Un residente diferente (II) El residente
Por qué el MIR a los 45
No tengo dudas de que lo mejor es hacer las cosas a su debido tiempo. Sin embargo, hay personas que por muy diferentes motivos hacemos algunas cosas a destiempo.
Yo empecé a hacer la residencia de medicina de familia con 45 años. Estudié medicina a su tiempo, de 18 a 24 años, licenciándome en 1990. En aquellos momentos tenía gran inquietud por la docencia y la investigación y pensé en probar ese campo (de alguna manera también se trataba de una prórroga a mi vida adulta como médico: me atemorizaba mucho el ejercicio de la medicina). Realicé una tesina sobre epidemiología de lipidemias y una tesis doctoral sobre epidemiología del consumo de alcohol en jóvenes. Me interesaba la prevención, la medicina de familia, la psicología y la investigación. Estudié psicología e hice un máster en psicoterapia de grupo; he realizado investigación sobre el estrés en estudiantes de medicina y enfermería; he sido profesor de Estadística y Demografía y de Psicología en la Escuela de Enfermería de la Universidad del País Vasco desde 1993 a 2010. Soy profesor titular (ahora en excedencia) y los últimos 10 años he participado activamente en la implantación de nuevos métodos docentes centrados en competencias en los estudios universitarios. En todos esos años siempre tuve en mente la posibilidad de hacer el MIR y Medicina de Familia, pero el tiempo iba pasando. En docencia e investigación echaba de menos la práctica clínica.
El año 2008 me veo obligado a coger una excedencia para cuidar de mi hija, y en ese año de “marujeo”, en que paro un poco y me alejo de la inercia de mi vida laboral, me doy cuenta de que doy el paso o cierro definitivamente esa puerta: “ahora o nunca”. ¿Crisis de la mediana edad? También.
Un aprendiz añoso: los pros y los contras
Desde el principio soy muy consciente de que va a ser duro: está demostrado que el declive intelectual empieza a los 28 años, y que a partir de ahí la experiencia es nuestra gran aliada para compensar, hasta que llega un momento en que ni siquiera la experiencia puede suplir nuestras deficiencias. Mis compañeros (más bien compañeras), jóvenes de 25 años, son más ágiles y rápidas (a mi me cuesta más), las pillan al vuelo (yo tengo que pensar), esos nombres terribles les entran a la primera (a mi me cuesta más retener)… “juventud divino tesoro, te vas para no volver”. ¡Cómo les envidio!, pero, ¡qué diablos!, son la generación que me sigue, mis hermanos pequeños. Yo también tengo mis ventajas: he vivido 20 años más (con la experiencia vital que eso aporta), me preocupa más saber por qué hago las cosas y no tanto imitar, no estoy tan preocupado porque me acepten, y por qué no decirlo, ni en galantear.
Lo importante de centrarse en lo que se está haciendo
En una sesión que tuvimos mis compañeras decían que los pacientes las veían jóvenes y que no las tomaban en serio. Yo les comenté que yo no tenía ese problema, que a mí me tomaban muy en serio, y que precisamente, eso mismo me preocupaba: “si supiesen la poca experiencia que tengo en este campo”.
Porque al final, esa es la cuestión. La edad no importa. Somos profesores en unas cosas y aprendices en otras, y nunca dejamos de aprender. La vida ya se encarga de hacértelo ver a diario. Cuando he realizado rotaciones y he estado con un profesional, he comprobado que era más relajado si el profesional era mayor que yo: ellos estaban igual de relajados conmigo o con mis compañeras más jóvenes. He estado con profesionales más jóvenes pero centrados, que eran conscientes que en eso eran mucho más expertos que yo. Ha habido un tercer grupo de profesionales, más jóvenes, que no estaban cómodos conmigo: con esos no lo he pasado bien.
A pesar de mi formación y bagaje, desde el principio he sido consciente de que era aprendiz en algo nuevo para mí: no me he dedicado nunca a la medicina y tengo que aprender una profesión. Cualquier profesional que tengo delante sabe mucho más que yo de la profesión.
