Relatos de una vejez y muerte propias
Roger Ruiz Moral. Editor de Doctutor
“El arte de vivir y de morir bien son la misma cosa”
Epicuro
Resumen: Como en los dramas griegos, nuestras vidas están repletas de inesperadas dificultades (peripateia) que nos obligan a reescribir nuestras propias historias vitales. En la medida en la que somos capaces de hacer esto de una forma auténtica, es decir fiel a nuestro “propio estilo”, o “empresa personal”, afianzamos nuestra identidad y conseguimos dar mayor sentido a nuestras vidas. En el contexto sanitario, pero también en el existencial, junto a la enfermedad, el envejecimiento y la muerte, son las dificultades por excelencia que nos obligan a replantear esos relatos vitales. Es así como podemos conseguir una vejez y una muerte “propias”, es decir auténticas. Los sanitarios tenemos un papel clave en esta tarea y, tratando de conocer las narraciones de nuestros pacientes, podemos ayudarles a incorporar esas dificultades en sus vidas, contribuyendo así a que tengan tanto a una vejez como una muerte “sanas”.
Stories of genuine aging and death
Abstract: As in the Greek dramas, our lives are full of unexpected difficulties (peripateia) that force us to rewrite our own life stories. To the extent that we are able to do this in an authentic way, that is, faithful to our «own style» or «personal project», we strengthen our identity and manage to give our lives depth meaning. In the health context, but also in the existential one, together with illness, aging and death are the difficulties par excellence that force us to rethink these vital stories. This is how we can achieve an «own» aging and death, that is, an authentic one. Healthcare professionals have a key role in this task and, trying to understand the narratives of our patients, we can help them incorporate these difficulties into their lives, thus contributing to both a «healthy» aging and a «healthy» death.
Contar historias es algo que a los humanos nos resulta extraordinariamente atractivo. Somos una especie cuyo principal propósito es contar al otro lo que nosotros mismos esperamos de nuestra vida y de nosotros mismos, incluyendo las sorpresas y las decepciones que esta nos puede deparar. Estamos continuamente escrutando el mundo de una forma selectiva para minimizar las sorpresas, pero también para buscar aquellas cosas que anhelamos. Y todo esto lo ordenamos en relatos que transmitimos a los que nos rodean. Solemos empezar partiendo de una especie de esquema, con algún tipo de expectativas “canónicas” de lo que nos parece que es el mundo, de cómo funcionan las cosas y, de repente, esas cosas o acontecimientos cambian a algo completamente distinto de lo que pensábamos. Surge lo que Aristóteles llamaba peripeteia, algo nos golpea y, de manera súbita, nos encontramos que tenemos cáncer, que nuestra pareja nos abandona o que estamos en bancarrota. La peripeteia no solo existe en la tragedia griega, de manera sorpresiva nos vemos teniendo que enfrentarnos con esas “peripecias” para restaurar de nuevo nuestro equilibrio, buscando una nueva legitimidad y expectativa en nuestras vidas. El médico y filósofo Karl Jasper hablaba de las “situaciones-límite” (concepto que expone a lo largo de sus diferentes obras y especialmente en su obra principal, Philosophie, publicada a finales de 1931) para referirse a aquellas situaciones o acontecimientos que provocan la pérdida de consistencia de las cosas cotidianas y que obligan a la persona a replantearse podríamos decir su relato para que este de nuevo adquiera coherencia o incluso una nueva profundidad y riqueza.
Como médicos sabemos que en el ámbito de nuestra profesión, y definido de una forma sucinta, la expectativa sorprendente, decepcionante suele ser del tipo: “tengo malas noticias, te estás muriendo”. La habitual canonicidad es que íbamos a vivir siempre, y resulta que ahora viene alguien, generalmente vestido de blanco, y nos dice que nos acabamos, que nos vamos a morir.
