Diciembre 2020. Soledad, de nuevo Soledad.
En Marzo de este mismo año, justamente unos días antes de que se instauraran todas las alarmas y las medidas más drásticas frente a la epidemia de Covid 19 que nos invadía silenciosamente desde semanas antes, dedicábamos nuestro número de ese mes a la Soledad ( https://www.doctutor.es/2020/03/04/marzo-2020-soledad-y-salud-publica/ ). En él Antonio Ruiz Sánchez et al. ( http://www.doctutor.es/2020/03/03/la-soledad-un-grave-problema-de-salud-publica/ ), llamaban la atención sobre la gran importancia sanitaria que suponía el problema de la soledad. La epidemia de Covid 19 ha venido desgraciadamente a mostrarnos precisamente el impacto que esta situación ha provocado, resaltando la trascendencia del problema de la soledad y de la repercusión que en este contexto epidémico la misma viene aun representando. Diez meses después de su debut y todavía en plena pandemia (segunda ola), empezamos a percatarnos de como los modos de afrontamiento que hemos utilizado hasta ahora han descuidado y agravado hasta límites insoportables, aspectos considerados inicialmente como de escaso interés médico o de una importancia secundaria, entre ellos la soledad generada. En este número de Diciembre de 2020, volvemos sobre esta devastadora e inesperada “epidemia” y lo hacemos como es habitual en nuestra publicación desde una doble perspectiva: la de la experiencia “sentida” y narrada y la de la “analizada” y sistematizada. Pasados ya diez dolorosos meses, ofrecemos dos testimonios particularmente impactantes y dramáticos del sufrimiento vivido por la población a través de las experiencias de Sonsoles, redactada por su hermano Juan David (cirujano retirado) y de una paciente anónima, narrada por su médico de familia Augusto Blanco. En la primera “El cáncer y la Covid”, Juan D. y Sonsoles Tutosaus nos ofrecen un impresionante documento de alcance amplio y diverso, pero especialmente revelador de las distintas facetas del sufrimiento humano que conlleva padecer de Covid19 y ser tratados de la forma en la que estamos tratando a nuestros pacientes con esta infección. Con la soledad como trasfondo trágico, Juan D. y Sonsoles destacan la necesidad de una mayor conciencia social respecto al problema de la transmisión del virus, especialmente entre sanitarios (hecho este sobre el que escasamente se ha llamado la atención crítica) y por otra parte por lo que tiene de denuncia de prácticas médicas deshumanizadas aún en estos tiempos, ofreciéndonos recomendaciones prácticas muy concretas. En “Deudos y Covid”, Augusto Blanco nos transmite de una forma elegante y narrativamente muy bella una historia de soledad, la historia de su personaje real: Soledad, una ejecutiva a la que la epidemia le roba lo más querido abocándola a una soledad límite que trastoca su mundo y su razón de existir y en la que a la vez se nos muestra el rol esencial del médico, el cual percatándose de la naturaleza y trascendencia del problema de su paciente, utiliza una sabiduría clínica que como siempre va más allá de lo puramente protocolario y exclusivamente técnico y biomédico. En los otros dos artículos, Ami Rokach, psicólogo clínico nos escribe sobre la “soledad”, ofreciéndonos claves útiles para su reconocimiento y diferenciación de otros estados psicopatológicos que pueden ser de gran utilidad al clínico. A la vez el autor apunta sobre la experiencia única de soledad durante el coronavirus y dibuja de manera somera algunas formas de abordarla. Finalmente en La Soledad en la era del COVID-19: Una llamada de atención sobre los límites del conocimiento científico, hemos querido llamar la atención cómo, de forma casi paradójica, la epidemia está poniendo de manifiesto a través de las consecuencias sociosanitarias generadas, la dificultad para abordar la pandemia exclusivamente desde perspectivas de naturaleza médicas o técnicas (en el sentido de aplicación de un conocimiento de tipo biomédico, epidemiológico o meramente tecnológico) haciendo ver así la necesidad de ampliarlo con otro de tipo socio-conductual, ecológico y humanístico. Todo esto supone una vez más, una llamada de atención sobre la necesidad de ampliar la razón desde lo “científico” a lo “humanístico”, desde lo “empírico” a lo “relacional”, desde lo “artificial y sintético” a lo “natural y ecológico”.
Gran artículo