Pedacito
David Pedrazas López
A las 20:58 del 19 de enero de 2018, sonó el teléfono de la recepción del centro de salud. No sonó como de costumbre, no era un “ring-ring” normal y corriente de teléfono normal y corriente. Ese día, a esa hora, sonó como un alarido, con desespero (parecía que decía ¡SOCORRO, SOCORRO!).
Era esa hora, en la que se acaba la jornada y el frenesí da paso la calma, todo estaba más tranquilo, el ánimo y las ganas del personal estaban como las persianas, abajo.
¡El teléfono gritaba! Pese a que el timbre era el mismo de siempre, esta vez sonaba distinto. O eso nos pareció percibir a los allí presentes, bueno, y sobretodo a mí y a Susana. Ésta descolgó y no tuvo ni tiempo de dar el saludo protocolario, cuando desde el otro lado de la línea pedían un médico en un domicilio. Era el servicio de emergencias médicas, explicaban que los habían activado desde un domicilio del pueblo, pero que todas sus dotaciones, todos sus efectivos estaban en distintas emergencias y no podían acudir a la llamada de socorro.
Explicaban que un lactante se estaba ahogando en el domicilio y pedían que acudiéramos al domicilio. Tras recibir el mensaje, en milidécimas de segundo procesas toda la información: analizas el mensaje recibido, lo analizas, propones soluciones mentalmente y escoges la que a tu juicio será la mejor elección. Entonces, ¡zas! … salí disparado, propulsado, lanzado como un meteoro cogí el maletín de urgencias y arranqué el vehículo mientras que por el manos libres pedía que me dieran la dirección del domicilio.
Nuevamente, en mi mente, se dibujó un mapa del pueblo y tracé una línea recta imaginaria entre el centro de salud y el domicilio del niño en apuros. `La Touran´ corrió como nunca antes lo había hecho en sus 9 años de historia, el motor rugía, las ruedas chirriaban, el auto berreaba como el padre de la criatura cuando le llamamos, para preguntarle ¿qué sucedía?. Mi hijo bebé, mi niño pequeño, se muere, se está ahogando, parece que se ha atragantado.
Trate de mantener la calma – le decía yo- que estaba más revolucionado que el coche mercurial que me llevaba a destino raudo y veloz. Mire, métale el dedo en forma de gancho en la boca a su hijo y una vez tenga lo que sea que sea que se haya tragado, arrástrelo hacia afuera, vamos de camino, a toda velocidad. Por favor dígale a su otro hijo que salga a la puerta del domicilio a recibirnos, porque así localizaremos más rápidamente la casa y llegaremos antes.
Yo sabía que el tiempo corría en contra de la vida del niño, a la espera de la llegada de auxilio, [para ponerme en el lugar de la criatura] aguantaba la respiración, y así, me hacía una idea de cómo estaría él, ¡me asfixiaba a los 30 segundos! y no me quedaba más remedio que hacer lo que el niño no podía hacer, … ¡ r e s p i r a r !
Creo que incluso cerré los ojos en más de un cruce entre dos calles, puesto que estuve a punto de impactar por lo menos con 3 coches en todo el recorrido. No me importaba que me increparan coches ni peatones a mi paso raudo y veloz, por cierto (mi vehículo no tenía ningún distintivo ni identificación como sanitario en acto de servicio), de modo, que para los ciudadanos yo era un ‘malditamadre’ que por poco les atropella. En aquellos momentos, yo tampoco era consciente de lo inconsciente que era ir a las 9 de la noche en un vehículo de color negro a toda velocidad por las calles del pueblo, saltándome semáforos, stops, pasos de cebra de peatones, controles de alcoholemia, … No veía semáforos, ni coches, ni peligro alguno, en mi cabeza estaba la localización del domicilio de la criatura en apuros y el dibujo del mapa mental de la ruta que me llevaría hasta ella. Debo decir que en mitad de la noche se escuchaban dos alaridos, el del padre de la criatura viendo como su hijo se le ahogaba y el de `la Touran´ negra, cual carro de fuego.
A los pocos minutos, que a mí me parecieron horas, llegué al domicilio. En la puerta del bloque de pisos, se encontraba Santi, un chaval de unos 10 años el cual me recibió con una calma pasmosa, para lo dramático del momento y de la situación.
Niño Santi: -Hola médico-, soy Santi el hermano de Pedro, el hijo de Mariano y Soledad.
Médico: – ¡Santí!, “por los clavos de Cristo”, llévame rápido dónde tu hermano! ¿Cómo está?¿”moraíto”?
Niño Santi: – Que va, ya está bien, ahora está comiéndose un cuscurro de pan en su silla-
Médico: – ¿qué ha pasado?, cuéntame.
Santi: – Mi padre se ha ido a la cocina a prepararnos la cena, a Pedro y a mí, y yo me he quedado con él viendo los dibujos en la televisión, de repente le he escuchado que hacía un ruido raro con la respiración, miro a mi hermano y se estaba poniendo de color rojo-lila. De modo que he avisado a mi padre. Éste, al entrar en la pieza y encontrarse a mi hermano atragantándose, ha empezado a ponerse nervioso, muy nervioso, demasiado, estaba histérico, chillaba se está ahogando, ¡Pedro se nos muere!
Dios mío, ¡¿qué vamos a hacer?!