En este punto, cabe preguntarnos como sanitarios qué es lo que podemos hacer para ayudar a las personas a restaurar la legitimidad después de esa decepcionante sorpresa. Tarde o temprano, todos tenemos que enfrentarnos a esos “inconvenientes” y lo hacemos cada uno a nuestro propio estilo, que además los que nos rodean lo suelen reconocer. Tiene que ver con eso que decimos sobre alguien que conocemos… ”es que él/ella es así”. De esta forma, cuando las personas se convierten en pacientes y acuden a nosotros en el hospital o el centro de salud y les comunicamos malas noticias desconociendo la forma en la que responderán, la persona concreta que recibe nuestra mala noticia lo que desea es enfrentarse a la nueva situación anunciada preservando de alguna manera cierta integridad estilística sobre la misma. Es decir, de forma que mantenga cierta veracidad para el/ella, para sus seres queridos, y para que esté en consonancia con lo que la gente espera de ellos.
Integrar el relato de la peripecia del envejecer en el relato de nuestra vida
Hay un determinado momento en nuestras vidas, que no suele ser puntualmente reconocible, pero que se repite y agrupa en torno a unos años, para unos más tempranos, para otros más tardíos, en los que de una manera cada vez más insistente nos vamos percatando de la llegada o presencia de algo que conocíamos solo de oídas, pero que, sin embargo, hasta entonces nos resultaba ajeno, se trata del inconveniente de envejecer. Cuando este irrumpe en nuestras vidas, el relato que nos hemos hecho de ellas se ve irremisiblemente alterado, apareciendo entonces la necesidad de replantearlo. En la forma que hagamos esto nos va en gran medida nuestro futuro personal para el resto de nuestra vida y personalmente, creo que también nuestra capacidad para seguir sacándole jugo a la misma. Aquí, la clave del éxito dependerá de nuestra capacidad para replantear este relato con la suficiente fidelidad a lo que hemos sido, somos y queremos ser.
En el último libro de Pedro Laín Entralgo titulado “La empresa de envejecer” (1), Laín trató de presentar la vejez como, no un mero hecho biológico, sino como un suceso o acontecimiento personal. A la vejez decía él allí, hay que personalizarla, y de esta forma él se planteaba “Mi problema es: afectando a la empresa de vivir como persona, ¿de qué modo se hace empresa personal el envejecimiento?”. En esta línea y mucho antes, Laín en otro libro “La Empresa de Ser Hombre” (1958) (2) dice, “ser hombre, es el término provisional y sucesivo de una empresa”. Podríamos decir, que ser, p.e., Fulanito de Tal, lo va haciendo Fulanito de Tal, construyendo “esa empresa” que es ser Fulanito de Tal, y la forma de construirla es mediante un estilo propio, encajando los anhelos, vocaciones, expectativas, en las “circunstancias” que le van apareciendo a Fulanito de Tal, es decir acoplándolas con las decepciones y las sorpresas en su relato personal. Después, Laín nos presenta la vejez como una parte más e igualmente auténtica de su vida, como algo perteneciente a su relato vital, que él llama vocación o aquí también, su actividad, su persona. “La imaginación de lo que uno puede seguir haciendo con fidelidad” es decir dentro de su propio estilo, acoplando las cada vez más frecuentes decepciones e inconvenientes que supone la vejez, dentro de las posibilidades que a su vez la propia vejez permite. Así, él dice que “este es el ámbito de lo que, cumpliendo y completando lo que enseñó Aristóteles, puede el viejo esperar con fidelidad a sí mismo”.
