Ilusión: una propuesta práctica para identificar la vocación.

Roger Ruiz Moral. Unidad de Educación Médica, Facultad de Medicina, Universidad Francisco de Vitoria (UFV). Madrid

Resumen:   Este artículo trata de orientar a un estudiante a identificar cual es su auténtica vocación (profesional), si esta se dirige a la medicina o a cualquier otra carrera. Para esto primero se clarifica lo que significa tener vocación siguiendo algunas de las ideas y reflexiones que sobre este concepto tienen los filósofos españoles Ortega y Marías. Después, se presenta la propuesta de este último de considerar la “ilusión” como el elemento crucial para identificar la vocación

“Eagerness”: a practical proposal to identify the “calling”

Abstract: This article tries to guide a student to identify what his/her true vocation (professional) is, if it is directed to medicine or any other career. For this, first, what it means to have a vocation is clarified by following some ideas and reflections that the Spanish philosophers Ortega and Marías have on this concept. Later, the latter’s proposal is presented to consider the “illusion” (eagerness) as the crucial element to identify the vocation.

Tener “vocación” puede favorecer el éxito en el desarrollo de los estudios de medicina o en la profesión médica. En otro artículo publicado en este número de Doctutor realizamos una revisión de investigaciones originales, y los resultados de estos trabajos parecen indicar que el que un estudiante “se sienta llamado a ser médico” se relaciona con niveles de autoeficacia más altos, y con mayores niveles de madurez profesional, satisfacción académica, satisfacción laboral, compromiso profesional, significado de la vida y satisfacción con la vida. Por lo tanto parece importante que un estudiante a la hora de elegir una carrera como la de medicina, se pregunte a si mismo si realmente el o ella siente que tiene “vocación de ser médico/a”. Ante esta pregunta, sin embargo, el problema que con toda probabilidad puede surgirle es, cómo saber si realmente la tiene o no. 

En este artículo ofrecemos una serie de pistas que pueden ayudar a este estudiante a identificar cual es su auténtica vocación (profesional), si esta se dirige a la medicina o a cualquier otra carrera o profesión. Para hacer esto he tratado primero de clarificar lo que significa tener vocación siguiendo algunas de las ideas y reflexiones que sobre este concepto han desarrollado, particularmente filósofos españoles como Ortega y Marías. Después, recupero la propuesta de este último de considerar la “ilusión” como el elemento crucial para identificar la vocación. 

Definición del término “Vocación”

La definición que de “vocación” hace el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia es: “Inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de religión”, y en su cuarta acepción: “inclinación a cualquier estado, profesión o carrera”. A partir de aquí la vocación se trata como algo profano y genérico: vocación religiosa, de médico, abogado, escritor,… siempre cauces con significación “profesional”. En inglés, “vocation” quiere decir primariamente “profesión”, pero este vocablo se usa también en el sentido del nuestro denominándose a su vez muy frecuentemente como “calling” (llamado). En alemán Beruf es profesión y lo que se aproxima a vocación sería su raíz Ruf entendida como “llamada o voz interior” (innere Berufung o innere Stimme). Se trata en todo caso, de enfoques limitados, de vocaciones parciales, que afectan solo a aspectos o facetas de la personalidad (genéricas), formas “secundarias” de la vocación, en la medida en la que no afectan a la globalidad de la persona. Sin embargo, para ubicarlas correctamente (para entenderlas de manera precisa) es necesario localizarlas dentro del concepto de vocación que envuelve a la persona en su totalidad. Esta significación ampliada ha sido objeto de interés por parte de muchos filósofos y especialmente por Ortega, cuya visión al respecto es particularmente profunda y significativa. 

Vocación, Destino y Libertad

La “filosofía vital” de Ortega afirma que “la vida se nos da, pero no se nos da hecha; el hombre tiene que hacerse la vida». La vida misma es un “quehacer”, cada uno tiene que “montársela” en un doble sentido: el quehacer de proyectársela, y el de inventársela —«la vida es creación»— y el quehacer de ejecutarla. Pues bien, la cuestión de la vocación aparece en el contexto de esa invención y ejecución de la vida de uno en función de las posibilidades que encontramos en nuestro propio contexto vital. En palabras de Ortega, en función de nuestras “circunstancias”.

