¡Dejad de aplaudir, los médicos no son héroes! Una reflexión sobre el médico basada en “La Peste” de A. Camus

Roger Ruiz Moral 
Profesor de Medicina, Universidad Francisco de Vitoria en Madrid

-Me imagino entonces lo que debe de ser la peste para usted
-Sí -dijo Rieux- una interminable derrota
…-¿Quién le ha enseñado a usted todo eso, doctor?
La respuesta vino inmediatamente
-La miseria

Cuando estoy sometido a algo tan extraordinario, tan fuera de lo que es para mi la costumbre, me cuesta trabajo pensar, sentir y comportarme como si fuera yo mismo. Es una rara sensación de enajenación, de irrealidad. No sé lo que debería hacer, lo que tendría que decir, a quién debería seguir o apoyar, a quien denostar o atacar. Todo esto es lo que me pasa desde que vivimos bajo las circunstancias que ha provocado la pandemia del COVID19. Vivo confinado en mi casa a pesar de que soy médico, pues desde hace años no ejerzo como tal, mientras que mis dos hijos y mi mujer, también médicos, están desarrollando sus actividades clínicas en sus respectivos hospitales. 

Cuando me ocurre esto suelo buscar alguien que me oriente en mi perplejidad y a estas alturas de mi vida casi exclusivamente acudo a la literatura, casi siempre a los clásicos. Obviamente no busco respuestas concretas, tan solo señales que me ayuden a interiorizar esa experiencia que me revela impotente, para enmarcarla en el flujo natural de lo humano. Ese flujo de acontecimientos vividos o imaginados que otros o bien sencillamente nos describen, o además reflexionan con sabiduría y sobre todo con belleza.

Desde que todo esto empezó y especialmente desde que empezó el confinamiento por la epidemia del coronavirus, he buscado algunas lecturas relacionadas con algo similar a lo que vivimos estos días. Sin duda, de todas las que he barajado mi preferida es La Peste de Albert Camus.

Como toda obra de calado, La Peste tiene muchas lecturas, pero a primera vista lo que llama la atención es la increíble repetición de acontecimientos, situaciones, actuaciones, reacciones, con las que el autor describe el desarrollo de una epidemia. Se nos ofrece el comienzo, el pico, el descenso y la desaparición de una epidemia y la primera reacción que nos deja su lectura, es de perplejidad. A lo largo de la historia de la humanidad se han sucedido muchas plagas e, independientemente del efecto más o menos grave de cada una de ellas en la población, todas han seguido la misma evolución. Entonces ¡cómo en el momento de enfrentarnos al Covid 19 podemos estar cayendo en los mismos tópicos y errores! También esa perplejidad me surge precisamente al percatarme del problema que tenemos los humanos para preveer cualquier tipo de catástrofes, y en especial las epidemias. Esta perspectiva, sin embargo, me hace ser mucho más condescendiente con todo lo que estos días veo y oigo por parte de nuestras autoridades y gobernantes.

Pero volviendo a mi preocupación inicial. Camus me tranquilizó pronto sobre esa extraña sensación que antes describía: “…en el momento de la desgracia es cuando se acostumbra uno a la verdad, es decir al silencio. Esperemos” (pag. 111) dice Tarrou sobre el sermón del padre Peneloux, los dos personajes antagónicos de la historia. Mi desasosiego viene, al menos en parte, de una sensación de estar un poco fuera de lugar en esta situación: yo un médico que no está en el “frente”, como lo están la mayoría y entre ellos mi mujer y mis hijos. Sin embargo, para ser sincero, he de decir que en realidad no me lo reprocho, como tampoco admiro a ellos especialmente. Estos sentimientos, lo confieso, me desasosiegan, sobre todo cuando oigo en las noticias repetir una y otra vez: “nuestros sanitarios esos héroes”, “se juegan la vida por nosotros” y cada tarde a las 20 horas, cuando escucho los vítores y aplausos de los vecinos desde sus balcones dirigidos a estos “héroes”, un día tras otro. Me pregunto si tengo derecho a tener ese sentimiento de indiferencia, casi de condescendencia hacia esas manifestaciones. Por eso le he preguntado a mi mujer lo que a ella le producen esos aplausos: ambivalencia, me ha dicho, ella cree que son gritos de desesperación, que a veces la emocionan otras simplemente no le repelen, esto me ha tranquilizado. No sé lo que sienten mis hijos, estamos separados, ellos en Madrid y yo en Córdoba desde el inicio de la crisis y no me atrevo a plantearles este tipo de cosas por whatsapp. 

