Humanos en su forma más “celestial”
Resumen: Un oncólogo nos regala su testimonio como médico y como paciente mismo, en el que resalta la trascendencia de la gratitud en el acto clínico
Ricardo Gesund
Oncólogo clínico en Cali (Colombia). Superviviente de un cáncer escamoso de cabeza y cuello.
Una tarde más, un paciente tras otro, todos diferentes, un enorme universo de patologías, problemas y necesidades. Así, llegó ella; la veo cada cuatro meses en visitas de seguimiento pero cada vez me admiro por su frescura, calidez y su persistente buena presencia con la que oculta cada una de las ranuras por las que se entrevé su sufrimiento.
Me saluda como siempre con enorme dulzura
Se sienta. Hablamos sobre cómo se encuentra, y como antes ella me dice que muy bien. Entonces llega lo que llamo “El Momento de la Verdad”. Conforme me da sus análisis y radiografías me doy cuenta de lo tensa que está. En una quietud perfecta espera mi revisión y comparación con resultados previos. Tardo un poco, un tiempo que a ella puede parecerle eterno hasta que le doy mi opinión. “Teresa, lo llevas maravillosamente”. Mis palabras reverberan en mi diminuto despacho unos segundos y entonces, con devoción admiro cada uno de los momentos en los que ella da las gracias a Dios… por su bondad, por dejar que su vida fluya con tal intensidad y calidad. Después se levanta y me da un fuerte abrazo y un beso.
Tras mi exploración, ella me confiesa algo. Cuando escucho sus palabras saliendo de su perfecta boca no puedo comprender como una persona que me hace sentirme tan especial es capaz de decir una cosa tan hiriente: “Querido, agradezco al Señor el que me haya enviado aquí cuando mi enfermedad empezó, pero cada vez que le veo siento nauseas”. Esta vez soy el único que de pie, muy quieto mientras esas palabras se cuelan en mi cerebro. Pienso lo peor ¿se burla de mi? ¿O hay algo malo en mi apariencia, algo tan repulsivo que una persona que me acaba de decir cuan agradecida está pueda expresar un sentimiento tan negativo? Percatándose de mi perplejidad, me dice: “Oh no, no me malinterpretes. Es solo que después de tanto tiempo todavía no lo puedo soportar. Han pasado ocho años desde mi primera sesión de quimioterapia y durante ese tiempo solo el pensar que voy a empezar un nuevo ciclo hace que me den nauseas. Cualquiera que sea la manera en la que vuelvo a la consulta vuelvo a notarlo una y otra vez. A pesar de la alegría que me produce el verle, no puedo evitar esta sensación. Lo bueno es que cuando salgo de la consulta desaparece”.
Realmente no se si debería tomar esas últimas palabras como “buenas noticias” en lo que a mi respecta, pero ella resuelve este momento violento de forma rápida.
“Por cierto, ¿como está usted? Le veo muy bien”
No son muchos los pacientes que se interesan por mi
Cuando me diagnosticaron un cáncer hace ya casi seis años, los colegas con los que trabajo y yo mismo decidimos mantener mi enfermedad en secreto. Dado que dejé de trabajar al poco tiempo para recibir tratamiento en los Estados Unidos y que pasaría mucho tiempo fuera, fue bastante fácil mantener este secreto. Un oncólogo con cáncer –sentía como si se tratase de algo vergonzoso y peligroso para mi organización. Sin embargo han pasado ya unos años, estoy de vuelta, tan vivo como siempre, un orgulloso superviviente del cáncer. Ya no soy solo un oncólogo, si no un paciente, con todo lo que esto significa para mi. Me da mucha fuerza volver a mi familia, amigos, colegas y pacientes. Tuve que empezar de cero. Además del excelente tratamiento profesional que recibí, obtuve mucho cariño y atención por parte de todos los que estuvieron cerca de mi. ¿Por qué entonces no debería yo intentar dar algo a cambio? Ahora me doy cuenta de para qué estoy aquí: para ayudar a cualquiera que pueda necesitarme.
Hoy mi actividad profesional es diferente y momentos como el que acabo de describir son frecuentes, personas que simplemente te hacen saber que aprecian lo que tú haces por ellos.
La pasada primavera visité la ciudad en la que fui tratado con un propósito diferente al de recibir una cita médica o hacerme pruebas, y decidí contactar con mi oncólogo con el propósito de hacerle una breve visita para mostrarle mi gratitud por continuar viviendo todavía y viviendo en buen estado.
La respuesta fue un lacónico e-mail de una secretaria: “Usted ha sido citado a las 9 a.m. en…”
Vuelvo a Teresa y lo orgulloso que ella me ha hecho sentirme con su gratitud.
No acudí
|