Un médico enfermo
Augusto Blanco. Médico de Familia en Madrid
Resumen: Augusto Blanco nos ofrece esta vez un cuento desde la experiencia de enfermedad de un médico (seguramente él mismo). En este caso se trata de un ataque de gota. Augusto interpela a todos los clínicos sobre algunas de las múltiples facetas que ofrece el enfermar en el médico. A pesar de su brevedad, el planteamiento que el cuento ofrece nos abre un abanico de temas sobre los que caer o reflexionar muy amplio y que él parece querer metaforizar en el dictum final: “el medico debe de viajar dos metros: de su lado de la mesa al otro y vuelta”
A sick doctor
Abstract: Augusto Blanco offers us this time a story that from the experience of a doctor’s illness (in this case an attack of gout) questions all clinicians about the multiple facets that sickness offers in the doctor. Despite its brevity, the approach that the story offers us opens up a wide range of topics on which to fall or reflect, which he seems to want to metaphorize in the final dictum: “the doctor must travel two meters: on his side of the table to the other and back”
Era un dolor insoportable. Un dolor que me impedía cualquier movimiento del pie: ni plantarlo, ni alzarlo, ni flexionar ni extender los dedos. Solo la soledad absoluta del dedo gordo le permitía el sosiego. Cuando nada ni nadie lo cercaba el protagonista guardaba un misterioso silencio, si se le rozaba tan solo, se le pretendía envolver en el calcetín y, a su vez, en el calzado, se quejaba fiero, alterando sentires y humores.
Ni en la cama encontraba acomodo, pues la sábana misma le injuriaba en demasía. Solo en decúbito contralateral, acomodando el tobillo sobre el interior del otro pie, dejando en suspenso dedo y articulación, el descanso llegaba.
Acogido al mimo de mi sillón favorito, reposando el pie rebelde en una descalzadora coronada por un mullido cojín, me entregaba a la reflexión. ¿Cómo era posible que el tratamiento fuera tan lento? Era el correcto e indicado. Y sin embargo… ¿Cuántas veces habría considerado baladí y exagerada la queja de un enfermo? ¿Con qué frecuencia juzgamos el mal ajeno como menor? ¿Es para tanto el sofoco? ¿No trabajamos con fiebre? Estas y otras preguntas similares me asaltaban creando un reguero de culpas en mi interior.
Walter C. Álvarez, un médico de la, prestigiosa, Clínica Mayo americana, la clínica ejemplo de nuestra Clínica Puerta de Hierro, hoy Hospital Universitario Puerta de Hierro Majadahonda, había escrito un libro: “Las neurosis”, allá a mediados del siglo pasado, hoy descatalogado. Un amigo, de padre médico psiquiatra, me lo dejó, a condición de cuidarlo como oro en paño, pues su padre era muy exquisito en el cuidado de sus libros.
No conozco más libros de este hombre, he leído clásicos que me han marcado a la hora de abordar mi ejercicio profesional en mayor o menor medida, desde William Osler a Gregorio Marañón, de Balint a Borrell, de Ramón y Cajal a Laín, pero es, sin duda, Álvarez y sus neurosis el que más me haya influido. Es probable, que fuera así, también, por ser el primero que me descubrió lo que yo empezaba, en aquellos tiempos de tercero de Medicina, a intuir en la relación médico-enfermo.
En algún lugar del texto Álvarez se posicionaba contra la inmunidad absoluta al enfermar de la clase médica. En los médicos está mal vista la enfermedad, ni nosotros la aceptamos y al mundo le sorprende, sabiendo todos, como sabemos, que enfermedad y humanidad van de la mano, de la cuna a la sepultura. Por el contrario, argumentaba la importancia de que el médico visitara el otro lado de la mesa y experimentara lo que experimentan sus pacientes, para poder entenderles mejor.
La empatía nos acompaña desde siempre, en mayor o menor medida, cada uno es hijo de su historia y esta nos marca el carácter y el comportamiento, pero también se aprende, se entrena, se mejora.
Cuando sospeché el diagnóstico, todas mis defensas se tensaron, intentando desautorizar el razonamiento, al exponer sus cuitas a mis iguales enmascaré y mal orienté y pese a todas mis tretas, la realidad se impuso: “gota vincit”.
No era la metabolopatía es sí misma, que también, era mi asociación con la vejez, con el deterioro, con la invalidez, con Carlos I y Felipe II… Ya sé que no hay razón para ello, pero así era en mi interior. Las enfermedades en los enfermos, en el médico enfermo también, no solo son, también son lo que creemos que son, lo que simbolizan, lo que en nuestro imaginario representan.
El médico, en su ejercicio, si quiere proceder según arte y ciencia, debe viajar dos metros, de su lado de la mesa al otro y vuelta, para poder comprender, como decía Osler, tanto la enfermedad como, y más importante, al enfermo con esa enfermedad.
Cientos, miles de cristales arrasan mi articulación y prometen conquistar nuevos territorios, como las legiones avanzaban sobre los bárbaros para conquistar sus tierras y riquezas, se impone un tratamiento crónico que evite esos raids invalidantes y álgicos.
Yo también estoy al otro lado de la mesa.