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En la Consulta de Pediatría*Mª Jose García-Miguel Piedras. Profesora de Anatomía Humana. Facultad de Medicina UFV. Madrid (*) Relato presentado en la I Jornada Internacional de Narrativa Clínica celebrada en la UFV (Madrid) en Enero 2023 Era una mañana fría del mes de febrero. Me encontraba con mi hija pequeña de apenas un año, en la sala de espera del centro de salud de mi localidad. Hacía ya tres días que la niña tenía tos, muchos mocos, poco apetito y, como madre primeriza, me empezaba a impacientar porque los remedios caseros no parecían funcionar. Pedí cita con el pediatra y allí nos encontrábamos las dos. No habíamos estado muchas veces en el médico, porque en general y por suerte, gozaba de buena salud, pero sí habíamos visitado al pediatra para vacunas, revisiones y otros procesos de poca gravedad y había sido suficiente como para que además de tener mocos y aumento de temperatura, la pequeña estuviera nerviosa. Miraba ante cualquier ruido a la puerta, inquieta revoloteaba cerca de mí. Creo recordar, que yo también me sentía algo nerviosa, aunque lo intentara disimular, como es lógico. Vi que en la sala de espera había una pequeña estantería con cuentos. Que buena idea –pensé. Me levanté a coger el más colorido que encontré y poniendo a la pequeña en mis rodillas empezamos a ojear el cuento elegido. La puerta de la consulta se abrió sacándonos bruscamente de la historia en la que nos habíamos sumergido con el único fin de evadirnos. La pediatra nombró a mi hija mirándonos por encima de sus gafas. Era una mujer de pelo corto, ligeramente rizado y algo despeinado, cercana a los 60 años y de complexión delgada. Nos sonrió. Yo lo agradecí. Entramos y María, que así se llamaba la pediatra, se sentó al ordenador. Yo tomé asiento con mi hija en las rodillas. La pequeña se aferraba a mí con desconfianza. - Buenos días. Un momento por favor –María estaba ultimando algún detalle de la anterior consulta o quizás intentando abrir una nueva ficha en el ordenador. Esa burocracia que hay que seguir entre paciente y paciente para que el sistema no colapse. Yo aproveché para observar la consulta y sobre todo la decoración. Era una sala pequeña, pero parecía tener todo lo básico. Me llamó la atención un bonito estampado en la pared junto a la camilla. Eran curiosos dibujos de personajes. También había una rueda de madera y lana colgada del techo, y se movía lentamente con pequeños muñequitos hechos a mano. - Ya estoy –dijo María con una sonrisa. Entonces me fijé un poco más en ella y vi de reojo que mi hija también la observaba. Su fonendo era de colores y en su bata había tres broches con pequeños muñecos coloridos y rechonchetes. -Cuéntame. ¿Por qué venís a consulta? Yo le expliqué con detalle los síntomas de los últimos días y mientras hablaba pensé en lo inespecíficos que eran. Concluí mi explicación con el típico: mira, está rara, algo le pasa y no sabemos muy bien el qué, vengo porque estamos agobiados porque no quiere comer y no está bien –justo cuando dije esto, pensé en lo que sentía yo cuando hacía urgencias y me decían algo así. Yo sabía que había que mirar de arriba abajo al paciente. Me ahorré el comentario confiando en la pericia de María, porque otras veces ya me había demostrado lo buena que era. María entonces se levantó y se puso en cuclillas a mi lado, poniéndose a la altura de mi hija. Se acercó, pero no la tocó, buscaba su mirada y la tendió la mano no pretendiendo que la cogiera, sino más bien hizo un gesto solicitando que la acompañara. - Vamos “bichito”, ven conmigo –esa expresión, “bichito”, me hizo esbozar una media sonrisa y mientras nos aproximamos a la camilla, me vino a la cabeza otra vez mi época cuando hacía clínica antes de dedicarme definitivamente a la docencia. Yo también lo hacía así con mis pacientes, me ponía a su altura y les mostraba mi mano como presentación sin saber muy bien cuál iba a ser el resultado final, pero siempre me presentaba y dejaba un tiempo para la reacción. Exactamente igual que había hecho María con su paciente. Cuando la niña estuvo en la camilla, María ya inició el contacto físico con la pequeña mientras le llamaba la atención sobre los muñecos pintados en la pared. Eran personajes de un circo cada uno con su peculiar historia. Mientras narraba esas maravillosas aventuras variando el tono cada poco para mantener la atención de la niña, observé como con destreza palpaba ganglios, abdomen, miraba los oídos, la garganta, la auscultaba haciendo una pequeña parada en la historia sustituida por un movimiento de manos y le quitaba el pañal y lo olía. Había momentos de caricias y sonrisas que se mezclaban de forma natural con lo que era la exploración. No dejó nada por examinar. Me conmovió la maestría con la que había conseguido la colaboración del “bichito” para hacer una buena exploración. Entendí su actuación perfectamente, porque yo me había visto muchas veces en la misma situación. Mis pacientes tampoco podían hablar, venían acompañados y, conseguir hacer una buena exploración física era una necesidad, ya que la información que daban los acompañantes podía ser subjetiva o estar sesgada. Ellos acompañaban al enfermo, pero no eran los que tenían la enfermedad. Como madre contemplaba la escena. Pediatra y paciente parecían gozar de un momento único. Pensé en la conexión que yo solía tener con mis pacientes y en lo natural que se hacía el proceso. Era algo cotidiano porque era necesario para hacer un buen examen. Terminó la consulta con un posible diagnóstico y con un tratamiento. Antes de despedirnos, la pediatra puso un tatuaje con una cara sonriente en el dorso de la mano de mi hija. Los ojos de la niña se iluminaron, claramente su día había cambiado. Otra vez ese último gesto me recordó cosas que yo hacía también con mis pacientes en consulta, ya que siempre les despedía con un premio que se llevaban puesto. Antes de salir por la puerta, sentí la necesidad de compartir con María todos esos pensamientos que había tenido comparando lo que hacía ella con lo que yo hacía en consulta, pero entendía que no teníamos tiempo. - María,… ¿sabes? –le dije mientras abría la puerta de la consulta para salir –Durante mi doctorado, coincidí con un compañero que era pediatra y una vez me dijo que los pediatras y los veterinarios éramos muy parecidos. En aquel momento me pareció extraño, pero ahora pienso que tenía mucha razón. Me has recordado muchas cosas que yo hacía cuando ejercía la clínica. Ella sonrió y se quedó pensativa. - Pues… puedes tener razón –las dos reímos. Nunca pudimos tener esa conversación. Nunca le pude preguntar si su forma de hacer las cosas estaba motivada por el amor por los niños. Tampoco me hizo falta, porque estaba segura de ello, su motivación era el amor por los niños igual que la mía, cuando ejercía la clínica, era el amor por los animales. Eso nos hacía conectar con ellos y se hacía una necesidad en nuestro ejercicio profesional. Sin duda, el amor por nuestros pacientes, independientemente de la especie, era lo que nos unía a pediatras y veterinarios. |
Post date: 2023-10-01 13:51:05 Post date GMT: 2023-10-01 11:51:05 Post modified date: 2023-10-10 13:19:29 Post modified date GMT: 2023-10-10 11:19:29 |
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