En la vida de cada uno surgen diferentes posibilidades, el reto está en hacerlas propias, en hacerlas mías. Para que esas posibilidades conecten con mi vida necesitamos “elegir” entre ellas, decidir cual voy a adoptar. Cuando el joven piensa en el quehacer de la vida tomada en su totalidad, ve vidas ya hechas que le sirven de referencia, son los oficios, las profesiones. Sin embargo, muchas personas ejercen esas profesiones sin “serlas vitalmente”, es decir, sólo se puede decir que los oficios son vocaciones si se han elegido libremente. (Obras Completas, II, 655). La guía de esta elección viene determinada por el “sentido” que yo le doy a mi vida, lo que quiero hacer con ella. Se trata de poner en acción nuestra “autoría” de realizar una creación personal, que, sin embargo, puede y suele ser difícil de delimitar o identificar en un momento determinado.

Pero, además ocurre que hay que contar, como decíamos antes, con las circunstancias con las que nos encontramos en la vida, que chocan con ese llamado interior o vocación. Marías (Antropología Metafísica, 1970, cap. XXVI) dice que oscilamos entre el azar y la necesidad, y que a la combinación de ambos es a lo que se llama “destino”. El destino sería entonces algo así como el encuentro de la vida personal de cada uno con la historia y la cultura que nos ha tocado. Sería como una «llamada del tiempo» que puede facilitar o entorpecer nuestra vocación. Hay que contar por tanto con ese azar; lo imprevisible que no podemos proyectar.

Ortega considera que es aquí donde radica lo más sorprendente del drama vital de un hombre. Poseemos un amplio margen de libertad con respecto a nuestro yo o destino. Nos podemos negar a realizarlo, y de esta manera ser infieles a nosotros mismos, negándonos a desarrollar nuestra propia “autoría”, haciendo así que nuestra vida carezca de autenticidad. Por ejemplo, podemos decidir hacer una carrera por satisfacer a nuestros padres, porque puedo optar a ella por haber sacado una alta calificación en mis estudios previos y porque me dará prestigio social o bienestar económico, aunque realmente no “me sienta llamado” a ser tal o cual tipo de profesional. Esto, dicho en palabras de Ortega, quiere decir que podemos ser más o menos fieles a nuestra vocación (“aceptar nuestro destino”) y, consecuentemente, “hacer nuestra vida más o menos auténtica” (O. C., IV, 401), “…cada hombre entre sus varios seres posibles, encuentra siempre uno que es su auténtico ser”. Y la voz que le llama a ese auténtico ser es lo que llamamos ‘vocación’. La vocación por lo tanto supone una transformación de la circunstancia para alojar en ella esa forma propia y personal que aquella supone, o como dice Marías: una “conexión y alteración respecto de la circunstancia del que se siente llamado” (Introducción a la Filosofía; IX,76).

La Misión concretada

Lo vocacional sería por lo tanto la aspiración a desarrollar el verdadero ‘sí mismo’ de cada cual, su programa de vida, o también su “misión”. Para Ortega, la “misión” es la conciencia que cada hombre tiene de su más auténtico ser que está llamado a realizar y lo considera un ingrediente constitutivo de la condición humana (O.C., V, 212). Por lo tanto, no es algo que se circunscriba a una faceta de la persona sino que comprende, claro está, todos los órdenes de la existencia, no se refiere sólo a la profesión u oficio que vamos a elegir. Se refiere, por ejemplo, al orden de nuestros pensamientos y opiniones. (O. C., V, 138). Es decir se trata de ser “Yo”. Un “yo” particular y único. Julian Marías dice que: “Cuando la vocación se hace concreta, es cuando se liga a la personalidad, se entrelaza con la trayectoria vital y se convierte en una dimensión de ella”. Ya no se trata de la vocación esquemática de médico, sino de un médico en particular, individual, definido por una situación no intercambiable y un proyecto personal. Esto se aclara en nuestro uso lingüístico que en español usa el verbo ser y no el hacer para designar la profesión: ¿Qué es usted? Y no qué hace usted.

La ilusión como criterio para detectar la vocación

Sin embargo, ¿cómo sé lo que quiero hacer con mi vida en un momento dado? No resulta fácil delimitar nuestra “misión” (palabra rimbombante pero de difícil identificación), suponiendo que tengamos conciencia de lo que realmente queremos “ser”. Lo que suele pasarnos a la mayoría, es que vamos iniciando a lo largo de la vida diversas trayectorias, de desigual cumplimiento, en distintos momentos de nuestras vidas. Podemos descartar algunas de estas trayectorias para después retomarlas. Más frecuentemente, algunas pueden quedarse truncadas por motivos externos o internos, mantenerse algún tiempo y por inercia, después ir decayendo. Generalmente el momento de su origen las hace cualitativamente diferentes a la vez que condicionan su posible desarrollo. ¿Quién no se ha lamentado, pasados unos años de no haber hecho tal o cual cosa en su vida (con su vida)? Llegado un momento vital concreto donde es preciso elegir, como puede ser la hora de elegir una carrera u otra, creo que esta elección habitualmente suele ser difícil para la mayoría de los jóvenes. Son pocos los que tienen ese pálpito bien identificado, los que sienten una potente y clara “llamada”, aunque tal vez sea el hacer o no medicina donde ese pálpito, esa llamada, suele ser más nítida que en otras carreras, de ahí que siempre se haya considerado a la medicina como una carrera “vocacional”. 