El relato de la propia muerte
El término de la vejez es la muerte, a la que Laín dedica las últimas páginas de su libro “La empresa de envejecer”. Aquí lo chocante es si realmente podemos hablar de nuestra propia muerte porque todo el mundo sabe que “cuando vivimos esta no existe y cuando morimos nosotros no existimos”, por eso Epicuro decía que “la muerte no significa nada para nosotros”. Sin embargo, según afirma Diego Gracia (3), personas tan relevantes como Xavier Zubiri o el propio Laín, expresaron sus deseos de vivir con plena conciencia el momento de sus muertes (pag 693). A partir de aquí me han aparecido multitud de autores que han deseado “apropiarse de su proceso de morir” o de “su propia muerte”. Gracia cita también en esta línea a Jorge Guillén, muy próximo intelectualmente a ambos:
Como un buen aventurero
cuando muera
quiero saber que me muero (4)
Más arriba me refería a Jasper y sus “situaciones-límite”, siendo una de ellas la “vista” de la propia muerte. Lo que todos estos autores nos transmiten sobre este asunto, es que la muerte debe considerarse también como un “suceso” o peripecia, por emplear el término que venimos aplicando, personal, un acontecimiento que es fundamental en toda biografía humana y que como tal debería ser integrado en el estilo personal de cada uno. Claramente, no se trata del momento justo de la propia muerte al que creo se refiere Epicuro, sino de la cercanía o proximidad de la misma, que queda bien revelado en nuestros pacientes cuando les damos esa mala noticia. Y el matiz clave de todo esto, como dice Diego Gracia (3) (p 694) es que “el hecho de que con la vejez y la muerte la vida orgánica haya perdido valor no quiere decir que la vida personal o biográfica lo haya perdido, la posibilidad de que el paciente integre ese momento tan trascendental en su vida (decisivo e irrepetible) abre la posibilidad a que el ser humano se encuentre definitivamente consigo mismo” (3) (p 694), cerrando así su relato que comenzó a escribir.
El relato de la propia muerte como expresión de libertad de la persona
A través de la narración de nuestra propia muerte, del proceso vivido de nuestra muerte, lo que hacemos es convertir nuestra muerte en un acto personal. A los ojos de Laín: “ligarlo a la nota más esencial de la persona, esto es, a la libertad…libertad de aceptación cuando el hecho inexorable de morir es voluntariamente aceptado por el muriente. Sin ningún aparato especial la muerte llega a ser “acto propio”, como para todo enfermo de hospital quería Rilke y para todos lo pedía a Dios en su famoso verso” (1).
Pero esa reivindicación de una “muerte propia”, acorde con la vida que se ha trazado y llevado cada uno, que no la traicione, que no nos sea impuesta desde consideraciones, valores e intereses ajenos, es la que encontramos en una tradición que tiene como precedentes ilustres a Marco Aurelio y su conciencia de la vida como préstamo y la muerte, no como forma de huir, sino de saber integrarla en ella (en sus Meditaciones). O a Sócrates, para el que huir de lo que las leyes le ordenaban, que era acatar la sentencia de la Asamblea, significaba desdecirse de su vida y, en este sentido, tomar cicuta era ser consecuente, elegir paradójicamente, una muerte propia. Michel de Montaigne en sus Ensayos decía: “Para comenzar a privar a la muerte de su mayor ventaja sobre nosotros, privemos a la muerte de su extrañeza, frecuentémosla, acostumbrémonos; no tengamos nada más a menudo en mente que la propia muerte”. De la misma manera, este concepto ilumina al poeta praguense Rainer Maria Rilke en su oración “Der Eigenen Tod” (La Muerte Propia) (5):
“Oh, señor, da a cada uno
Su muerte propia
El morir que brota de su vida
En la que hubo amor,
Sentido y necesidad
Pues solo somos corteza
Y hoja
Y la gran muerte que
cada uno lleva en si
Es el fruto entorno a la
Que todo gravita”.
Representado toda una rebeldía frente a la muerte despersonalizada. En sus Cuadernos, Rilke contrapone la agonía de su aristocrático abuelo a la muerte alienada, moderna, en los hospitales parisinos, en los que era enorme, “como de fábrica”, la producción de muerte. Rilke hace patente su canto de libertad, su rechazo a lo que considera un proceso de degradación, de extrañamiento de esta muerte propia, lo que representa una muerte anónima. De esta forma, Rilke preconiza su propia muerte como acto de liberación, de maduración y remate de una vida auténtica y reconoce que tenerla es asunto que nos debe concernir a todos, aunque sea cada vez más raro.
A finales del siglo XX el escritor húngaro Péter Nádas nos ofrecía en “La propia muerte” (6) la experiencia narrada de su muerte a consecuencia de un infarto y esa vivencia es descrita con la delicadeza y minuciosidad con la que la obra y seguramente la vida del propio Nádar se desarrolló.
