Ser o no ser gay: la odisea de solicitar la residencia como graduado médico internacional gay*
Sebastián Suárez. Médico residente en un hospital americano
El 10 de abril de 2018, estaba en casa con mi esposo cuando leí el titular de NBC News : “Pareja gay brutalmente atacada después del evento del orgullo gay en Miami Beach”. Esto ocurrió justamente cuando estaba mandando mis solicitudes a los diferentes hospitales para hacer la residencia en los Estados Unidos. En realidad me daba miedo embarcarme en este proceso en el que la discriminación podía convertirse en un obstáculo para mi carrera. Solicitar la residencia como graduado médico internacional gay (GMI) me parecía una odisea. Con este titular en mente comencé a indagar sobre programas de residencia, y lo primero que busqué fue: «mapa político de EE. UU.», «derechos LGBTQ en EE. UU.», «ley de discriminación LGBTQ», «despido laboral LGBTQ», entre muchas otras entradas. Me preguntaba si otros solicitantes también buscaban programas asegurándose primero que se preservaran sus derechos. El miedo me disuadió de solicitarlo en muchas regiones del país.
Durante 3 meses, revisé los sitios web de más de 200 programas de residencia después del trabajo. Estuve atento a palabras clave como «diversidad e inclusión», «LGBTQ», «salud de la mujer», «disparidades en la salud» y «determinantes sociales de la salud». No es sorprendente que los programas que incluían dicho lenguaje estuvieran entre los más competitivos del país. Pensé: «¿Qué pasa si coincido en un programa comunitario donde no me respetan por ser gay?» No estaba seguro de si mi miedo era real o si se trataba de una homofobia mía internalizada. Creía que me estaba volviendo loca: “¿Debería ser sincera sobre mi orientación sexual? ¿O me estaba dando un disparo en el pie? ¿Me gustaría formarme donde no me conocen? Pero soy un GMI, y los mendigos no pueden elegir”. Fueron muchas noches sin dormir. Al final, indirectamente revelé mi orientación sexual en mi declaración personal y me sentí segura de saber que si me invitaban a una entrevista, era porque sus valores eran compartidos con los mios.
Nunca olvidaré mis mejores experiencias de entrevistas. Recuerdo claramente que abrí mi paquete de bienvenida de un programa y lo primero que vi fue el volante «Diversidad e inclusión» con la bandera del arcoíris. También incluía los nombres y la información de contacto de profesores y residentes que se identificaron como LGBTQ, entre otros grupos minoritarios. De repente sentí que el peso sobre mis hombros era más liviano. Sonreí, estaba en un lugar seguro.
En otra entrevista, fuimos recibidos por un grupo diverso de profesores en términos de género, raza, etnia y orientación sexual. Durante el camino, recorrimos su “Salón de la fama”, que incluía mujeres y personas de color. Compartieron con orgullo cómo su hospital estaba abordando directamente las desigualdades mediante el apoyo a la vivienda para los pobres. La directora del programa destacó cómo fueron de las primeras en formar médicas en el país. “Queremos residentes que crean en nuestra misión social”. Nuevamente, sonreí.
Sin embargo, me generaba ansiedad el que mi orientación sexual afectara mis posibilidades de emparejamiento. Muchas veces, los entrevistadores veían mi anillo de matrimonio y preguntaban: «Entonces, ¿qué hace tu esposa?» Me quedé frio durante un tiempo que me pareció una eternidad. Mi mayor temor se había hecho realidad. Una parte de mí se cabreaba porque la conversación giraba hacia lo personal. Otro lado de mí deseaba sin embargo discutir el efecto de asumir un determinado género u orientación sexual. Mi lado más primitivo quería detener la conversación por completo. Forcé una sonrisa y respondí: «Mi esposo…» Su pregunta no solo era una violación, sino que también me enfadó el que me obligaran a desvelarme. Algunos entrevistadores respondieron muy respetuosamente con «¡Oh, no quería hacer suposiciones!» Otros respondieron: “Oh, sí, ¿Qué hace su esposo para ganarse la vida?” Mi reacción favorita fue cuando un entrevistador evitó el tema por completo y dijo: «Oh… entonces, ¿por qué quieres venir a este programa?»
A la hora de hacer las entrevistas, me gustaría pedirles un favor a los entrevistadores: los solicitantes LGBTQ deben salir del armario a su propio ritmo y en sus propios términos, así que les pido humildemente que no pregunten sobre las familias de los solicitantes. Depende de nosotros el compartir o no esa parte de nuestras vidas. Hemos estado traumatizados durante todas nuestras vidas y así nos estáis quitando lo único que nos puede hacer sentirnos seguros. Permitid por favor que los solicitantes se abran solo si así ellos lo desean. Incluso si no hay malicia en su pregunta, esto no tiene nada que ver con usted. El desequilibrio de poder existente nos obliga a compartir una parte de nuestras vidas que algunos pueden no sentirse cómodos compartiéndola. Si esto fue incómodo para mí como hombre cisgénero, me puedo imaginar cómo deben sentirse las personas menos privilegiadas dentro de la comunidad LGBTQ, como aquellas que se identifican como transgénero, queer o de género inconforme.
El lunes anterior al día del Emparejamiento, todos los solicitantes reciben un correo electrónico en el que se les informa si fueron aceptados o no. Esa noche solo pude dormir 3 horas. Sentí náuseas. Todo lo que podía hacer era mirar la pantalla de mi ordenador, actualizando el correo electrónico que determinaría mi futuro. A las 10:59 recibí el e-mail tan esperado: “¡Felicidades! ¡Has encajado!” En ese momento, sentí como si me hubieran quitado un elefante de los hombros. Se me llenaron los ojos de lágrimas, de alegría y alivio, y de inmediato recuperé el apetito, al darme cuenta de que era casi seguro que tendría un trabajo en una ciudad donde me sentiría segura, valorada y respetada. Para la mayoría de los GMI, esta es nuestra prioridad, independientemente de la orientación sexual o la identidad de género. Pero para mí, ahí radicaba toda la diferencia. Me formaría en una ciudad sin la amenaza de ser despedida de mi trabajo o agredida por caminar por la calle de la mano de mi esposo. Finalmente había superado lo que inicialmente parecía un viaje imposible.
Después de lo que pareció ser la semana más larga de mi vida, llegó el día del Emparejamiento. En lugar de participar en la ceremonia tradicional del Día del Emparejamiento al mediodía, los GMI como yo tenemos que esperar hasta la 1:00 p. m. para abrir un correo electrónico y leer los resultados. Decidí dar un paseo con un amigo para distraerme de esa ansiedad desgarradora que había experimentado a principios de semana. Esta vez, me preocupaba el potencial de discriminación en el lugar de trabajo. Cuando me llegó el e-mail a las 12:58 no paraba de saltar y llorar de la emoción. ¡Había emparejado en mi mejor opción! Fue una jugada perfecta.»
Notas del autor
La autora quisiera agradecer a la Dra. Lori Garg por ser una mentora y amiga, y por compartir su curiosidad intelectual, a la Dra. Jenny Siegel y a la Dra. Catherine Rich por su orientación y perspectiva sobre este artículo, y a su esposo, Francisco, por su constante apoyo y por hacer que esta odisea valiera la pena
(*) Originalmente publicado en: J Grad Med Educ (2020) 12 (1): 113–114. https://doi.org/10.4300/JGME-D-19-00538.1