clave. Siempre lo es. El contexto emocional del médico. Importa más que nada el clima espiritual del médico. Quizá no debería ser así, pero así es. Es un factor que rara vez se reconoce.

Mi compañera de trabajo falleció recientemente. Aileen, una de las personas más cariñosas que jamás haya conocido. Siempre sincera, aunque un poco indirecta. Una persona que siempre encontraba las palabras adecuadas para explicarme cómo me percibía el mundo, es decir, cómo el mundo me ve. Esa es una cualidad valiosa. Algo que hay que valorar. 

No era muy efusiva. Prudente en sus opiniones. Sin arrogancia, sin rimbombancia. Tan diferente de mí como fuera posible. Una persona a la que no había apreciado lo suficiente. No damos importancia a las personas que más queremos. Supongo que siempre es así, y así debe de ser.

Bueno… Esta mañana. Una previsión meteorológica. Se avecinan tormentas. Un frente meteorológico que se precipita desde el Atlántico: nubes púrpuras, enjaezadas con relámpagos. A mí me digo: ¡No aceptes la mierda de nadie!

Al encuentro de los últimos días del verano: el crepúsculo cayendo cada vez más tarde, las últimas rosas de la estación perdiendo sus flores, los primeros fríos acariciando la mejilla. Sé amable. Sé amable.  Tu tristeza no le importa a nadie.

Billy tenía una cita a las 11:15

El noventa por ciento de mis pacientes heroinómanos son destruidos por la misma. Tienen los músculos como papilla., flaquitos son, pero de una manera gorda -o, después de la cárcel, gordos son, no más. Piel grasienta, de color verde-gris. Las yemas de los dedos amarillas, temblorosas, el paisaje de la piel pintado con tatuajes carcelarios: puntos azules en los nudillos, el nombre de un amor, medio borrado con una cicatriz, algo sorprendente y violento salpicado en el pecho con tinta roja. La mayoría de ellos ya están medio muertos: de enfisema, isquemia cardíaca, hepatitis. Están agotados sólo con entrar en mi despacho. Estas personas me dan pena. Y de sentir pena nunca sale nada bueno.  

Billy no es así.

Billy es delgado y listo como una serpiente. Sus músculos están tensos, sus reflejos son como látigos. Nos conocemos desde hace años, cada momento es una tortura para ambos. 

Nuestro conflicto es así: Billy tiene un noviazgo con al menos nueve diagnósticos diferentes. Convulsiones; ataques no epilépticos; depresión; ansiedad; trastorno paranoide de la personalidad; intoxicación por sustancias; trauma emocional infantil; psicosis precipitada por narcóticos; trastorno bipolar afectivo.

Entre sus médicos, Billy pasa como una pelota. Sus diversos medicamentos y varios diagnósticos sed pegan a Billy como moscas en la mermelada. Billy cree que mi principal tarea en mi vida profesional es, de la manera que sea, gestionar esta locura. 

Mi diagnóstico de Billy es que todos sus diagnósticos oficiales son erróneos. La verdad, en mi opinión profesional, es que no es más que un hijo de puta violento, drogadicto y enloquecido. Creo que no hay ninguna posibilidad de progreso para Billy, si no acaba con el caballo.

Por lo tanto. Podemos decir sin temor a equivocarnos que no hay unanimidad de pensamiento entre nosotros, ni en este punto, ni en nada.

Sin embargo, como sin duda puedes adivinar, resulta que era mi diagnóstico de Billy el que estaba equivocado. Absolutamente.

Billy está en plena efervescencia mientras camina por el pasillo hacia mí. Algo en mí se estremece ante su amenazante presencia. Los tatuajes de su cara prácticamente brillan.

Los tipos como yo, de clase media, nunca salimos bien parados de una pelea.

Quiero soluciones médicas, ¡y las quiero ya! Si no me ayudas, encontraré a alguien que lo haga’.

Mi corazón salta como un perrito ante la perspectiva de que me despida. Pero nunca cumple sus amenazas. Esas amenazas concretas, al menos. 

Quiero saber a qué te referías, doctor, la última vez.

Mi cabeza está llena de otras cosas. Tengo que calcular la dosis de su metadona. Tengo que reducir la dosis de sus benzodiacepinas. Quiero terminar el antipsicótico y el antidepresivo que empezó el último psiquiatra que lo vio, después de otra vez una evaluación de urgencias que suele requerir. 

Todo esto será una batalla. Billy no cree en la necesidad de racionalizar su medicación: para él, cuanto más mejor, siempre. Me late el corazón, estoy cansado y estoy de duelo por mi amiga muerta. Además, Billy, y su presencia física, dificulta mis procesos cognitivos. Me da miedo.  No hay nada como el miedo para hacerte estúpido.

¿Qué dije la última vez?

Me preguntaste: «¿Quieres saber cómo es, estar en tu presencia?». Y dije que no, que no quería saberlo. Pero ahora sí quiero saber.’ Bueno, ¿qué querías decir con eso?

Lo que no había reconocido, hasta este momento de la charla, es que Billy está siendo más o menos totalmente razonable. Y de repente me doy cuenta, distraído por un momento de la pantalla del ordenador, de que me está mirando en silencio, esperando mi respuesta.

Quería decir que… Quería decir que a veces se puede asustar a la gente… Y el miedo va a afectar cómo se van a comportar en tu presencia. Y ese miedo… quizás… te hará enfadar. Puedes ver por ti mismo cómo acabarán las cosas…».

Billy mira al suelo. No sé cómo termina esta conversación. Me mira.  Tiene una lágrima tatuada en el rabillo del ojo.

Sí. Bueno. Supongo que ya lo sabía, doctor’.

Una cosa que enseño a mis estudiantes de medicina: si quieres hacer una pregunta muy delicada a un paciente, es mejor presentar las opciones en forma de lista. Es más fácil elegir que contar las cosas

Personas que consumen heroína …. Me he dado cuenta de que… muchas veces, en su infancia, les han pasado cosas muy, muy malas…’. 

Hago como si dibujara un diagrama en la mesa entre nosotros. Eso rompe el contacto visual. Lo hace más fácil. Hago una marca imaginaria con el dedo. 

Pueden haber sido maltratados por algunos adultos. Emocionalmente. Físicamente. O… incluso… sexualmente’.

Sus ojos rasgan la alfombra.

‘Sí, bueno. Puedes apuntarme a los tres’. 

De nuevo me mira.

La verdad es que Billy no es tonto. Nunca lo fue. Tampoco da tanto miedo. Es sólo que nadie lo ve. Eso no es culpa de nadie, en realidad.

‘Crecí en un… centro…’ Como si eso pudiera explicarlo todo. ‘Luego, cuando tenía dieciséis años, pasé una larga temporada en la cárcel. Un robo a mano armada. Así que mucha violencia, de ambos lados, al menos.  De todo tipo.  Pero nunca contra las mujeres, pues, ni contra los niños. 

Un pronóstico meteorológico emocional: miedo, ira, tristeza, alivio. Y alegría. La posibilidad de ver a una persona bajo una nueva luz.

‘Has terminado con el caballo, ¿verdad?’

Asiente con la cabeza.

¿Cómo?

‘No tenía otra opción. Ya tengo una nieta. ¿Cómo lo has sabido?

Has… cambiado…’



     

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