¿Cómo deberíamos de sentirnos los médicos? O de forma más realista y menos ambiciosa, ¿Cuál debería ser mi sentimiento correcto ante esto?

La verdad es que me resulta bastante “chocante” lo que está pasando con los médicos y con los sanitarios en general. En un momento como el que vivimos (y escribo esto en pleno confinamiento) de absoluta pérdida de la costumbre, la gente ofrece de forma constante manifestaciones estentóreas dirigidas a ellos ensalzándolos y catalogándolos de “héroes”. “Un simpático ardor” que hay que comprender, pues quiero pensar que, como dice mi mujer, en situaciones de desamparo siempre hay retóricas de este tipo.

En La Peste, Camus ofrece a mi juicio un extraordinario documento sobre la condición de médico (podría decir también “sanitario”, pero nunca me he llamado así a mi mismo). El entorno dramático de la epidemia lo facilita. Resulta especialmente esclarecedor las ideas y las acciones que Bernard Rieux, el médico protagonista de la historia nos ofrece:

“…este trabajo puede ser mortal, lo sabe usted bien” (p.119), le dice el bueno de Rieux a Tarrou a propósito de la labor de los sanitarios. Rioux se resigna y esfuerza cada día en su trabajo como médico, en todos los planos: con sus pacientes, con sus amigos y conocidos, colaborando con las autoridades,…A lo largo de la obra Camus dibuja su carácter, infatigable pero sencillo, asumiendo de una forma absolutamente natural su papel en la epidemia y a la vez comprendiendo a casi todos los que le rodean, cada uno con sus anhelos y contradicciones, desde el tragicómico Cottard hasta el escapista Lambert. Por esto, Tarrou se sorprende y le pregunta: “¿por qué pone usted en ello tal dedicación si no cree en Dios?” (p.120). Poco después Rieux le ofrece a Tarrou la idea que tiene de su oficio cuando le hace ver a éste que él cree estar en el camino de la verdad, luchando contra la creación tal y como es.

Cómo nuestros conciudadanos hoy en la pandemia del Covid 19, Tarrou en la ciudad apestada piensa que los médicos hacen lo que hacen porque son orgullosos, y por esto se comportan a sus ojos como héroes…pero Rieux le insiste: “…yo no sé lo que me espera, lo que vendrá después de todo esto. Por el momento hay unos enfermos a los que hay que curar” (p.119). Yo creo que la gran mayoría de los médicos son como Rieux no se plantean muchas más cosas. Cada vez más en ámbitos académicos y profesionales se echa mano de la importancia de la vocación a la hora de ser médico y de la necesidad de ser fieles a ésta. Pero es una ética forzada. Tengo serias dudas sobre la naturaleza y el papel que juega en el ejercicio del médico esta supuesta vocación. Temo que realmente no exista o al menos no mayoritariamente en los jóvenes que hacen medicina. Esto quizás pueda contradecirse con los trabajos que hoy día se publican al respecto y donde parecen ser mayoría los estudiantes que declaran escoger la carrera porque “quieren ayudar a la gente”. Yo no lo creo. Si me hubieran preguntado mediante un menú de preguntas por qué había elegido yo medicina, seguramente habría contestado eso, pero en el fondo, realmente yo no sabía entonces por qué lo hacía, creo que seguramente también entré en medicina de una forma indolente como lo hizo Rieux”cuando me metí en este oficio lo hice un poco abstractamente, en cierto modo porque lo necesitaba, porque era una situación como otra cualquiera, una de esas que los jóvenes eligen” (p.121): Tal vez yo no sea el más indicado para hablar de ello, pues  no ejerzo como médico quizás porque “simplemente, no me he acostumbrado a ver morir”, pero la mayoría de mis compañeros, de mis amigos médicos, mi mujer, tal vez mis hijos, médicos en activo, que en estos días están acudiendo a sus puestos de trabajo sin la protección necesaria y con la incertidumbre que le impide elegir sus acciones con la aceptable seguridad y eludiendo riesgos, lo hacen sencillamente por un sentido del deber, por honestidad profesional. Porque es lo único que pueden hacer, especialmente en un momento como el que estamos viviendo ahora, igual que lo hicieron los sanitarios en el Orán de la peste: porque “sabían que era lo único que quedaba y no decidirse a ello hubiera sido increíble” (p.125). El médico, a medida que progresa en su profesión, si es auténtico, y todo médico que atiende a pacientes si no está agotado o sufre burnout, es auténtico, se enfrenta a lo verdadero de los males que atiende y  “cuando se ve la miseria y el sufrimiento que acarrea, hay que ser ciego o cobarde para resignarse a la peste” (p.119), porque cuando la enfermedad aparece el médico sabe que lo que tiene que hacer es sencillamente “impedir que el mayor número posible de hombres muriese y conociese la separación definitiva” como dice Camus y “para esto no hay mas que un solo medio: combatir la peste. Esta verdad no era admirable: era solo consecuente” (p.126).  

