Seducción en la Consulta I

Manuel Campíñez Navarro

Médico de Familia. CAP Vallcarca. Barcelona

Resumen: En estos dos artículos complementarios los autores hacen una propuesta a la vez que sincera, provocadora y constructiva sobre un aspecto “pantanoso” como es el de la seducción en la consulta. La perspectiva planteada representa un soplo de aire fresco en la medida en la que orienta el tema de una manera desprejuiciada y honesta, construyendo una respuesta eficaz en el abordaje adecuado de las emociones. Los autores utilizan por tanto la seducción para convertirla en un elemento de reflexión de gran interés para la educación emocional y el autoconocimiento.

Hace unos días me tuve que ir a hacer una resonancia magnética nuclear. Nada serio, acabando de evaluar las secuelas de un accidente que sufrí hace un mes y medio, cuando me arrolló un coche de policía que se saltó un semáforo en rojo. Tampoco era la primera vez, por desgracia, que pasaba «por el tubo». Con ello quiero decir que estoy familiarizado con la técnica y no estaba particularmente preocupado ni ansioso antes de la prueba. De hecho creo que di alguna cabezada en la sala de espera (y a posteriori dentro del aparato, lo que no está exento de mérito).

Después de todo un ritual previo que no viene al caso, me llamaron por mi nombre y me hicieron pasar a una «habitación»: una de esas antesalas de radiología que seguro que más de uno de ustedes conocen (como usuarios). Si es así, sabrán que no se caracterizan por su amplitud. En esta, por ejemplo, dudo que una persona en una silla de ruedas hubiese podido cruzar el umbral. Les describo las dimensiones para que se sitúen.

Me invitó a pasar una mujer de unos… bueno, vamos a obviar descripciones físicas. Digamos sencillamente que era una mujer lo suficiente atractiva como para no pasar(me) desapercibida. Su cara dibujaba una sonrisa, su tono de voz, amabilidad, y su mirada alternaba con la misma atención sus papeles y mi persona. Como he descrito, el espacio era muy limitado, de modo que mantuvimos la conversación previa a la prueba en una distancia que los expertos en comunicación no verbal calificarían de más que íntima. Ello equivale a decir que, sin aviso previo ni permiso, una mujer atractiva estaba a menos de un palmo de mí pidiéndome que me desnudara.

Me desnudo ante ustedes: creo que me sentí seducido. Pero mirándolo desde la distancia me doy cuenta de que en una situación como esa cualquiera de ustedes lo podría haber interpretado como una falta de respeto: cuando un profesional sanitario invade nuestro espacio íntimo sin permiso ni previo aviso se expone a ofendernos. Les podría ofrecer multitud de ejemplos de mi experiencia como paciente en las que me sentido más que ofendido porque mi dignidad o mi intimidad se han vulnerado sin más y sin mi consentimiento.

Les planteo los dos extremos de una percepción en direcciones opuestas: seducción versus aversión. La situación, objetivamente, era la que era. Dependiendo de cómo yo la siento, de cómo yo la interpreto; es decir, de mis emociones y de mis cogniciones; resulta como la acabo viviendo finalmente. Pero no solo depende de eso: indudablemente el comportamiento de la profesional juega su papel. Y en ese encuentro hay una jerarquía, que se presupone que los profesionales de la salud debemos conocer y controlar.

 Estarán ustedes de acuerdo en que eso no sucede jamás en la consulta de un/a médico/a de familia. O de cualquier otra especialidad, para el caso es lo mismo. Espacios íntimos, temas íntimos, transferencias y contratransferencias, eso es tremendamente anecdótico. ¿O no?

Hace unos meses leía en este boletín un artículo sobre «La paciente seductora»1. Y me llamó la atención. Lo comenté con una amiga, la Dra. Ortiz,  con quien hace ya tiempo que tratamos de desarrollar el tema de la seducción en la consulta para darle un formato docente, a sabiendas de que nos movemos en terreno pantanoso. La propuesta de taller es una amenaza, en especial para los asiduos a los Congresos Nacionales del GPCYS. Y para abrir boca empezamos escribiendo este artículo a dos manos.

En primer lugar, nos parece una ingenuidad que se hable (no en el artículo, sino de manera habitual) de pacientes seductores de una forma tan generalizada, y no hacerlo de profesionales seductores de la misma forma. La literatura describe los encuentros sexuales entre médicos y pacientes como algo muy lejos de ser anecdótico2.