Papel del sanitario en la construcción de relatos de vejez y muerte propios
En este contexto, el trabajo narrativo de un profesional sanitario (médico o enfermero) es precisamente ayudar a sus pacientes a responder a la pregunta: viendo como ha sido mi vida ¿qué significa para mí una buena muerte? Cabría preguntarse si realmente alguien relativamente ajeno a la persona como es este profesional puede hacer esto. Creo que sí y, especialmente con la pandemia, esto ha quedado claramente constatado. La forma de hacerlo es precisamente reconociendo la/s concreta/s dificultad/es que supone la enfermedad, la vejez y la eventual muerte en nuestros pacientes y compartirlas con ellos. Pero es hasta que el sanitario no conoce esas situaciones difíciles (esas peripecias) que no podemos comprender lo que significan estas para nuestros pacientes. De ahí la necesidad que tenemos de escuchar la narración de los relatos de nuestros pacientes. Los imprevistos están por todas partes y surgen continuamente a lo largo de una vida. Cada dificultad concreta de un paciente debe ser asumida y afrontada con veracidad y para ello es importante volver sobre el modo en el que uno ha afrontado otras dificultades anteriores. Así podemos ayudar a revelar un estilo consistente de relato personal que apunta a cómo hacer con la nueva dificultad. En este relato se suelen mostrar las actitudes, afinidades, elecciones, reacciones y resultados, también los modos exitosos e ineficaces de afrontamiento y las herramientas útiles e inútiles utilizadas para superar o liberarnos de esas dificultades, así como el papel que los otros tienen en el reconocimiento de la misma.
Dice el psicólogo constructivista, Jerome Brunner (7) que uno de los aspectos más interesantes de la cultura es que nos dota a los humanos de un sentido de compromiso a la vez que de una cierta autonomía. El compromiso recae en nuestra capacidad para reconocer y comprender las creencias y los sentimientos de los otros, es la intersubjetividad, algo que no solo se revela en que hacemos ciertas cosas, sino en que, hasta cierto punto, sabemos cuáles son las intenciones de los actos. Es en este sentido en el que decimos que la persona no es una isla. Nuestro yo depende en gran medida de esta intersubjetividad. En su libro “Making Stories” (7), Brunner estudia como las personas caracterizamos nuestra individualidad y concluye que la identidad individual de cada uno está construida sobre una buena historia, una trama con el Yo como protagonista que se dirige hacia algún lugar y tiene continuidad. Estas narrativas auto elaboradas son por regla general modeladas sobre formas culturales prototípicas o clásicas. De esta forma nos debatimos entre mantener cierta autonomía y a la vez adherirnos a determinadas culturas o subculturas. La realidad de todo esto es que en una cultura, la vida la hacen posible, nuestros semejantes, los más próximos sobre todo (amigos, familiares,…) y no solo fuerzas abstractas. Y la hacen mediante estos acuerdos y compromisos, los cuales nos van moldeando y tienen como base las tramas y las metáforas de los relatos que nos contamos sobre lo que hemos hecho, queremos hacer, sobre donde hemos estado, donde queremos ir, etc. Se trata de que en el conjunto de las historias que hemos aprendido a contar y a escuchar y que reconocemos en mayor o menor medida es donde encontramos nuestra identidad y el sentido de nuestras vidas. De ahí la importancia de reelaborar nuestra historia ante las nuevas dificultades que supone la vejez y la muerte con autenticidad, esto es, con fidelidad a nuestro propio estilo personal, para que tanto esa senectud como ese final nos sean propios. De ahí también la necesidad ineludible del sanitario, médico o enfermero, de escuchar y conocer ese relato para ayudar a que nuestros pacientes vivan una vejez y una muerte sanas.
Referencias
- Laín Entralgo P. La empresa de envejecer. Barcelona: Galaxia Guttemberg, Círculo de Lectores. 2001
- Laín Entralgo P. La empresa de ser hombre. Madrid: Taurus, 1963
- Gracia D. Voluntad de comprensión. La aventura intelectual de Pedro Laín Entralgo. Madrid: Triacastela 2010, pag 693
- Guillén J. “De senectude”. Aire nuestro y otros poemas, Barcelona, Barral, 1979
- Rilke RM. Antología poética. Madrid: Austral, 2016
- Nádar P. La propia muerte. S Quirze del Vallés: Temporal, 2022. Disponible en:
- Brunner J. Making stories. Law, Literature, Life. Harvard University Press, 2003