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El Centro de Salud en tiempos de Covid-19.


Augusto Blanco Alfonso. C S U Reina Victoria  

La pandemia había alterado la vida tal y como la conocíamos, seguramente nunca volvería a ser igual. En el Centro de Salud la broma duró nada y menos, con mayor o menor intensidad se fue imponiendo, aquí también existía el efecto rebaño. La distancia de seguridad se impuso paulatinamente: nadie se acercaba a nadie, nadie tocaba a nadie, implementándose más cada día. La ropa mutó, como mutan los virus, la normal dejó su sitio a la del fondo del armario, no la de fondo de armario, la más deslucida, la que estuvimos a punto de tirar y ahora sabemos que destino le aguarda en cuanto todo acabe o, al menos, tengamos un respiro. Enmascarados permanentemente se volvieron a mirar a los ojos, descubrieron ojos que se habían pasado, por lo que fuera, ignorados: glaucos de puro claros, carbones que atrapan, melíferos… Las más de las veces naturales: sin rayas ni sombras ni pegotes. También el maquillaje está penado, actúa como reservorio de bichos, le construye urbanizaciones víricas… ¡Son tan chicos los virus! 

Que las pinturas de guerra y paz pasan a ser un recuerdo. Los tintes caseros tratan de mantener a raya la raya y a la plata capilar en general. Los pendientes, sortijas, pulseras, relojes abandonan cada vez más sus territorios para quedar relegados a la cómoda, a la mesilla de noche, esas pequeñas partes de nuestras identidades, esa manera de mostrarnos al mundo, también sucumbe a la tiranía de la seguridad. Se hace fiesta cuando alguna “loca” los retoma y muestra orgullosa su temeridad.

El azul que las manos enguanta, nos protege y nos distancia. La solución hidroalcohólica nos riega, la piel, los guantes, los instrumentos: termómetros, “pulxis”, fonendos… No importa que nos repitan mil veces que en la goma no sirve, que en los instrumentos mejor alcohol, se usa con fervor religioso. Como un sortilegio. Han cambiado las costumbres. Como han cambiado las posesiones ya no existe eso de “mi consulta”, ahora es la del “médico normal” o la “enfermera de todo”… Se impone el triage francés, que algunos preferimos con la “j” española. En la puerta se separa el respiratorio de todo lo demás, el grano de la paja, se manda a casa lo que no necesita pasar y se sacan los papeles a la puerta, el centro está apestado y lo cuidamos con el mimo que nuestros medios nos permiten. El covid es el dueño: un ascensor exclusivo, un pasillo para él solo, tres consultas y una cuarta de vestuario de disfraces protectores. Ha habido que aprender, como tantas veces en la ciencia y en la vida, prueba error, y han sido capaces de rectificar, enmendar cuando había otras opciones mejores. Probar y aprender. Se han flexibilizado los turnos, los horarios, las funciones, la plantilla… Se han incorporado con pleno derecho algunos de los que, normalmente, se pasa de refilón por ellos: pediatras, odontólogos, higienistas, la matrona, las auxiliares, la trabajadora social toman el protagonismo que normalmente se les regatea, tienen voz en cada reunión: manejan el almacén y las protecciones, los administrativos y celadores intentando organizar el caos. Odontólogos, pediatras, higienistas… los reyes del triaje, príncipes del teléfono. Ya les dice una compañera a los pediatras: “con tanto teléfono os convalida el R1 de familia y como esto dure el R2”, pero no quieren, que: “los médicos de adulto vivís en un mundo “oscuro”, dicen. Han cambiado, de golpe, las acuarelas de colores por la más cruda de las realidades. Nuevos compañeros se incorporan a la lucha para cubrir las muchas bajas. En los primeros siete días la mitad de la plantilla cayó en primera línea. Mandan enfermeras de colegio al campo de batalla, en la trinchera se batirán juntando ánimos y esfuerzos, asumiendo riesgos como uno más. Los Resis parpadean entre la urgencia hospitalaria, nuestras consultas y, después, el hospital estrella de la televisión, todo un master en incertidumbre y llanto. Hasta una Pre-mir se alistó a la pelea, todo entusiasmo, sentido común y entrega. La trabajadora social organiza, de la casi nada, grupos de voluntarios para ayudar a quien lo precise, acercarán avíos y espantarán soledades y temores. Los externos, los concedidos, igual que siempre pero más. 

