Domicilio Programado: Los Pacos*

Cristina Casinello

*) Relato presentado en la II Jornada Internacional de Narrativa Clínica celebrada en la UAM (Madrid) en Febrero 2024

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Era una pareja peculiar. A ratos enternecía y a ratos desesperaba. La casa, un décimo piso, en una torre de esas que abundan en las ciudades dormitorio que circunvalan Madrid, como otras grandes ciudades, estaba limpia, arreglada sin lujos. Ellos, una pareja de edad indefinible, la ficha chivaba que ella ya había cumplido los noventa años y él, contra la norma, dos años menor.  La posguerra había sido con ellos generosa en hambre y frio, como buenos perdedores, por lo que ninguno sobrepasaba el metro y medio. Habían trabajado de todo, para conseguir sacar adelante una recua de niños que, en seguida, colaboró en el sustento familiar. 

Eran los “Los Pacos”: Paco él, Paqui ella. 

Paco: un fumador empedernido hasta que consiguió su bombona de oxígeno, que trasportaba en un carrito, que le seguía, incluso, por el pasillo de casa. Adornaba su cuerpo con una psoriasis de gran superficie, que no salvaguardaba ninguna región corporal: manos, codos, cuero cabelludo, mentón, piernas, abdomen y región lumbosacra, con mala respuesta a cualquier tratamiento y que brotaba al albur de dios sabe qué. Un manifiesto sobrepeso le daban una imagen de duende rechoncho y travieso. 

Paqui: había parido siete ciudadanos, cuatro chicos y tres chicas, además de tres “alborotos”. Un cuerpo cilíndrico y obeso, con grandes rollos “lórzicos”, componían una figura de difícil descripción, que se remataba en una cabeza pequeña, de ojos “avizcados” y por una finísima coleta que arrejuntaba, malamente, los cuatro pelos en guerrilla que habían sobrevivido a los años. Los dolores artrósicos, la hipertensión y el azúcar eran todas sus cuitas. 

  • Me persigue, me persigue, -chillaba como una ratita asustada- por toda la casa -tampoco era tan difícil, pues no era precisamente un palacio- toda la vida igual y ya no aguanto más. 
  • Si yo solo quiero un besito -clamaba plañidero Paco- 
  • De eso nada, que luego quieres lo tuyo y lo del vecino. Nunca tiene bastante. -Se quejaba Paqui, enfadada y descriptiva- 
  • Es por el uso del matrimonio. -Se justificaba- 

Cada visita comenzaba igual. Eran manifiestamente frágiles y tenían dificultades para acudir al centro o salir solos a la calle, por lo que los tenían incluidos en el programa de visita domiciliaria. 

Cada visita, nada más franquearle la puerta, Paqui comenzaba su rosario de quejas y Paco trataba de justificar sus demandas desde el salón-comedor. Donde acabaríamos sentados alrededor de la mesa. Tratando, por enésima vez, de consensuar un acuerdo. 

  • No quiero que me toque, NO QUIERO QUE ME TOQUE. Ya me ha tocado mucho. -y cruzando, defensiva, los brazos, miraba desafiante a su Paco, con el que tan solo le separaba el deseo. 
  • Pero mujer, -clamaba quejumbroso- aunque no sea todos los días… 
  • Claro, como ya no puede… Antes, en la siesta si había y por la noche mientras fregaba los cacharros el me acompañaba con sus ronquidos, eso sí, por poco ruido que hiciera, que ya trataba yo de no “molestarlo”, con el último plato abría los ojos y ya estaba preparado y listo para disparar. 
  • Porque siempre has estado muy guapa -susurraba zalamero- 
  • Y tú muy dispuesto, “oseso”, que eso es lo que eres un “oseso”. 
  • A ver -trataba de intermediar- tenemos que llegar a un acuerdo, que satisfaga a los dos. Paqui, a ti ¿hay algo que no te importe hacer?, ¿qué es lo que más te gusta?… 
  • Que se esté quitecito. Ese empeño de meter el badajo en la campana. Y sobetearme toda. 

Como no tomar partido, con aquellas manos llenas de placas y escamas rubicundas. Claro que tan asombroso como el entusiasmo libidinoso. 

  • Si yo solo quiero cariño -y miraba como un cordero rumbo al matadero- 

En otras ocasiones, admitiendo que empatizaba más con Paqui y que asociaba sus quejas a la sensación de haber estado siempre sometida al marido, con esa sumisión que reinaba en la sociedad en general y en las mujeres en particular, trataba de encontrar algún punto de encuentro. Aprovechaba para seguirla a la cocina con cualquier excusa: 

  • ¡Qué bien huele! ¿Qué estás haciendo de comida?… 

Y a solas, le planteaba la pregunta del millón: ¿Qué podemos hacer para que estéis contentos los dos? Que solo conseguía, siempre, la misma respuesta: 

  • Yo solo quiero que me deje en paz. 
  • Lo entiendo, pero y si le propones un besito de buenas noches y ya está… -me comía la lengua para no decirle: “¡mándalo a la mierda!, y que no te toque si tu no quieres”. 

Acababa cediendo, resignada y a continuación nos acercábamos a proponérselo a Paco, que, por supuesto, se mostraba de acuerdo. Yo me mordía las ganas de decirle: “Paco, majo, alíviate tu solito, no la toques, no quiere”. El acuerdo, duraba escasamente doce horas. 

  • Cristina, me persigueee 

El recibimiento habitual… 

  • Ya sabes que tiene la cabeza un poco regular. -Contestaba yo, sin mucho convencimiento y ninguna gana-. 

Como tantas veces hacemos los sanitarios, da igual médicos que enfermeras, cuando no sabes que intentar, que hacer, recurres a la jugada de la derivación. El boomerang, que decía un amigo, siempre vuelven y normalmente peor. ¿Por qué derivamos?, pues no lo sé muy bien, si por quitarnos del medio el marrón o por intentar una nueva jugada: médico de cabecera, geriatra, neurólogo… No sea que se haya frontalizado, a ver si se me está escapando algo… 

Cada vista tenía el mismo esquema, las quejas amorosas y la inutilidad de alcanzar acuerdos, había intentado más pactos que en el armisticio de las Coreas. Me enternecían a ratos y a ratos me desesperaban. 



     

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