La Pandemia nos descubre la necesidad del humanismo en medicina.
Dominique Gelman. Estudiante de Medicina
Resumen: La narrativa de este estudiante de medicina nos revela el significado profundo de “acompañar” en medicina y su lugar principal en la práctica médica, o al menos, complementario al de otras intervenciones. Dominique nos ofrece aquí su reflexión sobre su vivencia con un paciente, la cual es despertada en el contexto de las carencias que la pandemia le ha hecho descubrir. Esta sencilla y a la vez profunda historia pone de manifiesto la importancia de una de las labores esenciales de cualquier sanitario.
The Pandemic reveals the need for humanism in medicine.
Summary: The narrative of this medical student reveals the profound meaning of “accompanying” in medicine, which is paramount in medical practice, or at least, complementary to other interventions. Dominique offers us here his reflection on his experience with a patient, which is awakened in the context of the shortcomings that the pandemic has discover to him. This simple and at the same time profound history, highlights the importance of one of the essential tasks of any health provider.
Antes de la COVID-19, solo podía reflexionar sobre la importancia de la conexión humana en la medicina, de reducir ese espacio físico y emocional que existe entre el médico y el paciente. Me intrigaban las vueltas que habíamos dado y dónde habíamos llegado como profesión, luchando por volver a conectar con los principios humanistas sobre los que se fundó. Aunque el valor de los avances médicos modernos son increíbles e innegables, el progreso en estos campos se ha reflejado en una regresión de una presencia del médico realmente comprometida. El elemento interpersonal de la atención en estos momentos, por regla general, está enterrado bajo el peso de las crecientes presiones financieras, las restricciones de tiempo, el énfasis en el historial médico electrónico y un enfoque que prioriza la optimización de los números y las estadísticas. Antes de la pandemia, me preguntaba a dónde llegaremos si continuamos por este camino. ¿Cómo podrían todas estas fuerzas que disminuyen la conexión humana transformar nuestra calidad de atención y nuestra capacidad para practicar los principios de esa medicina “centrada en el paciente” que se nos recuerda cada vez que una nueva promoción de estudiantes hace el juramento hipocrático? Pero, cuando llegó la COVID-19, me percaté de que ya no necesitaba hacerme más preguntas sobre esto.
La pandemia rasgó el velo de la incertidumbre revelándome en lo que realmente se ha convertido la medicina al perder esa conexión humana. El virus nos ofreció lo que podría ser una “lente de aumento” para vislumbrar trágicamente nuestro futuro si no intentamos alterar nuestro actual rumbo. De repente nos enfrentamos a la visión íntima de una forma de práctica médica definida por un contacto físico limitado, una práctica de mínimos a la cabecera del paciente y una participación familiar restringida. Nos desesperamos al no saber nada de lo que constituye el ser humano cuando estamos en la sala de aislamiento, y nos enfrentamos a la incapacidad de tratar realmente a los pacientes como las personas que son y de la manera en que merecen ser tratados. A medida que el espacio entre el paciente y el médico se hace más amplio, también lo hace el anhelo de contacto y de presencia para llenar el vacío creado por su ausencia. La privación de unos cuidados “humanitarios” crea un vacío que no pueden paliar los medicamentos ni la tecnología. Los pacientes sufren, las familias sufren y los trabajadores de la salud también sufren. Y generalmente todos sufren solos.
Meses antes de escuchar la primera expresión «COVID-19», seguí a un paciente con cáncer de pulmón metastásico recién diagnosticado en la consulta de medicina interna. Fue uno de esos pacientes que te recuerdan a un jersey nuevo, al principio pica un poco, pero poco a poco se va transformando reconfortantemente en tu favorito a medida que le das forma y parece ajustarse el uno al otro a la vez. Nuestros encuentros matutinos se convirtieron en una rutina de bienvenida, comprobando su fortaleza y escuchando el susurro de sus pulmones, relatando historias de una vida que ahora se desvanece en la distancia. Algo de él separó ese mes de rotatorio su caso del resto de mis otros pacientes, pero no fueron las complejidades de su diagnóstico o de su plan de tratamiento. Era la forma en que este paciente se moría,…solo.