Entonces, yo le he dicho que lo que teníamos que hacer, era aquello que un día me explicaron en el `cole´, que no era más que intentar estar tranquilos y llamar al 112.
Padre: – ¡Pues llámales ya coño, que no ves que se muere!
Niño Santi: entonces yo he llamado al 112 y el resto ya lo sabes.
Médico: anda vamos para dentro.
Al entrar, en la casa atravieso un pequeño recibidor y me meto en el comedor donde encuentro al padre, pasmosamente tranquilo y, al niño bebe en su trona, royendo un cuscurro de pan.
– ¡Buenas noches!, ¿cómo están?, Santi ya me ha contado lo sucedido.
– Me acerqué al bebé para explorarlo. Me encontré con un niño con buen color, cara redondita de color “rosita”, que roía con fruición un trozo de pan. Éste al verme, me regaló una sonrisa y siguió concentrado en su empresa.
– Lo siento Pedro, pero tengo que explorarte. Le quité el trozo de pan, se lo alargué a su padre y me dispuse a reconocerlo. Todo correcto, cavidad oral libre, sin cuerpos extraños, ventilación simétrica bilateral, murmullo vesicular conservado, saturación de oxígeno 99%. El resto de la exploración física, era normal, me la ahorro.
– Evidentemente, aquello no le gustó a Pedro, el cuál, de forma enérgica, reclamo su pedazo de pan. Una vez confirmado que el crío estaba bien, le devolví su pan, me senté con el padre y repasamos lo que había sucedido.
Mariano, su hijo pequeño está perfectamente, quédese tranquilo, y por favor, cuénteme lo que ha pasado.
– Mariano: pues como de costumbre, a la hora de la cena, he dejado a los niños viendo la televisión en el comedor y me he ido a la cocina a prepararles la cena. Pedro, sostenía en sus manos, una botella de colonia para bebes. Esa que ve usted ahí sobre el mueble y, resulta que se ha entretenido en ir royéndola con sus 4 dientecitos.
A los pocos minutos, he escuchado a Santi que me decía, ¡papá, papá! ven, rápido, algo le ocurre a Pedro.
Al entrar en el comedor, me he encontrado al niño pequeño agitado, hacía aspavientos, luchaba, intentaba llorar, pero no podía, su color le estaba cambiando. Me he dado cuenta de que algo le ocurría. Yo, me he puesto muy nervioso, ¡veía que mi hijito se estaba ahogando y no sabía que hacer! Entonces, Santi, me ha dicho, papá, yo sé lo que tenemos que hacer.
El niño, con una tranquilidad pasmosa, ha cogido el teléfono y ha llamado al 112. De repente, me han comunicado con ustedes y me han indicado que debía hacer y que pasos debía seguir.
He metido mi dedo en forma de gancho en la boca de Pedro, lo he arrastrado de dentro hacía afuera y he extraído un “pedacito” de plástico de la boca de mi hijo, al momento éste ha empezado a llorar y ha recuperado el color.
Resulta que el niño, había roído un pedacito de plástico del culo de la botella, se lo tragó y con ese pedacito de plástico se estaba asfixiando.
– ¿Puedo ver esa botella?
– Claro, mire, ahí la tiene sobre la mesa.
Examiné la botella de colonia para bebes. Era una botella de plástico duro pero que tenía un envoltorio, también de plástico, con la marca de la colonia y unos dibujos infantiles y, en efecto en la parte inferior le faltaba un fragmento del plástico blando. Junto a la botella, estaba el pedacito que Mariano le había extraído a su hijo de la cavidad oral. Aproximé el pedacito a la botella y el puzzle cuadró, se adaptaba perfectamente. De este modo, comprobé que el cuerpo extraño, con el que minutos antes casi se asfixia al niño había salido por completo. Mi tarea como detective había finalizado en aquel domicilio.
Entonces, sentí curiosidad por averiguar como el hermano de Pedro, supo actuar tan bien, ante la situación que por poco mata al pequeño de la casa. Santi, por favor, ¿puedes venir un momento? al segundo, el hermano mayor de Pedro, se acercó a mí. ¿Me puedes contar cómo sabías que llamar al 112?
– Santi: claro, un día, cuando hacía P5, vinieron unas personas a mi colegio, y nos enseñaron a todos los alumnos de P5 a salvar una vida. Nos enseñaron a detectar una emergencia y, nos dijeron lo que teníamos que hacer, que era mantener la calma y llamar al 112.
Al día siguiente por la mañana, cuando ya finalizaba las visitas, al abrir la puerta de la consulta, me encontré con una mujer. ¿A qué hora tiene visita? No tengo hora doctor, soy la madre del niño al cual ayer por la noche usted le salvó la vida, venía a darle las gracias. ¡Muchas gracias doctor! ha salvado la vida de mi niño chico, no sé cómo se lo podré agradecer.
Hoy, Pedro no estaría entre nosotros, si no fuera porque Santi algún día, aprendió a salvar vidas y, hoy yo no estaría aquí en Santiago, si no fuera porque algún día, alguien me explicó que un grupo de profesionales de la salud, desarrollaron un programa de salud comunitaria, que consistía en dar una formación en reanimación cardiopulmonar (RCP) a los alumnos de los colegios del territorio. Y que quizás, a lo mejor y probablemente, gracias a esa formación niños como Santi, contribuyen a salvar vidas y con ello a hacer un mundo un poquito mejor.