En este sentido podemos encontrar opiniones tan dispares y conductas tan opuestas que van desde la desmitificación del encuentro erótico médico-paciente como algo que forma parte de la vida sexual de dos personas adultas3, 4, sin más; a condenas firmes a profesionales por haber mantenido relaciones sexuales consentidas con una paciente5. Desde asociaciones de profesionales que abogan por la incompatibilidad total de una relación erótica entre un profesional y un paciente6, e incluso un ex-paciente, a profesionales que se cuestionan si en caso de que se les destine a un lugar remoto y no tienen pareja estable deben atenerse al celibato de manera ineludible para el ejercicio de la profesión médica7.

Parece, en cualquier caso, que hay una frontera (poco y mal definida) que se sobrepasa. En un estudio relativamente reciente en Canadá8 , llama la atención que la mayoría de medidas disciplinarias a médicos por ofensas a pacientes fueron a hombres (92%) y por una «conducta sexual inapropiada» (20%). Luego parece que el tema de género y el erotismo no están exentos de polémica en la relación médico-paciente.

En un estudio descriptivo sobre los motivos de faltas disciplinarias a médicos en Australia y Nueva Zelanda en el periodo 2000-20099, de nuevo se lleva la palma la «conducta sexual inapropiada» como motivo más frecuente de penalización, y con un claro predominio de hombres. La prevalencia de estas ofensas (las que se acaban puniendo), no obstante, ronda los 200 casos por 100.000 médicos/año. Hecho que sorprende cuando, al preguntar a los profesionales de forma anónima sobre sus experiencias eróticas en la consulta, también en nueva Zelanda años atrás10, un 6% reconocieron haber tenido una cita con un paciente y un 4% que eso había acabado en un contacto sexual en algún momento a lo largo de su carrera.

De esto se podría deducir que NO TODOS los contactos eróticos entre médicos y pacientes acaban en los tribunales o en las comisiones deontológicas, sino que podría ser que  ambos actores del encuentro lo vivieran con naturalidad, a pesar de tratarse -la relación médico-paciente- de una relación jerarquizada y de poder. ¿Tal vez se trate tan sólo de rebajar jerarquías e igualar la autonomía en la toma de decisiones? Los comités de ética no parecen estar de acuerdo con esto último, aun a riesgo de ignorar una realidad abrumadora.

Sea como fuere, como tutores de médicos especialistas y estudiantes tenemos un deber obligado en su formación: el de hacerles reflexionar sobre estas situaciones y, en la medida de nuestros conocimientos y habilidades, entrenarlos a enfrentarse a situaciones de esta índole.

Lejos de la anécdota/ con la que se abre este artículo, la relación médico-paciente conlleva una penetración del espacio íntimo del otro, en lo físico y en lo intelectual, que muchas veces no es tan evidente pero sí tremendamente cotidiana. ¿Recuerdan ustedes qué motivó a Laënnec a aplicar las hojas de un cuaderno enrollado para auscultar el corazón de la esposa de Alejandro Gaudissant, logrando con ello una mejora importante en la calidad de la audición y el descubrimiento, por tanto, del primer embrión del estetoscopio moderno? La timidez y el recato. Del médico y de su paciente. En aquella época la auscultación se hacía aplicando directamente el oído al tórax del enfermo. En nuestra práctica clínica diaria son múltiples las situaciones en las que nos podemos sentir incómodos por un contacto demasiado íntimo con el enfermo, contacto que conforman la imagen que la persona proyecta sobre nosotros, su actitud y paralenguaje, su lenguaje no verbal… o sus olores y el contacto físico cuando este es necesario, cuando no se entrometen fluidos corporales de diversa índole… Y viceversa: ¿somos conscientes de que los pacientes nos miran, se dejan tocar, nos pueden oler y perciben de forma recíproca nuestros cambios de tono de voz y nuestras microexpresiones faciales?

Me gustaría pensar que estos microencuentros no deberían de ser desagradables ni agradables, tal vez neutros. Seguramente nos han entrenado para ello durante nuestra formación. Nos han enseñado a mantenernos fríos, a no emocionarnos, a no dejar que nuestras sensaciones y nuestras emociones influyan sobre nuestra capacidad de raciocinio. Me pregunto, ¿es eso posible?