No podemos olvidar tampoco que en situaciones como la que hoy vivimos con el Covid 19 no son solo los médicos, son el resto de hombres y mujeres que realizan los “pequeños” trabajos, el repartidor del supermercado que nos lleva a casa nuestro pedido, el basurero que recoge cada noche nuestros desperdicios, el técnico de sonido de cualquier emisora de radio que hace que el famoso locutor nos acompañe en nuestras soledades, la limpiadora, la cajera,…esos “corazones desgarrados y exigentes que la peste hizo de todos nuestros conciudadanos” (p.125), esos que como Grand, el aparente hombre gris en tiempos anteriores a la epidemia, no se han asombrado por lo extraordinario que supone también hacer su trabajo,…un trabajo que, es cierto, tal vez “no es lo más difícil”, pero como él le dice asombrado a Rieux, cuando este le da las gracias “hay peste, hay que defenderse, está claro. ¡Ah!, ¡si todo fuese así de simple! (p.127).

Por lo tanto, a los médicos no, no hay que felicitarlos por lo que están haciendo cada día de esta peste, pues no tienen otra salida, no les queda otra. Camus dice que esto sería como “felicitar al maestro por enseñar que dos más dos son cuatro”. Si acaso, felicitémoslos por haber elegido tan bella profesión. A los médicos y al resto de hombres y mujeres de otras profesiones que han elegido hacer su trabajo en tiempos de peste, les une esa buena voluntad, y para su honor son más numerosos de lo que creemos. Pero, es verdad que los médicos se juegan la vida más que los otros y eso repiten los que les aplauden, y también los políticos, al menos en estos momentos. No obstante, no deberíamos de olvidar que “…hay siempre un momento en la historia en el que quien se atreve a decir que dos y dos son cuatro está condenado a muerte” (p.126).

Especialmente en tiempos adversos como los que vivimos nos surgen más que nunca ejemplos y modelos que admirar y nos empeñamos después en resaltarlos, en aplaudirlos, con la secreta intención de que nos den fuerzas nos ayuden a avanzar y para que inspiren a los más jóvenes. Los llamamos héroes y creamos así una mitología posible sobre lo que nosotros mismos somos, sobre lo que podemos y debemos hacer para superar las dificultades. ¿Qué “pueblo”, que profesión, no los ha creado? 

También estos “héroes” me generan sentimientos ambivalentes, por eso me han resultado especialmente reconfortantes estas palabras del cronista de la peste: “…y si es absolutamente necesario que haya un héroe en esta historia, el cronista propone justamente a este héroe insignificante y borroso, que no tenía más que un poco de bondad en el corazón y un ideal aparentemente ridículo. Esto dará a la verdad lo que le pertenece, a la suma de dos y dos el total de cuatro, y al heroísmo el lugar secundario que debe ocupar inmediatamente después y nunca antes de la generosa exigencia de la felicidad. Esto dará también a esta crónica su verdadero carácter, que debe ser el de un relato hecho con buenos sentimientos, que no son ni ostensiblemente malos, ni exaltan a la manera torpe de un espectáculo.” (p.130)

La peste desapareció, como desaparecerá el Covid19 y la crónica termina con la revelación de su cronista, que no es otro que Bernard Rieux, y de la confirmación de su desgarrada realidad, ese hombre que parecía que solo hacía su trabajo, lo que tenía que hacer, pero que en su fuero interno prevalecía en él una angustia sorda que la peste había distraído, el impulso de acudir al lado de su mujer enferma fuera de la ciudad. “Hubiera querido volver a ser aquel que al principio de la epidemia intentaba correr de un impulso fuera de la ciudad, lanzándose al encuentro de la que amaba. Pero sabía que esto ya no era posible” (p.271). De esta forma magistral Camus, entra en el alma de todos, no solo de los médicos, aunque quizás algo más en la de todos aquellos que han decidido ser médicos: “esta crónica no puede ser el relato de la victoria definitiva. No puede ser más que el testimonio de lo que fue necesario hacer y que sin duda deberían seguir haciendo contra el terror y su arma infatigable, a pesar de sus desgarramientos personales, todos los hombres que, no pudiendo ser santos, se niegan a admitir las plagas y se esfuerzan, no obstante, en ser médicos.” (p.285)

Camus A. La Peste. Barcelona: Pocket Edhasa, 1996



     

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