La docencia: la gran descuidada.
A nivel educativo estamos viviendo una gran transformación: lo importante no es lo que el profesor enseña, sino lo que alumno aprende. No se trata solo de que memorice, sino que vaya adquiriendo competencias útiles para la vida (en el caso de las profesiones, competencias útiles para su vida profesional). La universidad española está haciendo sus pinitos desde Bolonia. Sin embargo, hay muchas resistencias: para el profesorado supone un gran cambio, para muchos, hacer las cosas de un modo que nunca lo han hecho, que no saben hacer.
Al comenzar la residencia de medicina de familia me he llevado una gran sorpresa: el libro amarillo de competencias. Una gran labor la de escribir las competencias que se cree que tiene que tener un médico de familia: un primer gran paso, sin duda. Sin embargo, nos encontramos con una paradoja: “un fórmula 1 tirado por caballos”. Un plan de estudios centrado en el residente, en el desarrollo de sus competencias, con el tradicional sistema de formación por rotaciones: el lastre de ser la profesión con mayor tradición docente es grande. Si sirve de consuelo es lo que está dificultando la instauración de la nueva cultura en la universidad: se piensa en competencias pero se sigue organizando la docencia según las asignaturas, que siguen luchando por su peso en la formación; así las competencias pasan a estar al servicio de las asignaturas en lugar de que las asignaturas estén al servicio del desarrollo de competencias. En esta melé hay gente dispuesta a hacer un esfuerzo por instaurar la nueva cultura, pero muchos no saben cómo.
El objetivo es el desarrollo de competencias. Las tareas que tiene que realizar el residente deben de ser las adecuadas para el desarrollo de esas competencias y los instrumentos de evaluación deben de ser capaces de medir el nivel de competencia. Es fundamental marcar itinerarios que guíen al tutor y al residente en ese desarrollo, que ha de ser progresivo. Los itinerarios ayudan en el camino. Que nunca se haya hecho así, no puede ser una excusa: al final, alguna vez tendrá que ser la primera. Ya nos formaremos, ya aprenderemos, ya mejoraremos.
El tutor como guía y compañero experto
He sido afortunado con el tutor que elegí. Es una persona de mi edad, madura, amable, flexible y abierta, dispuesta a seguir aprendiendo. Tiene mucha experiencia en la medicina de familia, le gusta la medicina de familia, y es muy resolutivo. Sus pacientes le quieren mucho, porque en realidad es más paciente que ellos: les da mucha vitamina P (de paciencia). Es bueno, le interesan las personas. Estoy aprendiendo mucho con él, y tengo la impresión de que voy a aprender mucho más. Me ha acogido muy bien y me está acompañando de lujo. Se comporta como un guía que me acompaña en un recorrido que él conoce y yo no. Me dice: “déjame ver cómo lo haces, a ver si puedo aportarte algo”. Siempre me dice primero lo que hago bien y luego lo que mejoraría. Incluso a veces me dice, como el otro día tras verme flojear con dos pacientes con acné: “parece claro que hay que repasar el acné, ¿verdad?”.
El camino
No soy virgen, en otro trabajo he llegado a dominar la tarea. Por experiencia sé que eso lleva su tiempo. Quisiera estar ya ahí, donde está mi tutor, dominando la tarea, sin tener que hacer el trayecto, sin pasar por la inseguridad derivada de la inexperiencia, pero eso requiere al menos diez años. No sé, creo que por ahora no quiero tener 60 años. Bah no, deja: hagamos el camino.
Me han parecido muy interesantes las reflexiones de Andoni y Xabier y sobre todo creo que es un lujo tener un residente con tanta experiencia en un área tan importante en nuestra profesión como es la psicología. Además la experiencia docente de Xabi también puede resultar de gran interés y ayuda. Claro, no deja de ser un reto para el tutor (es más cómodo para nosotros tener residentes «vírgenes») pero creo que los dos (y de paso los que estamos a vuestro alrededor) saldremos enriquecidos.