¿Cuando puede un médico darse de baja?

“Genmedmom” es una médica de medicina interna que tiene un blog en Mothers in Medicine .

¿Cuando puede un médico darse de baja?
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Peleo cada vez que estoy enferma. Esta semana, no es tanto mi propia enfermedad el principal problema. Son los niños. Porque no pueden dormir. Y si ellos no pueden dormir, nosotros no podemos dormir. Comenzó la semana pasada con este virus de las vías respiratorias altas que anda dando vueltas. Los virus del resfriado mutan lo suficiente con el tiempo que cada pocos años me golpean fuerte. Yo lo llamo el “resfriado de los tres años”. Este fue realmente malo ya que se sumó además a mis alergias estacionales no tratadas y a que tenía un bebé de 9 meses de los que no duermen toda la noche. 

Entonces, no es de extrañar que después de una semana con este virus, comenzase a tener dolor de oído. En una hora, el dolor de oído pasó de ser molesto y a una sensación de palpitación constante. Le pedí a un colega que me mirara el oido para confirmar que tenía el tímpano rojo, opaco y abultado. Cuando llegué a la farmacia para recoger mis antibióticos, estaba gritando, pulsando, como si explotase, con un dolor agudísimo. Puse mi mano en el canal esperando que saliese pus y sangre.

Esto ocurría cuando además del niño mayor tenía otro de 9 meses con abundante secreción nasal y tos. El bebé odia que le aspiren la nariz, pero está acostumbrado a darle al chupete mientras se duerme. Con toda la mucosidad verde, no puede succionar el chupete y respirar al mismo tiempo. Así que, fastidio, para ella y para nosotros. Ha pasado más de una semana con esta lucha por despejar sus pequeños conductos nasales para poder calmarse y dormir.

Nuestro niño mayor (pero aún pequeño) está un poco mejor, pero sigue malhumorado, pegajoso, picoteando las comidas, lloriqueando continuamente. Y se despierto bastante tiempo durante la noche tosiendo. Una taza de zumo y un ratito meciéndolo tranquilamente lo arrullan y lo devuelven a los sueños, pero mientras tanto, mi esposo o yo estamos despiertos, otra vez.

Anteanoche, era medianoche, y ninguno de los niños había podido conciliar el sueño durante más de unos escasos minutos. Narices congestionadas, tos, diarrea, fiebre… llevábamos horas probando todos los trucos. Ducha de vapor, aspirador nasal, toallitas salinas, Apiretal, zumo, canto, lectura, caricias, dibujos animados.

Y tenía que levantarme a las 6:15 a. m. para comenzar a las 8:40 a. m. en la clínica.

Admito que lo perdí un poco. Personalmente, me sentía hecha polvo con mis propios síntomas, exhausta por las noches seguidas aguantando este tipo de “travesuras”, y sabía que solo tendría unas pocas horas de mal sueño antes de tener que coger el coche para ir al hospital a atender a los pacientes.

“Tienes que tomarte la baja”, insistió mi esposo.

“No puedo,” insistí yo.

Y no lo hice. Los niños finalmente empezaron a roncar/toser, pero con un sueño sostenido. Mi despertador sonó al amanecer. Arrastré mi lamentable trasero drogado a la ducha y llegué viva al trabajo. Tomé fenilefrina, tomé dextrometorfano, respiré unos vapores, bebí un montón de café y guardé una bolsa llena de Ricola en el bolsillo de mi bata blanca. Vi mis citas completa de pacientes. Me dí cuenta de algunas miradas de extraños, colegas y pacientes por igual, se fijaban en mi nariz roja, hinchada y escamosa, y en esa tos húmeda. Seguía asegurando a la gente: “Estoy acabando un resfriado, dudo que sea contagioso. Tengo que aguantarme”.

Me he compadecido con los colegas. Todo el mundo ha pasado por esto antes. Pero todos estamos de acuerdo. Deberías darte de baja por estas cosas. Pero todos sentimos que no podemos darnos de baja por estas cosas.

Entonces, ¿cuándo puede el médico darse de baja?

Recuerdo que como residenta en una guardia en una noche infernal, uno de los residentes mayores comenzó la noche con síntomas de virasis  gastrointestinal. Era grave, le salía por arriba y por abajo. A la 1 am, lo acostaron en el estar de llamadas y las enfermeras lo conectaron a una vía intravenosa. Aún así, los internos acudíamos a él para todas las dudas habituales desde que se inició la noche hasta la mañana: él realizó admisiones, revisó pruebas de laboratorio, discutió casos. No había duda de cual era la respuesta a: «¿Podría irse a casa enfermo?»

Sabíamos que estaba febril y deshidratado y que no pensaba con claridad, pero no había otra opción. Y por la mañana, los asistentes lo presentaron como un héroe por haber aguantado y mantenido el tipo, a pesar de tener náuseas, vómitos y diarrea… aquello era contagioso. Esa situación me dejó fuertemente impresionada. Hoy, creo que eso fue una auténtica locura.

Más recientemente, tuve que enfrentarme a un paciente mío que también era cirujana. Ella había desarrollado síntomas de gripe y quería Tamiflu, pero no quería que yo le hiciera la prueba y confirmara la gripe, para no tener que etiquetarla como enferma, tal y como lo ordena salud laboral.

“Estoy en mi turno, tengo que operar”, explicó.

Esos son los casos extremos. Más común, creo, es la situación que he descrito en nuestra familia. Todos estamos tocados, pero no podemos justificar una llamada.

¿Qué haríais vosotros?



     

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