De esta manera, sería interesante y muy útil disponer de algún indicador que nos oriente en estos momentos. Cabria primero preguntarse si tal indicador existe. Julián Marías en su libro “Breve tratado de la Ilusión”, apunta lo que él llama “el criterio más seguro para medir la jerarquía vital, el grado de autenticidad de las diversas trayectorias vitales”, y éste no es otro para nuestro filósofo que “la ilusión” que las acompaña o falta en ellas. Pero para hacer esto auténticamente operativo vamos a tratar de clarificar brevemente lo que es la “ilusión”

Etimología y significado de ilusión

En la obra antes citada, este filósofo aborda el significado y el papel de lo que llamamos “ilusión” (cap. 1: Un secreto de la lengua española). Esta palabra en español al igual que en todas las lenguas románicas y también en el inglés, deriva del latín “illusio”, sustantivo procedente del verbo “illudere” que es jugar o divertirse, pero en el sentido de bromear, burlarse, ridiculizar. “Illusio” es burla, escarnio, ironía. De ahí la voz “ilusión” en su acepción más amplia y común en todos los otros idiomas (también en español) de “engaño, falsa imaginación o aprehensión errada de las cosas”. Sin embargo, con los años, el español desarrolla de una forma única otra acepción positiva para este término. Marías lo data concienzudamente: aparece en 1875 en el Diccionario Nacional de Domínguez: “…creación imaginaria deleitable…que haría la felicidad del individuo si se realizase…”, después, en el Diccionario de uso del español de Maria Moliner (1967): “Alegría o felicidad que se experimenta con la posesión, contemplación o esperanza de algo” y ya en 1982 en el Diccionario de la Real Academia: “Esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo”. De esta manera los que hablamos español somos capaces de ilusionarnos es decir de sentir ilusión ante determinadas posibilidades, no sé si en igual medida que los que no hablan este idioma, ya que la traducción que habitualmente se hace de nuestro término en otros idiomas es distinta: alegría, entusiasmo, esperanza, y aquí sabemos que se puede tener todo esto y sin embargo, no tener ilusión.

De esta forma, la ilusión sería esa “sensación interior” que nos puede servir de “criterio más seguro” para medir la autenticidad de nuestras decisiones vitales. Hasta el punto que el conjunto de las ilusiones de cada uno, en “el mapa de las ilusiones”, se convierte en la mejor manera de entendernos a nosotros mismos y de que nos entiendan los demás. Buen indicador para la consideración de hasta que punto nosotros tenemos claro lo que debe ser, lo que debemos ser:  para identificar nuestra vocación.

De esta manera traigo aquí, la propuesta de Marías de que lo que más nos puede ayudar a descubrirnos a nosotros mismos, quienes somos verdaderamente y sobre todo quienes pretendemos ser es “el balance insobornable de nuestra ilusión”. Así, llegada la disyuntiva de elegir una u otra carrera sería bueno preguntarse: 

¿en qué tengo puestas mis ilusiones y con qué fuerza? 

¿qué empresa o quehacer llenaría mi vida y me haría sentir que por un momento soy yo mismo? 

¿qué se convierte en el blanco involuntario (irremediable) de mi proyección futura?

Bibliografía 

Julián Marías Aguilera. Breve tratado de la ilusión. Madrid: Alianza, 2006

Julián Marías Aguilera. Antropología Metafísica. Madrid: Alianza, 1999

Julián Marías Aguilera. Introducción a la Filosofía. Madrid: Alianza, 1985

José Ortega y Gasset. Obras Completas (6 tomos). Madrid: Taurus, 2004. 

Donde mejor se refleja el pensamiento de Ortega sobre la vocación es en sus estudios sobre las vidas ya concluidas, sobre las biografías de Goethe (O. C., IV), Goya (VII), Velázquez (VIII) y Vives (IX).



     

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