La cadena invisible
Enrique Gavilán (@enriquegavilan)
A mi tutor, Cesáreo García Poyatos, y a todos aquellos médicos de familia con los que me he ido topando a lo largo de mi aprendizaje y que han conformado mi forma de ser y sentirme.
Lo explícito es la base tradicional de la formación médica. Interpretar los resultados de una auditoría, analizar las posibles salidas de un caso clínico complejo, plantear y desarrollar una duda clínica buscando la respuesta en las bases de datos bibliográficas, aventurar las claves de la dinámica de una familia en base a la cartografía de un genograma. Ejemplos todos de procesos docentes que poner encima de la mesa, como cartas boca arriba, para que docente y discente pueden tangibilizar los elementos en juego.
Sin embargo, somos poco conscientes del poder de lo implícito, porque nos parece ajeno, porque no se evalúa, porque al ser subjetivo nos genera cierta inquietud, inmersos como estamos en un medio que se define como racional y objetivo. Y probablemente se aprenda (o desaprenda) más con lo invisible, lo que no es aparente, lo que se almacena en nuestro cerebro de forma inadvertida y que luego aflora con el tiempo automáticamente. Y es que somos seres intuitivos, por más que nos empeñemos en considerar lo contrario. Tomamos decisiones en contextos de alta incertidumbre con escasa información y en cuestión de segundos, y sin quererlo nos movemos por emociones que se escapan al filtro de la razón. Así, no sabemos porqué nos sentimos cómodos en un lugar o con una persona determinada, por ejemplo, pero es un hecho que nos condiciona sin saberlo.
En la relación entre profesor y alumno, tutor y residente, docente y discente, dos subjetividades interrelacionan entre sí e intercambian elementos implícitos constantemente. El docente transmite una forma de enfrentarse a la profesión enmarcada en un árbol de valores que se refleja en la forma de relacionarse con los pacientes, en la estructura de la consulta, e incluso en cómo emplea los tiempos muertos de la asistencia y de su propio tiempo libre. Y eso es adquirido pasiva y silenciosamente por el aprendiz. Al mismo tiempo, la expectativa del residente, su bagaje, sus miedos y su manera de entender el entorno docente, marcan el ritmo del aprendizaje.
No era consciente de que el porcentaje de espacio físico que en la consulta mi tutor reservaba al paciente (silla para él y su acompañante, camilla de exploración, biombo, percha para dejar el abrigo) tenía su importancia haciéndolo sentir más o menos cómodo, hasta que una vez me tocó a mí ser el paciente en una consulta donde me sentí arrinconado, extraño.
No era consciente del enorme impacto que puede tener sobre un paciente desesperado el simple gesto de ofrecer, como hacía mi tutor, un pañuelo de papel para consolar sus lágrimas, hasta que fui yo mismo el que me sentí impotente al no tener una caja de pañuelos que ofrecer.
No era consciente de la lucha de valores encontrados que inconscientemente se libró en mi cabeza cuando, al solicitarle a mi tutor permiso para asistir a un congreso pagado por un laboratorio, éste me pidió que me parara a pensar si consideraba que la independencia profesional era o no un valor irrenunciable.
No era consciente de que la espacialidad de médico de familia no la otorga el ministerio, ni la unidad docente, ni siquiera el tutor. Con éste último aprendí que un médico no podía realmente ser considerado un médico de familia hecho y derecho hasta que no lograra conocer quiénes conformaban una familia y desentrañar qué pactos secretos, alianzas y sentimientos unían o separaban a los miembros de una misma familia, hasta que esas mismas personas a los que se supone atiendes y cuidas no te reconocieran como “su” médico.
Tampoco era consciente de que la orientación de la pantalla del ordenador, perpendicular en la mesa de la consulta, no era un capricho de la limpiadora o una especie de martirio para retorcer el cuello y provocar tortícolis crónicas, sino una invitación permanente a compartir información con el paciente.
Con el tiempo, estos valores, estos detalles, han ido aflorando. Soy un afortunado porque he sido testigo de estas y otras muchas formas de entender la esencia de ser médico. Sólo reviven a la conciencia cuando, al cabo de años, sientes la necesidad de pararte y echar la vista atrás. Pero que no las hayamos visto en todo ese tiempo no significa que no hayan estado ahí. Formaron parte de mi aprendizaje, y ahora son parte de mí. Y, como eslabones de una cadena invisible, algún día formarán parte de la forma de ser de otros médicos.