Como animales que somos, no. Y como seres racionales tampoco. Como dice la Dra. Ortiz: «Siento, luego existo». Ignorar que sentimos y nos emocionamos no sólo cierra la puerta a legitimizar nuestras sensaciones y nuestras emociones para poder tratar de controlarlas; nos puede empujar -y eso es una senda peligrosa- a negarlas, y el resultado es una interferencia emocognitiva (en honor a Jordi Cebrià) de primera magnitud. Uno no se puede autoconvencer de que su vejiga de la orina tiene una capacidad ilimitada cuando está a punto de rebosar, y seguir visitando con todas sus capacidades intelectuales puestas en la mira del enfermo, sin pasar antes por el baño. Uno no puede pretender estar en condiciones de confirmar una hipótesis diagnóstica, si le repele la idea de tener que explorar al paciente que tiene delante para hacerlo. Y lo contrario también: una situación de erotismo en la consulta puede resultar tan ambigua como un reto diagnóstico: nos puede estimular a querer resolverlo o paralizarnos ante la sospecha de nuestra incompetencia ante tal reto. Reconocerlo es un primer paso, saber manejarlo adecuadamente el siguiente. En este sentido la Dra. Ortiz nos explicará su experiencia docente sobre educación emocional con residentes.

Nuestra propuesta es, pues, ahondar en estos terrenos pantanosos. Enseñar a nuestros estudiantes y residentes a reconocer los elementos de la comunicación no verbal que influyen en la relación médica. Poner mucha atención en la aproximación a la exploración física, con el debido consentimiento informado, el respeto de las distancias íntimas y el permiso expreso del paciente para invadirlas cuando sea necesario. Del mismo modo que cuando invadimos la intimidad psíquica de la persona a quien atendemos. Ser conscientes de nuestra relación de poder y tratar de actuar más como facilitadores -con la autoridad científica que se nos confiere- e involucrar al paciente en la toma de decisiones, concediéndole autonomía, para evitar jerarquizar el encuentro clínico. Y cuando se emocionen, o nos emocionemos, reconocerlo y regularlo, como a cada cual le parezca más apropiado dentro del respeto mutuo y siempre teniendo como bandera la no maleficencia, el principio de beneficencia y el de justicia.

Bibliografía.

1.  «La paciente seductora». Cheryl Winchell, Gaithersburg, Maryland. Am Fam Physician 2000;62:1196-8. Consultado en http://www.doctutor.es/2013/01/08/la-paciente-seductora/ el 16 de septiembre de 2013.

2. Sexual contact between general practitioner and patient in the Netherlands: prevalence and risk factors. Leusink PM, Mokkink HG. Ned Tijdschr Geneeskd. 2004 Apr 17;148(16):778-82.

3. Sexual relationships between doctors and former patients: Already guilty? Gerald Freshwater. BMJ. 2006 December 16; 333(7581): 1272.

4. Sexual relationships between doctors and former patients: Dating patients. Chris Jones. BMJ. 2006 December 16; 333(7581): 1272.

5. Physician loses appeal of “zero tolerance” rule. Laura Eggertson. CMAJ. 2005 March 1; 172(5): 623.

6. Sexual misconduct in the practice of medicine. Council on Ethical and Judicial Affairs, American Medical Association. JAMA. 1991 Nov 20;266(19):2741-5.

7. Sexual relationships between doctors and former patients. Julian Sheather. BMJ. 2006 December 2; 333(7579): 1132.

8. The characteristics of physicians disciplined by professional colleges in Canada. Alam A, Klemensberg J, Griesman J, Bell CM. Open Med. 2011;5(4):e166-72.

9. Doctors disciplined for professional misconduct in Australia and New Zealand, 2000-2009. Elkin KJ, Spittal MJ, Elkin DJ, Studdert DM. Med J Aust. 2011 May 2;194(9):452-6.

10. Social and sexual contact between general practitioners and patients in New Zealand: attitudes and prevalence. Coverdale JH, Thomson AN, White GE. Br J Gen Pract. 1995 May;45(394):245-7.

     

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2 Respuestas

  1. Me ha encantado la reflexión. La verdad es que no me la había hecho nunca, a pesar de los años que acumulo ya en la práctica médica y, qué como todos, he pasado por situaciones «complicadas» con algún que otro paciente.

  2. Daniel Prados dice:

    Enhorabuena por el necesario artículo de reflexión y por el elegante estilo de escritura que habéis utilizado…

    ¡Saludos!

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