Esa llamada.

Sofía
Enfermera en la UCI en Logroño

Esa llamada… Llega ya el paciente que estábamos esperado, mejor dicho, por fin puede bajar el paciente que esperaba una cama en la UCI; no hemos podido llamar hasta que se liberara una de las camas tras el fallecimiento de otro paciente. Una limpieza rápida y luz verde al ingreso. José Mª entra en la habitación en la cama de la planta empujada por un celador. Y en la habitación todo un equipo esperando su llegada enfundados en sus EPIs.

Es la intensivista la primera que le recibe; con qué sensibilidad saben los intensivistas acercarse y transmitir que las cosas no van lo bien que se hubiera deseado, que ese es el motivo por el que se le trasladaba y que dada su situación iba a ser necesaria la ayuda de un respirador; “para eso tendremos que dormirle, pero estaremos con usted en todo momento”. Me aproximo entonces a él; intento coger su mano… “Jose Mª, mi nombre es Sofía, soy su enfermera. No puede verme más que los ojos, pero le estoy sonriendo. Le iremos contando todo lo que vayamos haciendo”. José Mª nos mira, con profundidad, casi con súplica… “hagan lo que tengan que hacer”. Le escucho sin poder evitar pensar que es posible, incluso probable, que sean sus últimas palabras, no las últimas del día, ni las últimas antes de ponerse bien… sus últimas palabras y, los míos… los últimos ojos que ve.

Aferrado a él como si fuera su único nexo con los suyos, agarra el teléfono móvil con la mano que yo pretendía tomar. ¿Cuándo habrá sido su última conversación?, ¿le habrá dado tiempo a comunicar a alguien que le trasladan a la UCI? Intubación sin incidencias y eso que estábamos preparados para lo peor, la corta experiencia con COVID19 ya nos ha enseñado que ese es un momento crucial, que muchas veces y a pesar de la destreza del intensivista, los pacientes empeoran con rapidez y resulta muy difícil remontar su situación respiratoria; vía central, catéter arterial, SNG, sonda vesical… todo muy rápido. Y en medio de esa frenética actividad… suena un móvil. Seguimos funcionando, porque no es el móvil del intensivista de guardia que obligaría a parar y meter la mano en su pijama para contestar por si tiene que salir corriendo. Suena hasta que el final del tiempo de llamada lo acalla, de momento, porque casi inmediatamente después, vuelve a sonar y una vez más. Esa llamada…

Esa llamada se me hace la más terrible de las llamadas ajenas. Ajena porque no es para mí, pero ¡tan dolorosa! ¿Quién está al otro lado del teléfono?, ¿con qué angustia escucha uno y otro tono de llamada sin respuesta? Sólo quiere que cojas el teléfono José Mª y le digas que todo está bien, que te encuentras un poco mejor y que la fatiga parece que se alivia. Cuando acabamos con la tarea, cuando el paciente está estabilizado, mucho después de esa llamada, busco ese teléfono, no puede perderse. El celador en un intento de acallarlo ha tenido que quitar la batería. Así queda el teléfono. No sé cuándo fue la última vez que hablaste con José Mª, no sé cuándo te despediste de él en casa, porque no puedes acompañarlo, ni visitarle en el hospital; no sé cuándo ni si alguien te llama desde que está ingresado para decirte cómo van las cosas, sólo sé que hoy suplicabas porque él cogiera ese teléfono, pero hoy ni él ni nadie puede contestarte.



     

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