Rechazado por sus parientes por su orientación sexual, desde que enviudó, no recibió visitas ni llamadas familiares. Cada noche me atormentaban las escalofriantes visiones de las sesiones de radioterapia en soledad, la transición a una vida en un centro de rehabilitación solo y las reflexiones sobre el final de su vida que realizaba solo. Ante esa tragedia, recurrí al único tratamiento que sabía impartir: empatía y compañía. No podía curar su cáncer o llenar el vacío cavernoso en su historia social, pero lo que sí podía hacer era estar con él. Podría poner mi mano sobre la suya en un momento de vulnerabilidad. Podría compartir una sonrisa y un poco de mi tiempo. Me gusta pensar que esto le supuso un pequeño toque de bienestar a una experiencia solitaria y devastadora.
La misma tristeza que sentía al salir de su habitación me vuelve a visitar ahora. Miles de pacientes han muerto solos por la COVID-19. Atrapados en habitaciones aisladas y desconocidas, separados de sus seres queridos, y todo lo que les puede ofrece comodidad. Me preocupa lo que falta en esta atención clínica: presencia, conexión, tacto. Una vez que se han dado por sentados, ahora se evitan por necesidad. Cuando la pandemia finalmente se desvanezca en el pasado, ¿continuará su recuerdo impulsando la brecha de separación física que ha creado entre nosotros y nuestros pacientes? Me aferro a la esperanza de que en su lugar provocará el abrazo de un contacto personal aún más fuerte que el que existía antes. Espero reflexionar sobre nuestra experiencia en esos momentos difíciles para revelar lo que ha sido cierto durante todo ese tiempo, pero que ahora es más evidente que nunca: necesitamos humanismo en medicina.
Las crisis nos devuelven las cosas que habíamos enterrado y anulan lo que habíamos llegado a aceptar ciegamente, haciéndonos ver lo que se ha roto y revelando lo que nos falta. Estiran el tejido de la sociedad, dejando al descubierto los hilos que lo unen. Pero con la destrucción viene la oportunidad, la oportunidad para reconstruir y para mejorar. Si bien en esos momentos vividos hay mucho por lo que desesperarse y arrepentirse, encuentro cierta compensación y aliento en el potencial que nos brinda para redirigir nuestro enfoque de la medicina. La distancia provocada por la COVID-19 nos permite examinar claramente el poder de la conexión física y emocional a través de su ausencia. Recordamos los momentos vividos de bienestar, confianza y satisfacción en las relaciones con nuestros pacientes al asumir esta conexión con el pasado. Sin ella, sentimos un vacío y lamentamos la carga que soportan nuestros pacientes al afrontar sus horas más oscuras en soledad.
La pandemia no solo apunta la necesidad que existe de humanismo en medicina, sino que nos lo presenta. En cierto modo, la pandemia ha fomentado el aislamiento y la soledad. Pero en otro sentido, la catástrofe ha unido al mundo, demostrando el coraje y la resistencia que se pueden lograr cuando nos unimos como una piña. La pandemia ha inspirado un sentido de solidaridad y conexión con nuestra humanidad compartida, terreno fértil para replantar las semillas de la atención humanística en la medicina.
Los rescoldos de la COVID-19 resonarán en el futuro, algunos podemos desear apagarlos, pero otros espero persistan como brasas de combustión lenta para impulsar el cambio en los próximos años. Permitamos que estas brasas enciendan nuestra pasión por la conexión personal y la presencia a la cabecera de nuestros pacientes. Esforcémonos por revitalizar la forma en que ejercemos la medicina cuando el polvo de la COVID-19 se asiente y el escalón entre el paciente y el médico se nivele. Recordemos cómo sentimos cuando priorizamos una experiencia de atención humanizada con el paciente y cuando nos esforzarnos por reducir la distancia que existe entre nosotros.