La experiencia de enfermar en el médico: peligros, dificultades y riesgos sub(in)conscientes
Jose Ramón Loayssa Lara
El reto planteaba si la experiencia de sufrir una enfermedad puede contribuir a que un médico mejoré como profesional (y como persona). Para responder a está pregunta debemos plantearnos cual es la posible repercusión que la vivencia de enfermar puede tener en un profesional cuya tarea es precisamente atender a las personas golpeadas por la enfermedad y el sufrimiento.
El impacto de la enfermedad depende de la naturaleza de ésta, pero también de la personalidad del enfermo y de su entorno tanto inmediato (familia) como sociocultural. En el caso del médico su propia profesión es un significativo condicionante pero solamente uno más.
Entre los condicionantes relacionados con su profesión hay que recordar que los médicos han sido incitados, de forma fundamentalmente informal, para conseguir distanciarse del sufrimiento de sus pacientes a través de rígidas defensas. La dimensión emocional de la enfermedad puede ser desconocida para ellos y constituir un terreno en el que se sienten incompetentes e inseguros y que, por lo tanto, pretenden evitar. El cómo va a vivir en primera persona la enfermedad partiendo de ese precedente es una cuestión abierta que depende de quien va a realizar un acompañamiento profesional de su padecimiento y como lo va a hacer.
Los médicos pueden ser impactados por la enfermedad más que otros pacientes porque en cierta medida han desarrollado como defensa frente a la “hipocondriasis” que el contacto continuo con la enfermedad podía generar, una especia de sentido de la “invulnerabilidad”. En cierta medida su autoconcepto, su autoestima y su “narcisismo” puede alimentarse de su sensación de navegar entre la enfermedad y la “podredumbre” incólumes. Perder esta sensación de invulnerabilidad conlleva un sufrimiento particular que se añade a los que la propia enfermedad supone para otras personas.
Eso explica que en muchas ocasiones durante las primeras fases de la enfermedad los médicos puedan adoptar con gran frecuencia una actitud de negación, de no tomar en cuenta datos clínicos que en sus propios pacientes no serían pasados por alto y que ellos en si mismos ignoran hasta que el dolor, la perdida de peso, o el deterioro general se hacen mas que evidentes.
Otro aspecto que hace particularmente complicado el proceso de enfermar para el médico, es la reversión del rol que supone. El profesional se va a tener que situar al otro lado de la camilla. Esto puede desencadenar diversas reacciones como tratar de controlar la enfermedad y vigilar a sus cuidadores, aunque tampoco es infrecuente que pueda “rendir” sus defensas de modo que incluso renuncien a participar en cualquier decisión en relación a su propio tratamiento e hasta es posible que no soliciten detalles de su diagnóstico o de su tratamiento, para sorpresa de los colegas más concienciados con la participación del paciente. Los médicos afectados por la enfermedad pueden poseer poca capacidad de decisión sobre su enfermedad y sentirse liberados cuando un colega toma el control.
También pueden intentar mostrar una actitud de colaboración total con los profesionales encargados de su atención, poniendo en práctica una reproducción de la imagen del buen paciente, un paciente que no se queja ni protesta y es, en todo, momento dócil a las ordenes recibidas. Se trata de una especie de apuesta para “merecer” la curación de sus padecimientos. El intento de mimetizar al “buen paciente” también se expresa en su renuncia a expresar emociones y sobre todo a recabar apoyo psicológico, una demanda que puede crear incomodidad y confusión en los colegas que le atienden. Así el alarde de estoicismo, de negar la necesidad de ser confortado puede significar aumentar la soledad y dificulta recibir una atención más integral, arriesgándose a no recibir el apoyo que necesita, pero al mismo tiempo facilita la idea de poder volver a ejercer y recuperar el rol perdido.
