Un Corazón con freno y marcha atrás
Josefina Vicente Rueda. Radióloga infantil. Hospital Reina Sofía, Córdoba
Siempre me han gustado las obras de teatro de Enrique Jardiel Poncela, a pesar de ser un tanto disparatadas y surrealistas, incluso demasiado embrolladas y, aparentemente, muy alejadas de la realidad. Su humor irónico e inteligente y cargado de pesimismo sobre los sucesos cotidianos no pierde actualidad. Después de haber atendido esa mañana a Ana Mª, la situación que había vivido en el servicio me evocó las obras de Poncela, particularmente la de los “cuatro corazones…”, que recientemente había releído, debo decirlo, movida por la nostalgia de evocar mi infancia y juventud…el “estudio 1” ese programa de la tele en blanco y negro de los 70 que yo nunca me perdía.
Somos tres radiólogas y esa mañana a pesar de que ninguna estaba de guardia o saliente o en la resonancia, alejadas de nuestros cubículos habituales de radiología infantil y materna, cada una se encontraba cargada de trabajo y enfrascada en lo suyo. Las técnicos y las enfermeras pasaban de un lado para otro tratando de atender las múltiples demandas que en las tres salas se producían. El frenetismo del trabajo se reflejaba en la falta de charla y un silencio solo roto por el murmullo de una sala de espera repleta.
Cuando Rosa, una de las enfermeras, salió a la sala de espera para acompañar a una madre y su bebé, oyó un tímido requerimiento a sus espaldas:
- Señorita por favor
- Un momento en seguida le atiendo, -contestó Rosa al señor que la llamaba desde la puerta de la sala de espera –
Tras breves segundos Rosa tenía delante al que parecía un hombre con pelo ralo, algo largo por detrás, una barba poco poblada que ocultaba sus mejillas y su mentón, una estatura superior a la suya y una indumentaria que, aunque cuidada, era informal de vaqueros y camisa, y le daba un aire despreocupado.
- ¿Cuándo le toca a Ana Mª X? … Es para una histerosalpingografía
- Ahora se lo digo…
- Es que -le interrumpió y bajando la voz-, quería decirle que Ana Mª X soy yo y que por favor cuando me vaya a llamar no me llame por mi nombre…diga “Jose Mª X”
Rosa, como todas nosotras estamos acostumbradas a cualquier sorpresa de este tipo desde hace tiempo, por lo que casi de forma inmediata y natural esta le contestó, sin aparentar ninguna muestra de extrañeza.
- Desde luego no se preocupe, así lo haré
- Por favor, -insistió- …gracias
Rosa me avisó de la extraña petición a mi y a Rocío mi residente, quienes estábamos a cargo ese día de realizar los estudios ginecológicos. No hubo mucho tiempo para comentar la situación con mis compañeras, y por lo demás no solemos hacerlo, como digo estamos ya bastante acostumbradas y evitamos preguntar, comentar o indagar de una manera que no sea la meramente profesional, con las pacientes que se someten a este tipo de exploraciones. Mujeres sin pareja, parejas de lesbianas, mujeres en segundos matrimonios, y casos así. Es mejor no preguntar. Eso te evita el peligro de que parezca que las estés juzgando, y es que el juicio sale de una forma muy larvada, aunque tu no lo desees, es tu mente la que te traiciona y, así, empleando una palabra que te sale espontáneamente, te das súbitamente cuenta que la paciente se ha sentido aludida, tal vez despreciada o minusvalorada, ofendida, de seguro criticada por ti, aunque, esto esté realmente lejos de tus intenciones y hayas hecho enormes esfuerzos por mostrarte respetuosa, integradora y profesional.
- Rocío por favor recoge los datos de la historia de esta señora -le comenté a la residente antes de iniciar la prueba.
La situación de Ana Mª X empezaba a ser relativamente común en nuestro servicio. Su pareja era desde hacía poco más de un año una mujer separada que ya tenía dos hijos de su anterior matrimonio. Ana Mª, decidió ser ya entonces José Mª y desde el momento de iniciar su relación de pareja, este empezó a hormonarse para asumir el rol y fenotipo masculino de la pareja. Ambas deseaban tener un hijo, sin embargo su nueva pareja no cumplía los requisitos exigidos por el protocolo aprobado por la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía para ello (no tener hijos, ser menor de una determinada edad,…), entonces José Mª decidió volver a ser Ana Mª. La posibilidad de revertir todo el proceso en el que su identidad y rol femenino cambió a masculino y volver ahora de nuevo a recuperar la identidad femenina y con ella la posibilidad de una identidad maternal, dependían de la prueba que iba a hacerse ese dia,…si las trompas eran permeables José Mª dejaría de hormonarse…y sería de nuevo Ana Mª.
La residente terminó de recopilar estos datos. Lo último que comentó la paciente fue:
- Y ahora que la gente en el barrio me había aceptado, nos había aceptado, otra vez volver…
Lo dijo con una expresión de resignación, parecía que su rostro reflejaba consancio. En ese momento yo me fijé en ella, me disponía a sentarme y a darle las instrucciones previas para proceder a la intervención, introducir la cánula con el contraste y todo lo demás, en esa posición tan expuesta, con los pies apoyados en la silla ginecológica, una posición que no deja de ser violenta aun cuando todas allí éramos mujeres,…ella ya también, una más. Le mire el rostro, esa barba que delataba su apuesta radical, no sé por qué pensé en su valentía ante “la gente de su barrio”, seguramente ante su familia, tal vez ante sus compañeros de trabajo,…Había sido imposible evitar algunas chanzas entre nosotras cuando Rosa nos describió la situación, medias sonrisas al principio, después algo interior que parecía cierto enfado y resignación sobre nuestro papel en la sanidad pública al pensar que hacemos medicina de salón, que se gastan recursos para satisfacer los caprichos de una sociedad hastiada de desear lo imposible….sin embargo, ahora, cuando estaba más cerca de ella, tras esas palabras, observé su rostro una vez más, sus ojos estaban brillantes y sus facciones me parecieron suaves, me pareció que estaba triste. Recordé entonces la obra de Poncela, ese enorme lío que iba enredándose cada vez más en cambiantes escenarios y situaciones rocambolescas y exóticas donde los personajes se sometían a brebajes que mutaban sus cuerpos y sus mentes para recuperar la juventud perdida, para ser quienes en realidad no eran y aspirar a amar a quienes en circunstancias normales nunca podrían amar. José Mª, como la abuela Valentina de la obra de Poncela, probablemente en breve podría anunciar su embarazo, pero lejos de parecerme esperpéntico, sentí ternura por ella y me acerqué con dulzura y cuidado:
- Ana Mª, relájate, solo sentirás una molestia, pero nada más, será muy breve.