La limpieza asume riesgos que no están ni en su sueldo, ni en sus órdenes y se apiadan de los suelos mezquinos, salpicados por mil gotas de desinfectantes y pisadas donde no deben ni acercarse. Y calladas y laboriosas cumplen con el miedo bien dentro y la sonrisa tímida presta. La seguridad es otro mundo, uno más en el equipo, se involucra como si fuera suyo, desde buscar limpiezas extras, motivado por nuestras quejas sempiternas, a discurrir como organizar las consultas el día que empecemos a pensar en el covid como un mal sueño, como la pesadilla que está siendo. 

También acude a la brega san Cristóbal, toma el cuerpo de un hispanoamericano y conduce su Uber a cada destino que se le pide. Los avisos no hubieran sido igual sin él. Humilde, educado, servicial y dispuesto, de 8 a 21 todo el día vestido con una sonrisa limpia. Si le dicen que los aplausos de las 20 también son para él, que si es consciente, se sonroja y, enseñando unos dientes muy blancos, se quita importancia, pero “si te tiras 13 horas…” “solo, antes trabajaba 15” contesta impertérrito. 

Las conversaciones del día a día, se realizan de dintel a mesa, da igual si preguntas por la familia, por un enfermo o una duda. No siempre se entienden a la primera, la distancia, la mascarilla y los años que endurecen el oído dificultan esos remedos conversacionales. Los ausentes son cada vez más presentes. No por el interés normal de repartir entre más el mal, también, sin duda, porque cuando éste explota cerca, salpica y nos enfrenta con la realidad del día a día. Acostumbrados a vivir entre dolores, enfermedades, invalideces, muerte… Cuando uno de nosotros cae… Todos caemos un poco. Cualquiera puede enfermar, cualquiera puede necesitar una UCI, cualquiera puede… Se descubren personas de siempre con actitudes insospechadas o temidas. 

Cada cual da su cara más real. La compañera siempre discreta, recatada, deviene en líder sindical, cuadrando a la dirección asistencial. La que con todo traga y compra paz con esfuerzo y trabajo, retrata el escaqueo ajeno. Los líderes emocionales se posicionan con el Jefe y éste ejerce como tal, como nunca lo había hecho. Los disfraces quedan en mascarillas y guantes, cada cual se desvela con sus tripas en la mano. 

Somos como somos en la adversidad y en el juego. Las reuniones de las dos son un ejemplo simpático. Comienzan respetando distancias oficiales y silencios, luego el espacio los reconvierte, entre guiños, temores y risas despreocupadas o gruñidos no tan despreocupadas. El silencio que acompaña el parte de bajas, cada día uno o dos se añaden, desaparece presto en el gallinéo que suele triunfar sobre las ideas, todos quieren aportar, todos descargar su miedo o su rabia, pero pese a todo se van tomando, lentas, algunas decisiones: organización, reivindicaciones… La planificación se hace al día, las circunstancias no permiten el largo plazo, con la inestabilidad que ello conlleva. El IFEMA secuestra profesionales o capta voluntarios. Un miedo más, una inquietud añadida. 

Cenicientas de siempre los Centros de Salud aguantan el tirón, sin oropeles ni alharacas, con su población. Intentando mitigar el dolor, la angustia, el sufrimiento… de los que se les ha asignado.

Post date: 2020-05-04 10:45:01
Post date GMT: 2020-05-04 08:45:01

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