La tarea que se le plantea al médico del médico enfermo no es fácil ya que es una relación que no se ha desarrollado a lo largo del tiempo, ya que pocos médicos tienen un médico personal. Para el profesional que recibe la tarea de atender a un colega, se le plantea decidir si sigue el procedimiento habitual con el resto de enfermos en la misma situación clínica o hace excepciones. Puede suponer que el médico enfermo tiene más información y conocimientos de los que éste en realidad tiene o decidir evitar determinadas pruebas que pueden ser desagradables o vividas como humillantes o abordar temas personales que puedan resultar incómodos. Proporcionar información tampoco es una tarea fácil, ya que cumplir con el requisito ético de la información veraz pero no descarnada y sin compasión.
Pero volviendo al reto puede la experiencia de enfermar convertirlos en mejores profesionales. Esta comprobado que la enfermedad puede hacer sensibilizar sobre la verdadera naturaleza de los síntomas, que no son fríos datos clínicos sino experiencias humanas, Se puede aprender el valor de los gestos de simpatía y apoyo de los que le cuidan y la importancia de los pequeños detalles. Pueden volverse sensibles a la falta de privacidad y a la no tan infrecuente deshumanización de la atención sanitaria.
Todo esto debería ayudar al médico enfermo a ser más sensibles y compasivos con sus pacientes, pero esta transformación no siempre esta exenta de efectos secundarios. Es posible que el médico tenga dificultades para alcanzar una cierta distancia terapéutica que es imprescindible en la atención médica y obstaculice la posibilidad de realizar una disociación instrumental alejándose, aunque sin perder del todo contacto con ellos, de sus sentimientos para evitar “actuarlos” en la consulta. Enid Balint (1) recordaba que hay que identificarse con el paciente, pero enseguida retirarse de esa identificación y volverse un observador objetivo y profesional de nuevo.
Por lo tanto, es verdad que la experiencia de enfermar del médico le puede ayudar a entender al paciente pero no hay que olvidar que también puede cuestionar la relación médico – paciente que se fundamenta en una asimetría de roles y responsabilidades que es siempre necesaria.
Tampoco la empatía es un resultado automático, no solamente porque está no se puede basar solamente en la identificación masiva con el paciente, sino porque se corre el peligro de confundir lo que el paciente está viviendo con lo que uno ha vivido que no tiene porque ser idéntico o ni siquiera similar. También puede, cuando el médico ha afrontado “dignamente” el proceso de enfermar, ser un obstáculo para aceptar personas más débiles, manipuladoras o regresivas, erigiéndose en una especie de juez severo de la conducta de otros.
La tendencia que tenemos los médicos de utilizar el conocimiento personal previo en la atención clínica es casi invencible. Intentamos entender la situación clínica actual en base a las experiencias previas con cuadros similares, pero también pretendemos comprender el comportamiento y la psicología del paciente en base a nuestra relación con los pacientes que hemos atendido con anterioridad. No es que propugnemos que se deba prescindir de estas experiencias pero llamar a ser prudentes y conscientes de que la transferencia directa de estas experiencias puede ser fuente de errores. Cuando la experiencia no es con otros pacientes, sino que se trata de una experiencia personal propia, la tendencia a la trasposición directa para entender las emociones del paciente en situaciones similares a las que hemos vivido se multiplica, como lo hace la posibilidad de errores y sesgos.
En fin la enfermedad es para el médico y sus cuidadores un reto. De cómo se afronte por ambos dependen las consecuencias para el protagonista. En cualquier caso la educación dirigida a sensibilizar a los médicos ante el sufrimiento y desarrollar su capacidad de llevar a cabo una atención humana no puede depender la ocurrencia de eventos patológicos personales sino que disponemos de otras estrategias y recursos que deben incorporarse a la educación médica a todos los niveles.
Bibliografía.-
1) Balint, E. (1987). Research, changes, and development in Balint groups.. In Elder A & Samuel O (Eds). While I’m here. doctor. London: Tavistock Pubs, 95-102.